Hace casi quince años, el cuerpo congelado de una chica japonesa fue encontrado en los bosques de Dakota del Norte, cerca de Fargo. No está del todo claro qué fue lo que sucedió, pero cuando la noticia de esa muerte fue publicada en los diarios aparecieron en internet distintas versiones, en conflicto entre sí, provenientes de personas que se habían cruzado con ella. Según la leyenda urbana que se fue formando a partir de los distintos relatos, esa chica japonesa había muerto buscando el dinero que el personaje de Steve Buscemi había enterrado en algún lugar al costado de la ruta en la película de los hermanos Coen que lleva el nombre del pueblo cercano a esos bosques. Cuando David y Nathan Zellner conocieron esa leyenda urbana, comenzaron a imaginar la historia de esa chica, y ese es el origen del guión de su última película, Kumiko, the Treasure Hunter.
En el comienzo de Fargo, se lee: «Esta es una historia real. Los acontecimientos narrados en este film tuvieron lugar en Minnesota en 1987. A pedido de los sobrevivientes, los nombres han sido cambiados. Por respeto a los muertos, el resto ha sido contado exactamente como ocurrió». Esto no es cierto, los hermanos Coen se inspiraron vagamente en una historia real pero el relato que se narra es ficticio y producto de su imaginación.
El mismo texto aparece citado en el comienzo de Kumiko. Esto no es cierto, los hermanos Zellner se inspiraron vagamente en una historia real pero el relato que se narra es ficticio y producto de su imaginación. Por supuesto, el personaje Kumiko no cree que Fargo es ficción y toma al pie de la letra la advertencia en broma que los Coen usan en el comienzo de su película, lo cual da lugar a su propia aventura quijotesca. A pesar de estos juegos, Kumiko no copia a Fargo: no hay planos que imiten sus imágenes en la película de los Zellner. La película de los Coen sólo aparece como una bizarra fuente de información acerca de la ubicación de un portafolio con una gran suma de dinero enterrado al costado de una ruta en el medio oeste norteamericano. Tampoco nos encontramos con una reflexión acerca de lo documental en el cine de ficción o lo ficcional en el cine documental. Tampoco algún intrincado giro metaficcional a la Charlie Kaufman. Lo que interesa es que Kumiko cree que Fargo tiene la clave para encontrar un tesoro y ese es todo el papel que la película de los Coen cumple en la película de los Zellner.
La primera parte narra la vida de Kumiko en Tokio, en la que se hacen comprensibles sus motivaciones para viajar a Fargo con el propósito de encontrar el dinero del rescate enterrado en la película de los Coen. Aprendemos acerca de su triste y solitaria vida en un pequeño departamento, su trabajo como secretaria en una oficina, el maltrato al que es sometido por su estúpido jefe, los constantes reproches que su madre (a quien solo conocemos por su voz en el teléfono) le hace por no estar casada y no tener hijos a los 29 años. Lo que vemos se atiene a la perspectiva de esta chica deprimida y severamente disociada de su entorno, cuyas capacidades para la interacción y orientación en el mundo van disminuyendo progresivamente. Y, como es previsible, conforme su angustia se hace más insoportable y sus dificultades para seguir con su vida de manera más o menos funcional se tornan más acuciantes, crece la obsesión y la esperanza por encontrar el tesoro.
La manera en la que la película elige contar esta historia, siguiendo de manera empática la aventura de su protagonista, tiende a unificar su perspectiva con la de su desorientada «heroína». En varias escenas la cámara muestra personajes u objetos que aparecen en segundo plano desenfocados, borrosos, manteniendo nítida la figura de Kumiko. Así reproduce visualmente, por un lado, la desconexión del personaje con su entorno y, por el otro, la identificación de la perspectiva de la película con la de su protagonista. De todos modos, hay una oscilación en esta identificación y sólo al final ambas perspectivas se funden por completo. Desde las íntimas imágenes del pequeño y desordenado departamento de nuestra oficinista en Tokio hasta los planos de tono épico en la etapa final del viaje de Kumiko, expuesta a la intemperie y desolación de los campos nevados de Minnesota, merecen destacarse los aciertos en la dirección de fotografía de Sean Porter.
Un rasgo característico del cine de los hermanos Zellner es el humor conseguido a través de acciones y discursos completamente estúpidos en el marco de una historia con elementos sórdidos y protagonistas sumamente conflictuados. Pero en esta película, debido precisamente a esta perspectiva empática con su protagonista, nunca nos reímos a expensas de Kumiko, sino por la manera de comportarse de otros personajes con los que debe lidiar en Japón, o con aquellos que se va encontrando a lo largo de su aventura en el «nuevo mundo» (así es llamada ‘América’ en las letras sobreimpresas en la escena de la llegada de Kumiko a los Estados Unidos). Aquí se destacan las actuaciones de los propios hermanos Zellner, entre los varios personajes que intentan ayudar a Kumiko en “América”. (Nathan y David Zellner actúan en todos sus largos y en varias ocasiones han compuesto personajes menores en películas de otros directores indie estadounidense más conocidos. Por ejemplo: ambos tienen memorables papeles pequeños en Beeswax de Andrew Bujalski, y David hace una aparición acotada en el comienzo de Baghead, de los hermanos Duplass). El papel de Kumiko es interpretado por Rinko Kikuchi (nominada a un Oscar por su participación en Babel). Tímida y reservada en Japón, limitada por la barrera idiomática en los Estados Unidos, a pesar de estar en todas las escenas de la película la actriz no tiene demasiadas líneas de diálogo. A través de expresiones faciales y posturas corporales, Kikuchi transmite con claridad las emociones de su personaje de manera que no resulta hermético a los espectadores en ninguna fase de la película.
El hecho de estar centrada exclusivamente en la perspectiva de un personaje severamente disociado de su entorno es un aspecto que Kumiko tiene en común con los anteriores largos de su director: Zellner filma películas sobre freaks. En Goliath, un hombre que procesaba muy mal su divorcio y carecía de verdaderas relaciones con otras personas buscaba desesperadamente a su gato perdido, el único vínculo afectivo que le quedaba. En Kid-thing, una nena sin verdadera supervisión adulta responsable, continuamente cometía actos de vandalismo e incurría en diversas conductas propias de una sociópata. Al igual que en el caso de los protagonistas de Goliath y Kid-thing, que redireccionaban de manera peligrosa su frustración y angustia a través de algún comportamiento vengativo o dañino, la enajenación de Kumiko genera algunos perjuicios en quienes se cruzan con ella. Para financiar su búsqueda, roba la tarjeta de crédito de la compañía para la que trabaja. Una pequeña y probablemente justificada venganza contra sus patrones. Pero cuando el robo es advertido, se ve obligada a no pagar su habitación en un hotel y lo mismo sucede con un largo viaje en taxi. De todos modos, estos son daños colaterales: la única persona verdaderamente amenazada por su obsesión es ella misma. Kumiko no duda en ponerse en riesgo y descuidarse por completo en pos de lograr su objetivo de conseguir encontrar el tesoro enterrado en un mundo ficticio. Confundida por imágenes que cree reales, encuentra en una película su misión y en esa misión, la muerte. Sin embargo, en la película que ella no ve sino que protagoniza, la espera un final redentor en el que los productos de su imaginación son presentados como reales. Desde luego, esta no es una historia real.
Kumiko, The Treasure Hunter (EUA, 2014), de David Zellner, c/Rinko Kikuchi, Nathan Zellner, David Zellner, 105′.
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