La adolescencia como tránsito implica un momento de reactualización del complejo de Edipo. Esto queda claro en el comienzo de Sanctuary (Freistatt, 2015), opera prima del realizador alemán Marc Brummund. El prólogo nos muestra a Wolfgang (Louis Hofmann), un joven de 14 años que va a bordo de su moto con cierta velocidad, feliz, de camino a su casa donde lo esperan para un festejo familiar. Mientras se va acercando al hogar una secuencia de insertos subjetivos marca la evocación de momentos felices en la playa junto a su madre. La secuencia refiere claramente el idilio amoroso entre madre e hijo. La madre aparece entonces como el objeto de sus deseos, mientras que la bikini de color ocre que ella lleva en los recuerdos expresa el sentimiento de nostalgia por ese pasado, en vías de quedar irremediablemente perdido. La fractura de esa díada se da a partir de la aparición del padrastro (del cual su madre está embarazada) y que lo desplaza de su lugar de privilegio , constituyéndose constituye entonces como el rival al cual dirige sus deseos de muerte.
En este contexto, la vestimenta de Wolfgang, emulando a James Dean, lo sitúa como un rebelde con causa. Frente a la ley paterna que prohíbe a la madre, el desafío y la rebeldía son típicas en la etapa adolescente, como intento de separarse de los padres y construir un camino propio. Heinz (Uwe Bohm), el padrastro, se posiciona como un amo absoluto, lugar que ocupa ejerciendo un pleno dominio sobre su esposa y los hijos de ella. La escena en que Wolfgang saca a la luz ante sus amigos la revista porno con que se excita el padrastro, muestra que Heinz es incapaz de tolerar las manifestaciones de Wolfgang que ponen en cuestión su lugar de poder en el hogar. La violencia física es entonces su manera de disciplinar la insurgencia de Wolfgang y de restaurar su herida imagen narcisista, validándose así como macho a partir de la sumisión de su hijastro.
El padrastro, al no contar con herramientas simbólicas del orden de una transmisión amorosa para lidiar con la lógica rebeldía de Wolfgang, opta por la salida más fácil de deshacerse de su rival. Lo envía entonces, con la aceptación de su madre, a un internado de educación cristiana para jóvenes difíciles llamado Freistatt, que corresponde al título original del film. Esta institución, situada en la Baja Sajonia, fue una de las más duras que funcionaron en la República Federal Alemana, hasta mediados de los años 70, en que se modernizó su pedagogía.
La película es entonces una ficción realista, basada en acontecimientos reales, y que tiene la particularidad de haber sido rodada en los escenarios originales en los que ocurrieron algunos de los hechos que se recrean en el film. Más específicamente se trata de un coming of age, que está narrado desde la perspectiva de Wolfang en tanto protagonista. La llegada del joven rebelde a Freistatt marca para él la iniciación en un mundo de horror, donde deberá apelar al uso de la violencia para poder sobrevivir.
El director del internado es Brockmann (Alexander Held), un hombre con características psicopáticas, suerte de doble de la figura del padrastro, que se constituye en el villano y principal oponente en el objetivo de huir de la institución que comienza a pergeñar Wolfgang, no bien se da cuenta del terrorífico infierno en el que se encuentra. Brockmann es el Señor del lugar, que desde su oficina controla la correspondencia de los internos a sus familias e intercepta la que envían sus familiares, fundando así un orden cerrado. Sus secuaces y ejecutores del trabajo sucio que ordena ese amo absoluto y totalitario son el Hermano Wilde (Stephan Grossmann) y el Hermano Krapp (Max Riemelt). A su vez, esta estructura de poder jerárquico sostenida en la dominación se replica en el interior del alumnado, que responde a las directivas de Bernd (Enno Trebs), un joven de mayor edad que el resto, alcahuete de los Hermanos, cuya posición de superioridad está marcada al sentarse en la cabecera en la mesa donde reciben las comidas.
