Viendo Autohystoria, de Raya Martin, en flash forward y rewind, conté 3 cuadras en los primeros 16 minutos del plano, y 10 cuadras en los siguientes 8 minutos de ese mismo plano, aunque caminadas a igual velocidad por cámara y protagonista (habría que contar cuántos vehículos pasan entre la vereda por la que camina el personaje y la cámara que está en la vereda opuesta: cada vehículo que se interpone es un corte de montaje involuntario). Después conté 8 vueltas a la rotonda en un plano de 6 minutos desde el interior del automóvil y 4 vueltas en el siguiente plano de 3 minutos de duración. Ese viaje alrededor de la rotonda, más o menos en el medio de la película, es su centro de sentido, su negación de progreso histórico. Así como el encierro en movimiento de los personajes a bordo del auto, cuya identidad institucional sólo puede suponerse por la información dada en la banda sonora, se presta a pensar en el del espectador que la vea en el cine y no pueda contar con los medios para avanzar o retroceder una acción que, más que acción, es el despliegue de una coacción. Contar en el sentido numérico del verbo es también la forma conceptual de relatar que propone Raya Martin. Mensurar espacios y tiempos, repetir circuitos que revelan estructuras de poder: la de la represión policial como continuidora del colonialismo. Las imágenes de archivo del final también se prestan a la cuenta (ejercicio posible: ver cuántas mulas atraviesan el río) así como dan cuenta de la serialización capitalista en continuado que propone Martin como lectura de la realidad. Cuando uno de los personajes muere en la selva o, para ser más precisos, en la oscuridad, no muere de un balazo sino de cansancio.

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