Lo primero que Shaun the Sheep Movie presenta es un pasado idealizado por un futuro negligente que, poco a poco, se empiezan a contraponer: las imágenes de la juventud pierden el color y la calidez, y los personajes pierden la inocencia esperanzadora de sus miradas. Esta pérdida lleva a una alienación mutua entre el granjero y sus animales; cada cual se limita a cumplir sus roles y aprenden en conjunto a olvidar el devenir del tiempo para pasar a habitar un presente anacrónico y reciclado.
La principal víctima de esta negligencia es Shaun, personaje introducido al universo Aardman por el gran Nick Park en A Close Shave (uno de los cortos de la trilogía fundacional de Wallace & Gromit de los noventa), que, después de haber protagonizado su propia serie televisiva, llega a la pantalla grande para rebelarse contra los fantasmas de la cotidianidad y así recuperar ese pasado que de tan mítico ya parece una ilusión.
Claro que el primer punto de giro se da cuando, después de una buena esquilada que el rebaño recibe entre sollozos, Shaun organiza un plan simple pero eficaz para encerrar al capataz en un remolque y así expropiar la granja por el tiempo que dure. Sin embargo, algo termina saliendo mal… La cita a Orwell se confirma cuando la pequeña manada de ovejas (que luego serán chanchos, por no decir rusos) se encuentra frente al televisor, comiendo pizza y tomando tragos exóticos de propia invención; el rápido aburguesamiento, como no puede ser de otra manera, se derrumba de golpe y una ejemplar secuencia de absurdos que se entrelazan lleva a Shaun y a su rebaño a escapar involuntariamente hacia la gran ciudad, siguiendo la pista del granjero que ellos mismos pusieron en peligro, que más que un capitalista pasa a simbolizar a un padre ausente y estas ovejas a sus hijos que buscan despertarlo del ensueño al que la sociedad del trabajo lo condenó.
En Shaun the Sheep Movie la revolución no es socialista sino patafísica y la búsqueda del padre (que es el MacGuffin que la pone en marcha) encuentra obstáculos irrisoriamente juguetones y un antagonista sublime: el tipo que labura en Control Animal que, valiéndose apropiadamente de las convenciones de género, termina por volverse una cruza entre Terminator y Jason Voorhees. La lógica del devenir de las acciones no es realista ni lineal sino heredera del cartoon clásico y de la tradición surrealista británica, y los chistes se suceden a velocidad de vértigo para que los ojos se relaman y sonrían.
Nuevamente, Aardman Animations apuesta por una película cuya narración se vale exclusivamente de recursos visuales tanto para expresar acción como emoción, lo que transforma a la película en un objeto puramente cinematográfico. Técnicamente no es una película muda, podría decirse que es onomatopéyica, pero se siente como si lo fuera; sus secuencias de acción recuerdan más que nada a las corridas de Buster Keaton o a los desmadres de los Keystone Cops (el villano también hereda una pisca de estos), y sus gags a las sutilezas silenciosas del ya sonoro Jacques Tati.
Shaun the Sheep Movie es una delicia visual que lo único que pide del espectador para ser disfrutada es su más sincera atención; olvidarse del peso de los diálogos y dejarse llevar por las imágenes.
Shaun: el cordero (Shaun The Sheep Movie, EUA, 2015), de Mark Burton y Richard Starzak, 85′. Animación.
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