El director del internado aplica una pedagogía de tipo conductista, basada en premios y castigos, con rígida disciplina de tipo militarizada (como lo muestra la formación en el patio y la marcha hasta los vagones manuales que los llevan por rieles hasta la zona de trabajo), como modo de corregir a los jóvenes díscolos y revoltosos. Así, los Hermanos vigilan a los internos durante la extenuante e inhumana jornada laboral de extracción de turba en los pantanos aledaños al complejo y se encargan de mantener su productividad a golpe de fusta, especialmente sobre aquellos más débiles o diferentes. Por su parte, Bernd no sólo es quien autoriza el momento en que pueden hablar durante la mesa, sino que fundamentalmente se encarga de disciplinar por la violencia bruta y puertas adentro (bajo la mirada cómplice de los hermanos) a los novatos que desconocen las reglas o a aquellos compañeros cuya flaqueza o insubordinación deriva en la decisión de privación de la cena o en la quita de premios valiosos como el tabaco por parte del director. Freisttat funciona entonces como una institución reeducativa que se rige bajo el modelo de la sociedad disciplinaria, al decir de Foucault.
Un detalle significativo es que, al ingresar a la institución, los jóvenes renuncian a su identidad. Al tener que ceder sus ropas y pertenencias, pasan al anonimato del uniforme que los iguala en tanto desechos rechazados por el orden social familiar. Esta pérdida de las marcas identitarias que los deshumaniza es la que habilita que personas que quizá en su vida social puedan ser consideradas como ciudadanos modelo, descarguen su odio sobre los restos de la sociedad. Así los trabajos forzados, la violencia física, las vejaciones y los castigos que involucran tortura física y sadismo, al límite de la muerte, encuentran la justificación ideológica que fuerza los límites morales.
Desde lo formal, el director acompaña estas escenas de maltrato con una paleta de predominio en la gama de los azules y ambientes en penumbra o nocturnos, mientras que las escenas exteriores se destacan por el clima frio y por los planos abiertos, dando cuenta de la pequeñez de los jóvenes ante la naturaleza hostil del pantano que rodea al internado. El director transmite así la atmósfera de encierro desolador en ese orden de hierro, que contrasta con la luminosidad cálida de las evocaciones y expresiones de deseo hacia la madre que tiene Wolfgang en uno de sus momentos de mayor desfallecimiento, así como con el nostálgico ocre del paraíso perdido con que se identifica a la madre y a los ambientes de la casa familiar.
Otra cuestión interesante a señalar es el título de la película en español: Refugio. Por un lado, hace referencia al lugar que se encuentra dentro de la órbita de la Iglesia, donde encontrarían protección y amparo los jóvenes descarriados. Pero al mismo tiempo, por esa misma característica, funciona como la fachada perfecta donde, en aislamiento del contexto exterior, pueden llevarse a acabo todo tipo de atrocidades con impunidad. Se revela así la doble cara de la disociación psicopática que encarna Brockmann en el acto de pegar y torturar sádicamente a aquellos que se rebelen y al mismo tiempo como aquel que los abraza y cobija cuando se encuentran doblegados y quebrados. Él es el amo absoluto que al mismo tiempo que ejerce su sadismo y apunta a la angustia del otro, se oferta como el salvador ya que tiene el poder de establecer el límite al dolor, que siempre es fijado al borde de las fuerzas vitales de sus esclavos.
Por supuesto que nuestro héroe cuenta también con sus aliados para lograr su anhelo de libertad. Uno es Angélica (Anna Bullard), la hija del director del reformatorio, que se convierte en el interés romántico de Wolfgang. Obviamente sumida bajo el yugo de los designios paternos, la joven es, junto a la huerta, la posesión más sagrada de Brockmann, lo cual la caracteriza con esa aura de fruto prohibido, que por eso mismo enciende el deseo. Sus buenas intenciones de ayudar a Wolfgang, haciendo pasar una carta de auxilio a su madre o proporcionándole una llave para que huya en la noche de Navidad, serán infructuosas al ser interceptadas por el amo y señor de Freistatt. El otro aliado es Anton (Langston Uibel), un interno de color que dice ser de Osnabruck, como Wolfgang, para ganar su amistad; fanático de la música, que le cede provisiones a cambio de obtener su protección y que se convierte en el compañero de aventuras con quien Wolfgang emprende el intento de huida que resulta más exitoso. Este se produce luego de golpear violentamente al Hermano Wilde con una pala en defensa de un compañero psicológicamente afectado, que estaba siendo fustigado por éste. Lo interesante es que ambos aliados pertenecen a dos sectores tradicionalmente sometidos y silenciados por el poder patriarcal.
