Dentro de la vasta geografía mundial, Islandia quizás configure una de las grandes incógnitas regionales debido a que sus latitudes son tan lejanas de nuestro suelo. Parte de esa extrañeza es el oír hablar en Argentina acerca del cine proveniente del país de Björk y las auroras boreales. Ergo, resulta un mérito que podamos ver en salas El cisne (Svanurinn, 2017), la ópera prima de la directora y montajista islandesa Ása Helga Hjörleifsdóttir. Esta coproducción entre Islandia, Alemania y Estonia toma como punto de la partida la novela homónima del escritor Gudbergur Bergsson para contar un coming of age que funciona como perfecto eslabón entre la cultura islandesa y el resto del mundo. Sól, de tan solo nueve años, es la protagonista de esta historia y quien recibe como castigo por su mal comportamiento una estadía en un austero paraje rural donde sus tíos la introducen en el trabajo de campo.

Dueña de una introspección que suele aislarla de los niños de su edad, Sól se muestra taciturna aunque también alegre y poseedora de una imaginación desbordante. Sus tíos son una pareja de campesinos presentada con una rudeza y frialdad que tal vez nos recuerde un poco al cine de Albertina Carri. Hjörleifsdóttir los filma distantes y marcadamente esquemáticos, acostumbrados a alojar huéspedes que durante el verano colaboran en la faena diaria. Todo parece mejorar para Sól cuando conoce a Jón, un joven que tampoco siente que ese sea su lugar en el mundo, pero que no logra encontrar cauce a su malestar. Jón es un personaje enigmático, su obsesión consiste en escribir compulsivamente unos diarios que fantasea con algún día publicar; tal vez sea esa vida agreste, llena de horarios y crudo aprendizaje, lo único que puede asir sus pies a la tierra. Sin embargo, es Jón quien conoce los secretos de esta familia y logra vislumbrar la falta de conexión entre sus miembros, poniéndolo de manifiesto en sus escritos.

La intempestiva aparición de la hija de los agricultores, Ásta, llega para desdibujar la existencia de todo este entramado familiar. Ella representa la modernidad, la vida bohemia, no teme incomodar ni demostrar lo repulsivas que le parecen estas viejas estructuras de las que ya se siente tan lejana. Como cualquier joven de ciudad que aterriza forzosamente en su antiguo hogar familiar, Ásta no logra encajar y es dueña de  una personalidad avasallante y absolutamente demandante. Sin embargo, tampoco parece ser el Berlín del que vuelve el lugar en el que desea estar cuando todo se derrumba, ya que lo que verdaderamente la une a su tierra natal es el amor de un novio que la dejó. En una escena donde todo el pueblo asiste a una demostración de equitación, la madre de Ásta busca establecer complicidad con ella y remarca lo pretenciosa y vacía que le resulta esta actividad, palabras que a Ásta no la dejan indiferente –En lo único que piensas es en la utilidad. La utilidad de los animales. La utilidad de la gente. Yendo de un lugar a otro. Sobreviviendo. Tan pronto como algo más complejo se pone en tu camino, algo como esto, no tienes idea de cómo manejarlo-. De alguna manera, este breve intercambio funciona como esqueleto de toda la película: el homo faber versus el homo ludens, la razón contrapuesta al juego y el deseo. Las formas de la rutina y del “deber ser” enfrentadas al puro vuelo creativo y a la liberación de las emociones.

Sól desarrolla una relación muy profunda con los animales. Podemos ver que se siente reflejada en la libertad de los caballos, dejándolo claro a través del sueño en el que un caballo golpea y mata a las dos personas que más desagrado le producen: Ásta y su padre.

Hacia el final, resulta un tanto forzado el episodio que marca el destino de Jón y la poca repercusión que genera ese suceso en quienes conviven con él, especialmente en Sól, con quien mantenía el lazo más sincero de toda la película. Quizás sea este episodio el que le quita fuerza al relato hacia el final, generando una inesperada complicidad entre Sól y Ásta. De todas formas, es válido reconocer que justamente son los secretos los que van dando forma a la trama.

Este retrato de la bucólica vida en la Islandia rural nos demuestra que hay conflictos que trascienden la cultura. Nos presenta una juventud hambrienta de experiencias, de libertad y con un profundo malestar producto del único camino que les plantea posible el sistema. La respuesta hacia el final de la película es esperanzadora. Tal vez sea conveniente centrarnos en la mirada final de ese cisne blanco que dirige sus ojos a los de Sól y sea la sonrisa de la niña el refugio que conserve con vida esa profunda esperanza.

Calificación: 8/ 10

El cisne (Svanurinn, Islandia/Alemania/Estonia, 2017). Dirección: Ása Helga Hjörleifsdóttir. Guion: Ása Helga Hjörleifsdóttir, Gudbergur Bergsson. Fotografía: Martin Neumeyer. Montaje: Elísabet Ronaldsdóttir, Sebastian Thümler. Elenco: Gríma Valsdóttir, Thor Kristjansson, Þuríður Blær Jóhannsdóttir, Katla M. Þorgeirsdóttir, Ingvar Eggert Sigurðsson. Duración: 91 minutos.

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