Birdman es la buena; El otro lado del éxito (Clouds of Sils Maria) la mala. No me gusta ninguna de las dos, pero prefiero a Birdman. La confusión entre esfera física y virtual (aquí la nube está incluso en el título), actores en crisis por la edad, oposición entre mainstream y arte son asuntos que están en ambas[1] pero reciben tratamiento distinto. La de Olivier Assayas se asienta sobre un tema que otros ejecutaron con virtuosismo (recientemente, Copia certificada) y lo hace sin la más mínima gracia. O sea, es una película que no está a la altura de otras del género. Birdman es grosera y esa grosería es justamente lo que me la hace más simpática que aquella, deudora del más frígido academicismo europeo. La de Alejandro González Iñárritu apenas si aspiraba a la Academia de Artes y Ciencias de Los Angeles, que está llena de películas pretenciosas y berretas como esta, pero de un berretismo ingenuo y medio pelo que dura lo que duran los premios y no perdura en ninguna historia ni reflexión valiosa del cine. La de Assayas ya nace bronceada por el sol de las palmas doradas del aparato crítico y teórico; si hasta uno de los dos temas musicales que usa en contrapunto se llama Canon. Lo único conmovedor de la película de Assayas no está en la película de Assayas sino en otra, La serpiente de Maloja, un corto documental de 1924 que aparece unos segundos en pantalla. Lo veo completo y vuelvo a conmoverme con una evidencia fílmica del pasado, cosa que no me pasaba hace rato y venía extrañando. La copia ha sido restaurada y no sé por qué razón me resistí inicialmente a ello. ‘Cuando las películas viejas se deterioraban tenían una dimensión mítica’, pienso, pero no me convence, no es realmente lo que siento. ¿No será que aborrezco descubrir que esos hombres y mujeres de 1924 son mis contemporáneos? Será que ahora siento por primera vez que yo lo soy de ellos y esa familiaridad me extraña. Sin embargo, hasta el momento casi no he visto figuras humanas en el corto (luego aparecerán dos, diminutas, retomadas por Assayas en su película cambiándoles el sexo). La nitidez de las imágenes restauradas armoniza con el paisaje helado de los Alpes y el cielo límpido. Podría pensar en los dibujitos animados de Heidi que miraba cuando era chico sin saber quién era Miyazaki y en qué se convertiría. Las nubes que dan título al corto son de la misma naturaleza sublime que las de Werner Herzog en Corazón de cristal, El gran éxtasis del escultor en madera Steiner, El diamante blanco y tantas otras. La música está de más, pero ni el propio Assayas prescinde de ella.
El otro lado del éxito deriva de Rendez-vous (1985), la adaptación libre de Romeo y Julieta que más me gusta. En ella, el dramaturgo huraño y misterioso tenía la voz, el cuerpo y la barba de Jean-Louis Trintignant, hay un desnudo de mujer similar sobre una cama, la película también empezaba con un tren, y con ese tren arribando a una estación empezaba la carrera y la vida del personaje de Juliette Binoche (también hacía de actriz) cuyo estrellato declina en la segunda mitad de la de Assayas simultáneamente con el corte de pelo idéntico al que tenía en la película de Andre Techiné, pero ahora signo de la aceptación de un papel que antes rechazaba, del paso del tiempo y hasta de apertura sexual. Lo más interesante de Clouds ocurre justo en la mitad. Es una secuencia que se inicia con la escena en la que Binoche y Kristen Stewart se bañan juntas en el lago (la primera desnuda, la segunda con un corpiño negro y una bombacha blanca) y acaba después que esta última vuelve de su cita con el fotógrafo. La tensión entre ambas se condensa en esos nueve minutos, que incluyen los celos de Binoche manifiestos en forma de juego; el culo de Stewart mirado fugazmente por aquella; el regreso de Stewart en auto por la ruta serpenteante que combina reflejos, sobreimpresiones y Vanishing Point de Primal Scream (al personaje de Binoche le corresponde el canon de Pachelbel repetido hasta el cansancio cada vez que muestran unas montañas que nos dejan con las ganas de volver a ver La novicia rebelde); y un plano de Binoche escribiendo un nombre que resulta ser, y he aquí lo maravilloso, un maleficio. Por la vía del fantástico y el melodrama indirectos llegamos por única vez al misterio. Techiné, para quien Assayas escribió algunas películas, lo hacía mejor y siempre, desde el principio hasta el final de casi todas sus películas. Y ya estaban en él la velocidad, los desplazamientos y el montaje vertiginosos, musicales. La circulación global de capitales, el avance tecnológico y su incidencia en las comunicaciones terminan siendo los cebos temáticos de los que se ha valido Assayas para disimular unas formas menos virtuosas y gráciles que las de su antecesor. Los personajes de Techiné en los ‘80 no hablaban de estas cosas pero todo su apuro y su ansiedad, así como la entera puesta en escena, las anunciaban sin hacérselos decir, y el efecto poético de esa inconsciencia premonitoria es insuperable.
