En palabras del periodista contracultural Juan Carlos Kreimer (entre otros, autor de Punk, la muerte joven), Luna Punk es el retorno “largo y sinuoso” de Los Violadores, dure este lo que tenga que durar. Así se inicia la película dirigida por Juan Riggirozzi: en la voz del escritor y con el lente pegado a los músicos, días antes del concierto-regreso, nada menos que en el Estadio Luna Park.
No hay un zócalo que identifique a Kreimer, como tampoco lo habrá cuando aparezcan algunas otras personalidades, e incluso los propios músicos. De este modo Luna Punk se define como una película hecha para los conocedores de Los Violadores y su mundo o, si se quiere, como una secuela del anterior trabajo de Riggirozzi, el impecable documental biográfico Ellos son Los Violadores. Con Luna Punk poco interioriza al desprevenido que ignore quiénes son los autores de himnos como Represión o Uno, dos, ultraviolento; que sea Kreimer y su, por momentos, confusa voz quien narre la película, y no cualquiera de los otros periodistas masivos que luego aparecen, es un acierto que prioriza un relato interiorizado y un contexto acorde, y que además no sucumbe ante la tentación de “enriquecer” la vidriera de la película.
¿Por qué Luna Punk hace foco en los pormenores del regreso, los días previos y los camarines del recital? La película no pregunta, no elige su propio recorrido sino que registra, sigue a los músicos. Con total acceso a la banda, da la impresión de no descartar nota o evento de prensa previo al recital. De igual modo, la cámara accede a la llegada de los músicos, a sus camarines y hasta a la sala de ensayo donde se ensaya el concierto. El espectador implícitamente siente ese acceso a todo, y se construye así la sensación de que la película es una obra oficial de la banda (Producción ejecutiva de Stuka), una pieza más que, de editarse en formato físico, debiera guardarse en el mismo estante que la discografía de Los Violadores. En cuanto a los pormenores del ahora sí regreso, para quien tenga el oído entrenado y la suspicacia necesaria, la película cuenta con escenas divertidas en las que los músicos se tiran “palos” e indirectas entre sí. Pero no indaga, no repregunta: solo registra. La película se limita a acompañar la emotividad de los cuatro músicos y la particular manera de cada uno, sabiendo que no hace falta “pincharlos” para que deslicen viejos rencores, discusiones, amor y odio.
Lo musical tiene su espacio, hay momentos para corear y disfrutar de la música de Los Violadores, pero no suenan canciones enteras. Ese es otro acierto de dirección, si se quiere reforzar el foco en la previa y las vivencias de cada músico. La película no reproduce el concierto entero, ni se vale en demasía de ese tipo de imágenes. Cuando apela a algunas de ellas es en los momentos en los que algún integrante habla con el público en un intervalo, antes que cuando interpretan alguna canción. En varias ocasiones se montan diversos audios, primero en la sala de ensayo y luego la misma canción, enganchada, con su ejecución en el Luna. La película elije mostrar momentos de los ensayos en los cuales los músicos arreglan las canciones, imágenes que los muestran en graciosas discusiones o discrepancias de criterio. El trabajo de Juan Riggirozzi permite vislumbrar algunos roles de los músicos que exceden a la simple ejecución de su instrumento, y que sería imposible conocerlos de no penetrar en su intimidad.
Luna Punk es un breve (51 minutos) registro del buen clima que se vivió en la previa al recital regreso de Los Violadores en el Luna Park. Buen clima poblado de chicanas, dardos venenosos, chistes y respeto entre los músicos. Ese camino largo y sinuoso del que habla Kreimer y que siempre se rumoreó entre los fanáticos de Los Viola, no se muestra fácil en la película, pero para los de sentidos rápidos y perspicaces está ahí.
Los Violadores en el Luna Punk (Argentina, 2017), de Juan Riggirozzi, 51′.
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