Hace mucho calor, la tensión eléctrica está baja y el ventilador no funciona adecuadamente. Voy del chino a comprarme una birra y una bolsita de maníes para empezar el segundo día de cobertura del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Las mil y una de la realizadora correntina Clarisa Navas inicia en un contexto semejante al que me encuentro: un barrio popular en verano. Aquí, en Avellaneda –donde vivo– los monoblocks comienzan a teñirse del espíritu de reposera, heladerita y pibxs jugando a la pelota. En “Las mil”, barrio protagonista de la película de Navas, el paisaje se nutre de árboles de navidad, luces intermitentes, pesebres y fuegos artificiales. El higienismo que reza “Jesús salva” en un graffiti contrasta con ese desabrido suburbio de paredes descascaradas, construcciones a medio terminar, desborde de cloacas, calles de tierra y potreros.

En los barrios populares se circula de una casa a otra, se suele ir de un edificio a otro para visitar a un amigx, pariente o vecinx. Los cuerpos que circulan libremente, que suben y bajan escaleras, que deambulan entre pasillos, que conversan mientras caminan, que se encuentran azarosamente con un conocidx, conforman escenas cotidianas en un monoblock. La circulación del deseo afectivo, laboral, íntimo, personal, familiar en una misma coordenada espacio-temporal se representa en Las mil y una mediante el uso de la cámara en mano. Iris (Sofía Cabrera) recorre los pasadizos del barrio haciendo maniobras físicas con su pelota de básquet. En el trayecto hacia su casa vislumbra a una chica que le llama la atención, Renata (Ana Carolina García). Decide seguirla aminorando el paso, con cautela, resguardando su timidez bajo una postura desgarbada, cabeza gacha y miradas de reojo. Finalmente se encuentran en un colectivo y entablan conversación. El deseo comienza a circular entre ellas. Son cuerpos deseados y cuerpos deseantes en un clima de marginalidad y dominio patriarcal.

La cámara en mano acompaña el proceso de exploración de la sexualidad de Iris, Darío (Mauricio Vila) y Ale (Luis Molina), sus dos primos. Los caminos que emprendan individualmente los llevará a la zona del desafío, de lo prohibido, de los rincones abandonados. Es que las disidencias sexuales no tienen lugar en los interiores de los hogares ni bajo los rayos del sol. Conventillear es un verbo que teje redes de absurdo y desencuentros. Así, al circular por los monoblocks –con el registro presuroso y desprolijo de una cámara que camina a la par de sus protagonistas– a Iris le van llegando rumores sobre la vida privada de Renata –un supuesto honor mancillado por drogas, prostitución y sida–, y Darío y Ale afrontan sus primeras experiencias sexuales resistiendo a la humillación de la viralización de videos virtuales. Conventillear es una manera defensiva de expulsar “al diferente” mediante el insulto, la usurpación de verdades y la exposición de vulnerabilidades. Como acto de resistencia, lxs jóvenes irán creando nuevos espacios para el goce y el placer en los rincones de casas abandonadas, en los paredones sin luz, en las terrazas vacías donde habitan las ratas. El acto sexual pasa a quedar expuesto y, en algunas ocasiones, desprotegido. Lxs jóvenes toman los espacios comunes de los monoblocks para reapropiarlos y reconfigurarlos. En el espacio público de un barrio popular se inscribe un manifiesto de resistencia, se organiza y trama la consistencia de una complicidad singular y amorosa: la de Iris y Renata, la de Iris y sus primos.

La cámara en mano cumple la función estratégica de acompañar, escuchar, denunciar, contener, ofrecer ayuda incluso en el momento en que se aparta de la proximidad de los cuerpos. Navas tiene la sutileza de abrirse hacia un plano general cuando la tensión y el trato impiadoso tocan las puertas de las trabajadoras sexuales, mujeres trans y chicxs gays. La curiosidad que despierta el contacto con la sexualidad propia también aviva el fuego de las limitaciones, represiones e intolerancias. “¡Qué paja! Estos pibxs hablan de tomar y de ponerse en pedo todo el día”, dice Iris cuando “los machitos” del barrio la invitan a jugar a las escondidas. Una de las maneras de reforzar la identificación viril es mediante la búsqueda de la posición de subordinación del otrx y la obtención de un poder. En el sometimiento se alcanza y obtiene el trofeo de la virilidad perdida. Es por ello que Iris resopla, revolea los ojos cuando “los machitos” aparecen y pone en duda los cotilleos que circulan sobre Renata.

Conventillear es una manera de hacer circular información –verdadera o falsa– y construir mitos. Al circular con su cámara en los recovecos del barrio Las Mil, Navas está conventilleando a contramano del proyecto patriarcal y heteronormativo. Muestra que los cuerpos que por allí circulan son libres, exploran, preguntan, dudan, sueñan, fantasean y desean. La circulación de sus movimientos equivale a la circulación de una nueva información: se ha fundado una red de disidencias. Y la alegría, la ternura y el amor son sus influencias vitales.

Las mil y una (Argentina/Alemania, 2020). Dirección: Clarisa Navas. Duración: 120′. Competencia Internacional. Disponible: 23, 24, 25 de Noviembre.

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