rererEl DocBsAs crece y se hace inabarcable adaptando el mandato bíblico a su raíz cinéfila. Algunas, pocas, películas que vi en esta edición son un buen ejemplo de tal expansión.

Boulevards del crepúsculo (Francia, 1992), de Edgardo Cozarinsky. Una de las películas más citadas, valoradas y al mismo tiempo menos vista del múltiple Edgardo. Verla por primera vez en pantalla grande y en una copia de buena calidad confirma y engrandece sus virtudes. En la historia argentina de dos célebres actores franceses, la Reneé Falconetti de Juana de Arco de Dreyer, y  Robert Le Vigan, coprotagonista de El muelle de las brumas entre tantas otras películas francesas de preguerra, Cozarinsky encuentra en ellos el mismo destino de extranjería con que él se inviste para llevar adelante muchas de sus películas. Arraigo y desarraigo como dos caras de una misma forma de enfrentar al mundo y la propia existencia. Falconetti encabezando compañías en la Alianza Fracesa, haciendo clásicos en su idioma, muriendo casi ignota en Buenos Aires, exiliada por la guerra y su antipatía hacia el nazismo y el gobierno de Vichy. Le Vigan como su contrafigura, colaboracionista y admirador del nazismo, preso luego de la guerra, exiliado más tarde en España, con la ayuda de Céline, refugiado luego en el múltiple aguantadero nazifascista argentino de posguerra; su carrera terminada, su exilio interno en Tandil (el mismo de Gombrowicz otro exiliado célebre), su muerte anónima. Como casi toda la filmografía de Cozarinsky, Boulevards… es una película de investigación: de sus protagonistas, del tiempo y el mundo que habitaron, de sus vidas y por sobre todo de la propia historia y la subjetividad del director, puesta en juego, cambiante, agresivamente política, cinéfila y por lo tanto nostálgica, pero siempre en marcha, sin importarle adónde conduce el camino o siquiera si lo hay por delante.

Agua plateada, autorretrato de Siria (Francia-Siria 2014), de Ossama Mohammed. Wiam Simav Bedirxan. Hace algunos años el cineasta argentino Mauro Andrizzi dirigió Iraqi shorts films, una atípica película sobre la guerra civil e imperialista de Irak en el largo intervalo entre la caída de Saddam y su muerte. Montada en base a films subidos a la web por miembros de uno y otro bando, la supuesta distancia y falta de riesgo del director, alejado físicamente del conflicto, no involucrado en forma directa con ninguna de las partes, se disolvía en la contundencia de las imágenes, una visión subjetiva, casi doméstica de la guerra, que de tal forma agrandaba su horror e involucraba a cada espectador. Agua plateada… se asemeja en el procedimiento; Ossama Mohammed, exiliado en Francia monta escenas de la guerra civil siria, obtenidas por él de la web o posteadas por Bedirxan, una kurda que elige quedarse en su patria hasta el final y con la que el codirector sirio se comunica a través de posteos de creciente dolor y desesperanza. La dureza de las imágenes es implacable, el tono elegíaco que Mohammed le da en su relato en off y en el montaje, las contrastan y complementan con el rigor inevitable de la poesía. Una poesía que, de forma inevitable, bordea lo necrofílico y al mismo tiempo lo evita tratando de que su voz y sus imágenes actúen como un  urgente mensaje de ayuda y salvación.