Ingrid (Katharina Lorenz), la madre de Wolfgang, encarna al ama de casa, esposa y madre típica de la familia tradicional de aquella época. Su posición es ambigua, por un lado parece querer proteger a su hijo pero, por otro, consiente a la voluntad de su esposo. Esto se advierte en la escena del comienzo en que acepta con sumisión la decisión de su esposo que confina a Wolfgang en Freisttat, aunque no esté de acuerdo.
Pero cuando Wolfgang escapa y regresa a la casa, se evidencia otro matiz. La posición del padre es no creer en aquello que el joven denuncia y tratar sus dichos como fantasías para engañarlos. Ingrid tiene sus dudas, pero cuando Brockmann se presenta en la casa siguiendo su rastro (pues ha encontrado a Anton), ella le plantea a su hijo querer ver las condiciones del lugar, lo cual se revela luego como una emboscada del padrastro para regresarlo al encierro. Cuando llegan al internado, Wolfgang se baja primero y, cuando Ingrid va a bajar, Heinz traba su puerta colocando el seguro. Desde afuera y desesperado, el joven se levanta su ropa mostrándole a la madre las marcas de los golpes en su torso. Ingrid se horroriza, pero no obstante le dice a Heinz que conduzca. Es cierto que Ingrid está comandada por las determinaciones sociales que la fijan al lugar de la sumisión y tutela de su esposo, incluso se puede jugar en ella una satisfacción en el lugar de la esposada, posición que no puede concientizar. Pero también es cierto que ante el horror descarnado que muestra su hijo elige cerrar los ojos. En ese punto, hay una responsabilidad subjetiva que la hace cómplice del rechazo de Heinz por ese hijo. Esta posición de Ingrid nos hace dudar de que ese hijo haya advenido para ella como metáfora del amor por el padre de Wolfgang, al cual la película deja en fuera de campo sin proporcionarnos información alguna.
Por otra parte, más allá de los acontecimientos históricos concretos a que hace referencia la película, ésta encuentra todas sus resonancias poéticas en los resabios de la estructura de los campos de concentración y el exterminio de los indeseables, ya que estos internados de disciplinamiento religioso funcionaron en Alemania desde 1945. Esta condición permite situar el film en una genealogía que lo emparienta dentro del género de iniciación con El joven Torless (Volker Schlöndorff, 1966) y La cinta blanca (Michael Haneke, 2009) y que no elude sus relaciones con El retrato del artista adolescente (James Joyce, 1916) y La ciudad y los perros (Varga Llosa, 1963).
Al mismo tiempo, la fecha del relato es clave: se trata de Junio de 1968. De esta manera, el film en sí mismo, en la búsqueda de libertad por la que pugnan los personajes, funciona fuertemente nutrido del espíritu de insurgencia contra el autoritarismo y el colonialismo que se gestó desde los movimientos estudiantiles y las bases obreras en el llamado Mayo del 68 Francés y que tuvo sus réplicas en el resto de Europa.
Si bien la película se ancla dentro de un revisionismo histórico de los modos de educación fundados en la violencia, que se reproducen automáticamente en los distintos niveles al interior de la institución de control y de sus consecuencias en la formación de los jóvenes y que continúan reproduciendo esos códigos en su inserción en la sociedad, es al día de hoy de plena vigencia. Es ilustrativa del nefasto mandato de dominio que la estructura del patriarcado impone a los hombres, que los empuja así a la violencia como modo de dar prueba de su virilidad y de evitar ser víctima de dicha violencia por parte de sus semejantes. En este punto, la contribución actual de Freisttat es la posibilidad de visualizar esta estructura y sus efectos de manera distanciada a través del film, y acaso poder detectarlos en los comportamientos, reflexionar sobre ellos y modificarlos. Es precisamente separarnos de las determinaciones dadas lo que nos permite ganar cierto grado de libertad.
Calificación: 8/10
Sanctuary (Freisttat, Alemania, 2015). Dirección: Marc Brummund. Guion: Marc Brummund, Nicole Armbruster. Fotografía: Judith Kaufman. Montaje: Hank Funck. Elenco: Louis Hofmann, Alexander Held, Stephan Grossmann, Max Riemelt, Katharina Lorenz. Duración: 104 minutos.
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