Parecería que todos estamos de acuerdo en que Refugiado, película sobre mujer golpeada, podría haber sido mucho peor. Sin duda, el terreno se ofrecía a golpes bajos, a panfletos mal filmados, a denuncia de algo que ya está bastante denunciado y que, por tanto, podía caer en el simple lugar común. Lerman pareciera evitar todo eso. Sin embargo, hay algo que no resulta del todo claro y es hasta qué punto una mayor elegancia en la narración equivale efectivamente a algo esencialmente diferente a un golpe bajo o un panfleto.
Los dos momentos más interesantes de la película están vinculados con el personaje del hijo: por un lado, el principio, con pelotero, viaje en auto y la revelación de encontrar a la madre tirada en el suelo; por otro, ya en el refugio para mujeres, cuando el hijo se encuentra con una nena y los dos salen a jugar por los baños de la institución. Son los dos momentos que le permiten respirar a la película, cuando la lógica de la narración le cede lugar a la lógica de la inocencia y este personaje (el hijo) logra un espesor, un accionar propio que lo define como personaje en sí mismo, al margen de la trama en la que está envuelto. Pero esos dos momentos son escasos en una película que, por más que juegue a estar narrada desde el punto de vista del niño, tiene su centro indiscutible (narrativo y temático) en la figura de la madre.
Lerman decide, como parte de su estrategia, arrancar la película ahí donde terminó el abuso: la mujer golpeada, inconsciente, en el piso de su departamento. Esa parecería ser su mayor garantía de sobriedad, el seguro de que Refugiado no va a caer en el golpe bajo. Sin embargo, hay dos decisiones narrativas que vuelven a arrastrar a la película a los terrenos de los que dice querer salir.
Por un lado, la paradoja evidente (aunque burocrática) de no mostrar la escena de la golpiza, pero sí mostrar el interrogatorio en el que la golpeada le narra a un círculo de mujeres cómo fue que su marido la golpeó y por qué. Más allá del hecho de que en ese punto se aleja definitivamente del punto de vista infantil (dejando afuera ya de entrada ese juego al que intenta jugar), resulta extraño que la violencia excluida vuelva a reptar dentro de la película a través de la palabra. El trabajo de Lerman no es, entonces, dejar afuera la violencia, sino simplemente moderarla a través de ese círculo de señoras, que funcionan como contención instantánea a esa violencia, como avatar del público que escucha un relato terrible y quiere darle unas palmaditas a su víctima/protagonista.
Por otro lado, la decisión de jugar con el suspense más puro y duro en una película de narración débil, como simple artefacto de tensión. Se dirá: la tensión en la escena de la vuelta al departamento es un truco para hacerle sentir al espectador el miedo que siente la protagonista. Sea, pero ¿no se suponía que queríamos trabajar alejados de los golpes bajos? Además, el miedo de la protagonista había quedado más que establecido en la caminata paranoica por las calles de noche que vimos un par de secuencias antes. Si sumamos a esto que la tensión se construye gracias a un caprichito del nene (que no los había hecho antes y que no los vuelve a hacer), toda la escena se vuelve un poco canallesca.
En definitiva, mientras miraba la escena de la vuelta inminente del marido al departamento, con ellos ahí encerrados, lo que me encontraba esperando como espectador era que finalmente se produjera el encuentro, el choque, la explosión cinematográfica de esa violencia que Lerman venía construyendo “sutilmente” y que es el centro de esta película. Un choque con el marido le hubiera aportado una cuota de realidad a esto que termina por parecerse mucho a una hoja de denuncia y no a una película. Sí, casi no hay personajes en Refugiado que articulen denuncias obvias sobre la violencia de género, pero esta película supuestamente sobria, absorbida por la denuncia que no se anima a terminar de hacer, elegante en su narración pero que no se termina de jugar por mostrar lo que quiere mostrar, se parece bastante a la corrección política.
Un poco de enchastre y mugre le hubiera venido bien a esta moderada película que trata de forma sobria una situación de violencia extrema y que, al final, no parece tener nada interesante que decir sobre su tema.
Refugiado (Argentina,2014), de Diego Lerman, c/Julieta Díaz, Sebastián Molinaro, Marta Lubos, 94′.
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