El personaje de Stewart en Clouds es atractivo, quizás porque se vale del poder que tiene sobre su patrona de modo benéfico, quizás porque dice la sarta de lugares comunes presuntuosos del guión sin el énfasis de Binoche, que está insoportable. Stewart me hace pensar aquí en los actores estadounidense clásicos previos al Actor’s Studio, puro cuerpo, mirada y postura, acorde a un personaje sin psicología que mas que personaje es función. Que Assayas filme nubes imponentes entre montañas y lo sublime se la sobe me molesta un poco, pero no deja de ser una apuesta contra lo obvio. Lástima que el academicismo musical exhibido en el uso de Pachelbel con esos paisajes sea tan irritante, acaso un lugar común opuesto todavía peor que el del romanticismo. Si hubiera ironía en la elección quedaría exonerado, pero no es el caso y entonces roza lo ridículo, como en la secuencia del pase del testigo del mentor a la actriz a través de una prenda azul (el color frío del presente virtual que el personaje anclado en el pasado de colores cálidos rechaza[2]) tan sobreactuada por Binoche que da vergüenza ajena.
Assayas es el academicista de los posmodernos, que consiste en el cultivo del eclecticismo autorreflexivo. La mirada rectora academicista es tal que ni siquiera concibe a la película como película sino como texto, reflexión verbal que se vale de los cuerpos y las voces de los personajes sin romper con la identificación tradicional. Stewart supera a Binoche porque no procura volver verosímil el discurso sino funcionar como portavoz de ellos. Por eso no hay lugar en ella para la «visión» en el sentido más abismal del término, eso que Herzog anda siempre buscando provocar filme lo que filme y a mí me interesa del cine sobre todas las cosas. Al texto lo puedo leer y, encima, si leyera los parlamentos de esta película publicados en un libro me querría matar porque no tienen la profundidad y expresividad del ensayo y en boca de los personajes quedan odiosos. Aunque lo que más me molesta de sus películas es que están muy cómodas con su época y con su clase (la cinefilia ilustrada global) por más que parezcan criticar a la primera. Quizás por ello me hace ruido el fragmento de falso mainstream digital que filma con Chloë Grace Moretz (¿La habrá elegido por Sankt Moritz? Si hace de Lindsay Lohan, como supongo, hubiera sido mejor que estuviera Lindsay Lohan, así como Binoche hace –mal- de sí misma). A juzgar por el discurso que le escribió a Stewart sobre el particular, su mirada coincide con la de ella, amplia y comprensible hacia el fenómeno masivo, pero ese fragmento ridiculiza el mainstream. Si ese falso fragmento de película de súper héroes filmado por Assayas tiene la intención de ridiculizar el mainstream (para mí es objetivamente ridículo, entre otras razones por fragmentario), me pregunto si por extensión no quedaría ridiculizado el cine hongkonés de Johnnie To que a través de Jean-Pierre Leaud adoraba en Irma Vep, infinitamente superior al mainstream digital contemporáneo, entre otras cosas porque era mucho más físico y menos globalizado pero con pretensiones tan masivas como este. Pero tampoco descarto la posibilidad de que ese fragmento sea mejor que el mainstream contemporáneo y que el ridículo provenga de su verosímil anticuado. Junto con el de La serpiente de Maloja y la secuencia central comentada son los puntos de fuga del naturalismo burgués culto del resto más ostensibles.
Aquí pueden leer una crítica de Paula Vazquez Prieto sobre la película y un texto de Romina Quevedo sobre el director.
[1] Debo la asociación entre ambas películas a Marcos Rodríguez.
[2] Debo la discriminación cromática a Nuria Silva.
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hola, discrepo bastante.
Sils Maria es un artefacto en si mismo, es una especie de cine sobre cine, con parelelismo obvio a opuestos tensos como «experiencia-juventud» o «realidad-ficcion»
Binoche puede estar algo fuera de registro, pero Stewart sostiene una actuacion enorme sobre la que se monta toda la historia, y por eso, su extraña desaparicion, con buen tino, no resulta ser explicada de forma alguna.
Peliculas como esta, inestable pese a lo refinado, no abundan.