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Punto de partida (Francia, 1994) de Robert Kramer. El norteamericano Robert Kramer murió hacia fines del siglo pasado. Su cine documental no había alcanzado el reconocimiento que merecía. Unos años después de su muerte el Bafici le dedicó una retrospectiva en la que vimos Ruta 1 América, un recorrido de cuatro horas por la carretera que fue la versión estadounidense de la Panamericana. Desde la frontera con Canadá hasta el sur de Miami, el recién llegado Kramer de entonces retrataba con una notable capacidad de registro las contradicciones que conviven en esa especie de suma de países que conocemos como EEUU; un territorio que Kramer había abandonado muchos años antes, un hombre de izquierda militante contra la guerra de Vietnam que había filmado una película en el entonces Vietnam del Norte, lo que le había valido el habitual repudio xenófobo norteamericano y el exilio de su país. Los años posteriores a su regreso final los pasó en Francia, en donde continuó con dificultades su carrera. De esa época es Punto de partida, su vuelta a Vietnam, ahora unificado, más de veinte años después de terminada la guerra; un retorno marcado por un discreto desencanto, entre las trabas de la censura sovietizada y los brotes capitalistas que ya entonces se dejaban ver en la reconstrucción. Kramer aprovecha las limitaciones de la censura para profundizar en la vida y el quehacer de sus personajes: un traductor del Quijote y otros libros célebres de Occidente, obreros y trabajadores que recuerdan la guerra  sin dejar de hacer sus trabajos; un grupo de estudiantes de cine, participantes de un taller dado por el propio director que discuten sobre la guerra, el realismo y la representación. Presente en el DocBsas Richard Copans, productor, discípulo y amigo (quien también exhibió un film propio, Un amor), complementó el recuerdo de la figura de Kramer y su obra con una emoción que dio cuenta de lo que significó la vida y la obra del cineasta estadounidense.

27_Pino8_y_los_3_png_470x470_detail_q85Pinochet y sus tres generales (Francia, 2004) de José María Berzosa. La película comienza con una serie de imágenes bien conocidas sobre el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, que terminó con el gobierno popular de Salvador Allende y con la vida de éste. Esta introducción informativa es redundante según avanza la película, centrada en los tres comandantes de la junta militar golpista que acompañó a Pinochet, el General del aire Gustavo Leigh, el Almirante José Toribio Merino y el General Director de Carabineros César Mendoza; todos ellos en sus funciones, su vida cotidiana, sus opiniones. Este material, en apariencia tomado con finalidades de promoción y que se intercala, otra vez con poco suceso narrativo, con testimonios de familiares de desaparecidos de la dictadura, brilla con el fulgor consumido de la materia oscura. Las vidas ejemplares de los tres generales hablan por sí solas del horror y el vacío, lo hacen desde la mediocridad y la nada de seres humanos que arman su vida siguiendo estereotipos en los que terminan por creer a falta de mejor causa. Cada uno de ellos aparece en sus despachos, vistiendo sus galas oficiales, opinando sobre la actualidad política y social de su época, atados al rigor de su disciplina militar, con la convicción profesional de Leigh o la tímida y tambaleante certeza de Mendoza. Después, otra vez cada uno, en su vida familiar con esposas, nietos y casas burguesas con parque, sol y aire libre (¿Es libre el aire de la opresión?). El imaginario sobre el que estos hombres parecen haber construido sus vidas es el de las familias estadounidenses de los años cincuenta conforme la narrativa de las  Selecciones del Reader´s Digest. Hay que ver al General Mendoza en el living de su casa, acompañado de su funcional esposa, respondiendo turbado a las preguntas sobre su vida y sus gustos, revelando culposamente su ignorancia e incomodidad, levantándose de su sillón para poner un disco en el “combinado” (el mastodóntico reproductor de música de nuestro pasado, cuya presencia en el centro de reunión familiar junto al no menos enorme televisor de entonces era un signo de clase, pertenencia y tranquilidad, incomprensibles para quienes han crecido junto a los democráticos MP3 y similares). La música que escucha el general es “Si vas para Chile”, el popular vals interpretado en el caso por algún Ray Coniff trasandino, mientras su esposa pierde su mirada en vaya a saber qué oquedades. La secuencia tiene la fuerza expresiva de las grandes escenas de cualquier época del cine y transforma en innecesaria cualquier otra imagen del terror dictatorial, incluso las que le siguen del mismo Pinochet, dominante, el mal absoluto autoconsciente y orgulloso, frío y decidido, con algún destello hollywoodense de crueldad en su mirada y su sonrisa. La distancia entre sus grises adláteres y el General Pinochet es algo así como la diferencia entre Videla y Massera, si alguno de nosotros fuera catador de mierda. Cabe preguntarse porqué no hay registros equivalentes de nuestra dictadura. La respuesta la encontraremos, quizá, apestando en el viento.

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