En una de las dos películas de Jean-Louis Comolli sobre libros que se ocupan de películas, proyectadas el sábado y el domingo, uno de los autores de esos libros dice que prefiere no hablar de onirismo a propósito de 8 y medio porque el término termina siendo un cajón de sastre en el que cabe todo. Fellini, en cambio, –sostiene Jean-Paul Manganaro- no quiere explicar nada sino materializar realidades arquetípicas del imaginario. Mejor aún, materializar el acto de la realización de un pensamiento, o el mismo instante en que algo es pensado, en que algo llega a ser sólo por el hecho de haber sido pensado, se exprese o no, si es que algo puede reprimirse hasta las últimas consecuencias (¿puede desvanecerse algo sin dejar huella de su existencia?). Ese instante en que algo llega a ser, antes de cualquier juicio o valoración externa, me hace pensar en aquello de “que sólo el bien puede ser radical” que von Trotta le hace decir a la Hannah Arendt de su ficción pedagógica.
Las dos películas de Comolli son sobre sendos escritores que pensaron y escribieron a partir de tres películas, y que expresan junto al cineasta, que hace las veces de interlocutor y de marco corporal, su pensamiento ya resuelto en libro. Son películas que podrían aparecer como extras en sofisticadas ediciones de Noche y niebla, La dolce vita y 8 y medio. La primera es, por momentos, una película-conferencia; la segunda, una película-conversación. La primera usa fragmentos de la película dirigida por Resnais; la segunda, sólo fotogramas impresos o en pantallas virtuales. La interlocutora de Comolli en la primera habla con extrema precisión y cuidado, como si leyera su ensayo; el interlocutor de la segunda, charla.
La justeza de Sylvie Lindeperg obedece en buena medida al peso del tema: la ausencia de representación del colectivo judío víctima de la Solución Final cuando termina la guerra en Francia, que organiza la repatriación de todos los deportados diluyendo a las víctimas sobrevivientes de la Shoa en el más positivo y conveniente –para el statu quo colaboracionista- estatuto de los ‘resistentes’. El trabajo de investigación llevado a cabo entonces por los historiadores Olga Wormser y Henri Michel (autores de Tragédie de la déportation 1940-1945, témoignages de survivants des camps de concentration allemands) iluminó la organización del exterminio y habría de generar la película de Resnais. La autora de Noche y niebla, un filme en la historia, se ocupa de la génesis, la realización y los avatares críticos y teóricos de la recepción, lo que incluye los cambios significativos que Paul Celan introdujo en los textos de Jean Cayrol cuando fue comisionado para traducirlos, así como la responsabilidad que le cupo a Chris Marker en el diseño de su estructura.
El centro dramático y misterioso se encuentra en la filmación nazi guionada de la partida de uno de los trenes, con deportados pavorosamente calmos, que culmina con el único primer plano del registro en el que una nena mira a cámara sin simulación alguna. La nena de esa imagen, posteriormente icono de la Shoa, resultó ser una gitana. La mención de su nombre y apellido en la película de Comolli provoca una conmoción radical. Entre tantos cadáveres no identificados arrojados a fosas comunes, entre tant@ (n)oche y (n)iebla, entre tantos ‘asusentes’, el nombramiento de esa aparición, la identificación de esa nena, el reconocimiento de esa víctima, estremece.
El autor del libro “Fellini: Romance”, es un enamorado, aunque el agregado del adjetivo al título de la película debió correr por –y dar- cuenta –de- Comolli, que en la breve presentación traducida sintéticamente por Gerardo Yoel –quien, a cada rato, le decía ‘dale, dale’ al francés- a falta de traductor, destacó que Fellini fue “el primer gran cineasta en tomar conciencia de la amenaza –no sólo económica, sino ética- de la televisión” como manipuladora del espectador mucho más irresponsable que el cine, iniciando el imperio del audiovisual que caracteriza a la sociedad del espectáculo.
No hay nada radicalmente nuevo en la visión de Manganaro acerca de Fellini, pero en la película de Comolli cobra valor agregado la dimensión política de la sensacionalista puesta en escena mediática del milagro en La dolce vita, que marca el repliegue de la iglesia católica (un año antes había muerto Pío XII y se vivía la primavera del “papa bueno” Juan XXIII) ante el avance de la televisión en vivo y en directo; la reflexión sobre la semejanza de los personajes de Mastroianni y Cuny; y la interpretación de 8 y medio como fenomenología de la creación. “De las mujeres, amigos, mejor no hay que hablar. Todas, amigos, todas” se hacen presente a través de fotogramas llenos de claridad que funden a blanco la mirada.
Las estrategias formales de ambas películas son distintas, pero coinciden en visibilizar el dispositivo de modo que no podamos naturalizar el traspaso de información recibida como si se tratara de palabra santa incuestionable, pero tampoco entorpece radicalmente la percepción. En la primera película, unos pocos pero relevantes travellingsde tiro corto trazan las líneas perpendiculares de la mirada y la palabra, detectada pese a mi ignorancia del francés que me obliga a leer los subtítulos y percibir apenas de soslayo esa intersección inmaterial. La presencia de un travelling filmándose a sí mismo entabla relación directa con las vías que llevaban a los destinados al exterminio hasta los campos de concentración, e indirecta con el comienzo de El desprecio, de Godard.
La puesta en escena de la película sobre Fellini está en función de la casa donde fue filmada -¿la de Manganaro?- que bien podría ser el escenario de un suntuoso melodrama de Visconti sobre la decadencia, y la proliferación de proyecciones sobre las paredes y mobiliario, así como el uso de espejos para componer planos autorreflexivos, se conectan elegante, distante y ligeramente con la puesta en abismo felliniana.
Ante los fantasmas (Face Aux Fantômes, Francia, 2009), de Jean-Louis Comolli, c/ Sylvie Lindeperg, 109’.
A Fellini, romance de un espectador enamorado (Francia, 2013), de Jean-Louis Comolli, c/ Jean-Paul Manganaro, 80’.
Aquí pueden leer la transcripción de la primera presentación de Jean-Louis Comolli en la Sala Lugones el lunes 4 de noviembre, antes de la proyección de No dejar de ver (si es posible) – 1963-1973: Diez años en Cahiers du cinema.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: