«Voy a escribir una película en donde vos destruís sistemáticamente un equipo de trabajo». Con esta frase el joven director santafesino, Esteban Trivisonno, presenta la idea de la cual partió su opera prima: Tito. La película superindependiente y de bajísimo presupuesto rodada, producida y financiada íntegramente en Santa Fe, formó parte de la última edición del BAFICI (2018) en la Competencia Oficial Latinoamericana.
La relación que une a Trivisonno y a Tito Gómez no es nueva, ya habían trabajado en conjunto en algunas producciones y guiones, lo que provocó en el director la necesidad de filmar una película que gire exclusivamente sobre el actor. No precisamente por su admiración –que es indudable–, sino por considerarlo el responsable de dinamitar sucesivas jornadas de trabajo. Trivisonno detectó en Tito algunas características alejadas del profesionalismo como el síndrome prepuntual –considerado una falta de respeto al igual que la impuntualidad– sumado a altos niveles de exigencia, pero sobre todas las cosas de insistencia. Tito es un autentico pica sesos. Tomando esto como sustrato surge una eficaz comedia en la que la exageración, la caricatura y los límites difusos entre la realidad y la ficción serán las claves del humor.
Tito, es una verdadera estrella del cine y el teatro de Santa Fe, es considerado el favorito de los cineastas rosarinos. Habiendo trabajado con Gustavo Postiglione, Héctor Molina y Rodrigo Grande. El asadito (2000) y El cumple (2002) son algunos de sus trabajos más reconocidos. De entrada la película se presenta como un falso documental, imitando los procedimientos y las convenciones típicas del mismo, introduciendo testimonios, imágenes de archivo y reportajes. Pero rápidamente identificamos que estamos ante una ficción hecha y derecha, una ingeniosa comedia con toques paródicos y satíricos, en la que –de manera muy hábil– Trivisonno mixtura constantemente la realidad con algunas licencias poéticas.
La trama gira en torno a la realización de un documental autobiográfico sobre el célebre actor rosarino. Está en mano de cinco estudiantes universitarios de Comunicación Social que deben filmarlo para poder aprobar una asignatura de la carrera. El documental sobre Tito no es para ellos más que un trabajo práctico. El equipo se reparte las tareas de dirección, producción, guion, sonido y montaje, emulando la división de tareas lógicas para la realización de una película. Sin embargo, entre ellos hay algunas diferencias de intereses, mientras algunos aspiran a hacer un documental estilo Herzog, otros quieren robar minutos de donde sea. Es claro que ninguno imagina el insólito resultado.
Tito es el astro central que eclipsa toda la película. Es el protagonista del documental y de la ficción, se presenta muy carismático, colaborativo y entusiasmado con la propuesta. Recibe a los estudiantes en su propia casa y se esfuerza por contribuir en la realización del material. Lo vemos muy cómodo y sereno, tanto en el patio de su casa como en su living, donde se apilan libros sobre Fellini y Marlon Brando. Él se autopercibe como la encarnación rosarina de los grandes actores italianos, asegura que podría haber sido dirigido por De Sica. En su impresión es un divo desaprovechado. Gradualmente iremos reconociendo en él su principal obsesión: recuperar su lugar como primera figura del espectáculo. Para esto, Tito perseguirá, hostigará y manipulará al equipo de trabajo hasta apoderarse de la película. Poco a poco se convertirá en un personaje indomable y siniestro. La película trabaja astutamente sobre el mito del actor que se apodera de la película, enloqueciendo a directores y productores.
En contradicción con el reflejo que Tito quiere enseñar, vemos un señor desaliñado, exagerado en sus actuaciones y pretencioso. Claramente es un actor venido a menos que alterna su profesión con trabajos como vendedor de piletas y gerenciador de un telo. Es un ser oportunista que usa cualquier artilugio para hacerse de algún casting al que nunca es convocado. Es capaz de pagar para que opinen favorablemente de él y ni siquiera así puede lograrlo. Las desopilantes ideas que lleva a cabo Tito para montar la mejor versión de sí mismo conducen las situaciones a extremos impensados. En esos absurdos encontramos la fuente del humor que recorre la pieza de principio a fin. La gracia nunca cae en la utilización de chistes obvios o gags repetidos, es un humor fresco e inteligente, la respuesta de la sala es una carcajada tras otra, es obvio que la comedia funciona.
La totalidad del reparto se completa con actores locales y con la presencia de diferentes personalidades referentes de la cultura santafesina, que son entrevistados para terminar de colorear el retrato de Tito, esto borra aun más el límite realidad/ficción. Los directores Gustavo Postiglione y Héctor Molina, y los actores Andrea Fiorino, Mario Vidoletti y Raúl Calandra, aportan datos de sus experiencias compartidas junto al actor. Sutilmente en un principio y luego a gritos intentan advertir a los estudiantes respecto del sinuoso terreno en el que se están metiendo, saben que Tito es un manipulador, extorsivo, capaz de todo.
La película cuanta con música original –y se nota mucho– que subraya los clímax de tensión e inestabilidad de los personajes y agudiza las situaciones disparatadas con mucha destreza.
En Tito todo funciona en clave paródica y logra arrebatar una sonrisa tras otra. ¿Qué más puede pedírsele a una comedia?
Tito (Argentina, 2018), de Esteban Trivisonno, c/Tito Gómez, Manuel Melgar, Martina Liguori, Santiago D’Agostino, Kevin Trumper, 84′.
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