La sala estaba bastante llena, los que nos habíamos perdido el recital de la noche anterior queríamos al menos ver a la banda en pantalla. Empezó la película y a los pocos minutos la gente comenzó a irse. Primero las personas mayores, luego unos cuantos jóvenes. La sala se quedó semivacía. Una causa posible: la sucesión de imágenes sin orden aparente en la que un grupo de jóvenes, a veces subidos a un escenario, tocando guitarras distorsionadas y cantando en lugares oscuros e irreconocibles, a veces en un estudio de grabación, o simplemente en sus casas, registraban su propio acontecer de los días.
Y ese fenómeno, que convierte a Entre dos luces – Suárez. Primera parte en el evento más abandonado del festival hasta ahora, habla no tanto del documental, que es notable, sino de lo que encierra el mismo, del objeto que expone.
Sucede que los archivos que Fernando Blanco ha reunido para esta película sobre una banda mítica de los 90 son, probablemente, todas las imágenes que existen del grupo Suárez, al menos todas las que caben en una primera y, al parecer, única parte, ya que no hay promesa concreta de que exista una segunda. Ese conjunto de registros apenas perceptibles, apenas audibles, responde a un lenguaje, a una forma que configura por sobre todas las cosas la esencia y la estética de un grupo de música casi indescriptible para su tiempo, y que el director respeta a la perfección.
Hay una estructura y un orden cronológico que es caótico. La única información que permite poner en contexto a la película, o que permite ubicar lo que se muestra en un tiempo más o menos preciso, está dada por las fechas de la cámara grabadora que Fabio Suárez, integrante del grupo, sostiene casi todo el tiempo en sus manos, por la reelección de Carlos Ménem en el 95, que es registrada filmando un televisor, y por la exhibición de un modo de producción que hoy resulta ajeno y lejano: los propios músicos recortando y pegando del modo más artesanal los materiales que le dan forma a los discos, el arte de tapa, el interior, la misma pila de compactos sueltos aún sin grabar.
Por lo tanto, no se trata sólo de acumular imágenes desprolijas y dejar el desarrollo de las mismas librado al azar. Hay estructura, sí, y hay caos, también, pero dentro de esa fusión en apariencia incompatible, hay al menos dos decisiones fundamentales que van más allá de elegir qué imagen poner primero y cuál después. Una de esas decisiones es, justamente, la de no tocar digitalmente ningún archivo, no remasterizar ni mejorar ningún sonido. Los registros se ven y se oyen tal como fueron concebidos en su momento, con esa crudeza y esa materialidad de los tiempos analógicos. La voz aguda de Rosario Bléfari, apenas audible y casi inentendible, se pierde en los ecos resonantes de la batería y los acoples de las guitarras cuando la banda se presenta en vivo.
La otra gran decisión de Blanco es la de prescindir de testimonios (recurso habitual en este tipo de documentales sobre música), de voces que hablen desde el presente revalorizando a la banda, poniéndola en contexto, o contando su propia experiencia junto al grupo. Hay breves apariciones de María Fernanda Aldana, bajista y cantante del grupo El otro yo, y un llamado de Valeria Bertuccelli, pero todo eso ocurre dentro de la película. Afuera no hay nada.
La película es Suárez siendo Suárez, tanto arriba del escenario como en la intimidad, tanto en los videoclips como en los viajes. Ese es el otro gran logro del documental de Blanco, entender que no se necesita más nada que esas imágenes para configurar una versión posible, sincera, aunque desconcertante, de la personalidad huidiza y marginal de una banda poderosa que, aún hoy, sigue siendo inentendible para muchos.
Entre dos luces – Suárez. Primera parte (Argentina, 2015), de Fernando M. Blanco, 88′.
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