Hace poco más de veinte años estrenaban Un corazón en invierno de Claude Sautet, con el argelino Daniel Auteuil, y nada de lo que habíamos visto hasta entonces pudo ser comparado con esa película en la que un hombre solo de toda soledad era sacudido por una aparición que lo arrojaba a la vida sin pedirle permiso. Atrincherado en su ascética armadura de luthier, sin otra relación con los demás que un par de amistades y padrinazgos más fuertes que los que le hubiera gustado reconocer pero formales, relativamente distantes, se las arreglaba para exponer el cuerpo lo menos posible hasta que una violinista -Emanuelle Beart como una versión de La belle ferronière renacentista- puso en marcha la circulación del deseo dentro de su entorno más íntimo, y la de la sangre en el cuerpo.
Dos décadas después un director de apellido ilustre pero perfectamente desconocido para mi, escritor que este mismo año anduvo por Buenos Aires, filma una película también protagonizada por Auteuil que evoca la misma estación que la de Sautet. Además participa de dos esquemas afines a su antecesor: el drama burgués y el policial, combinados por aquel con una sutileza que Claudel no alcanza pero a la que tiende. También hay un notorio crecimiento entre Hace mucho tiempo que te quiero y esta última (entre ambas hay una que no estrenaron, Tous les soleils). Si aquella dependía demasiado de una información que el espectador ignoraba y con la que la puesta en escena especulaba tanto que finalmente no podía menos que decepcionarnos, el enigma de esta nueva película es algo menos central y su revelación un poco menos brusca. Entonces el interés se deriva desde la información acerca de los hechos hacia las relaciones entre los personajes y consigo mismos, y la administración dramática de esos vínculos.
Antes de los títulos hay un breve prólogo que en realidad es una interpolación. La escena a la que pertenece ese plano frontal de un hombre interrogado reaparecerá bastante más tarde, casi al final. Los interrogadores son policías y ocupan nuestro lugar de espectadores, de modo que la expectativa de una ficción burguesa romántica y otoñal prometida por el afiche parece que va a ser sustituida por la de un thriller psicológico. La identidad de una mujer es el misterio más evidente, pero también la de un hombre -el personaje de Auteuil, subsidiario de los impenetrables burgueses del ya mencionado Sautet y de Haneke en Caché- y su descendencia.
Claudel quiere filmar el misterio de un hombre que lo tiene todo sin ser acaso nadie, como Sautet lo hiciera en Un corazon en invierno y Max y los chatarreros a partir de datos cotidianos, triviales, domésticos, excesivamente visibles incluso, las «cosas de la vida» que terminan armando el rompecabezas existencial de un individuo y también el cultural de una clase sin la pretensión de agotarlos, sin la ingenuidad de creer que una sola pieza habrá de explicarlo todo o traer algo de tranquilidad, placebo imperdonable de su anterior película estrenada en nuestro país, o que la visión articulada y homogénea del conjunto habilita una mirada única, total y definitiva.
El personaje de Auteuil es un cirujano exitoso. Tiene una mujer inteligente y atractiva que no trabaja pero cuida el jardín de su casa con tal esmero que hasta organiza visitas guiadas al público. Entre ellos no hay conflictos, solamente la presencia de un tercer personaje, amigo de ambos desde la universidad, socio de él, pretendiente de ella, tercero a la sombra clásico del cine de Sautet. Unos encuentros que al personaje de Auteuil no se le antojan nada casuales y el insistente regalo de unas rosas sin remitente que empiezan a recibir regularmente habrán de alterar el orden mantenido hasta entonces sin demasiado esfuerzo ni pasión. Ese orden alterado llevará al protagonista por desvíos literales y metafóricos hasta un cuarto personaje que tal vez importe por su otredad, su juventud o su extranjería. Detrás de él puede haber una promesa, un peligro, un pasaje o solamente una música, que no es poco y tal vez sea lo más doloroso, a juzgar por el final, que deja resonando en personaje y espectador el recuerdo de alguien pero también un paisaje acaso exótico para ese médico pero extremadamente familiar para el actor que lo encarna. El secreto más evidente de la película está anunciado desde el principio, pero hay otro sugerido como al pasar, casi soslayado por personajes y puesta en escena, que bien puede ser el huevo de la serpiente empollado por la película.
Antes del frío invierno (Avant l’hiver, Francia / Luxemburgo, 2013), de Philippe Claudel, c/ Daniel Auteuil, Kristin Scott Thomas, Leïla Bekhti, Richard Berry, 103’.
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