Almuerzo:
Entrada: Jamón crudo con tomates frescos y olivas
Principal: Lasaña
Postre: Flan con dulce de leche
Cena:
Entrada: Papas rellenas gratinadas
Principal: Matambre de ternera a la napolitana
Postre: Helado
Los compromisos de la noche anterior incluyeron una “fiesta cubana” y una visita al casino, combinación que me dificultó la presencia en las funciones matinales del día 19. Es complicado sostener la inexistencia de Dios ante las evidencias que impone la ruleta. Sea en el triunfo o la derrota hay una conexión íntima entre el jugador y las alternancias de la suerte que es difícil relacionar con las fuerzas de la naturaleza ya mensuradas. Cuando los espíritus del juego acompañan parecen dictarle a uno los números que elegirá la bolita blanca, el tahúr inclusive se figura una lógica evidente en la sucesión de cifras. En cambio, cuando la energía se torna negativa el paño es un campo inabarcable, al que parecen nacerle casilleros nuevos tenazmente impredecibles.
Superadas estas revelaciones por el sueño, me acerqué a desayunar el almuerzo con entusiasmo lasañero. Ya satisfecho me fui al cine en un taxi giojista. El hombre corroboraba que se habían erradicado villas, se habían hecho caminos, cloacas, y se había ampliado la red de agua potable, al tiempo que negaba que “lo de la minería fuera para tanto”. Ya que estamos con Gioja, a esta altura del festival hartaba ver el mismo corto propagandístico antes de cada película: el gobernador sanjuanino en primerísimo primer plano contando lo que había hecho en estos diez años. Hubiera agradecido no tener que inspeccionar la dentadura de este indudable tomador de mate cada vez que me metía en una sala. Además, la longilinea cabeza del dirigente no está bien predispuesta para la apaisada pantalla cinematográfica, la mitad de la mollera le quedaba afuera del plano, haciendo que la atención se fijara en sus clorofilos colmillos.
Documentales latinoamericanos. En Doméstica, documental brasileño de Gabriel Mascaro, varios adolescentes registran a las empleadas domésticas que trabajan en sus casas. El tema viene apareciendo hace unos años en el cine latinoamericano (Santiago, de Joao Moreira Salles; Cama adentro, de Jorge Gaggero; Criada, de Matías Herrera Cordoba; Empleadas y patrones, de Abner Benaim). Una de las dificultades o peculiaridades de los documentales sobre este tema es que la empleada está demasiado condicionada para dar un testimonio. Derivar el registro en un habitante de la casa es una forma de atender esta dificultad. Los casos van desde una familia de clase media alta hasta una empleada que trabaja en lo de una mujer que, a su vez, trabaja en otras casas. Hay personajes divertidos, trágicos y tragicómicos. Cada espacio esta construido de manera singular, ya sea por la iluminación, la amplitud o la decoración. Hay pequeños momentos hermosos, cada unidad construye su argumento y sus personajes, y el film entero funciona como algo más que la suma de sus partes. En todos los episodios pueden sentirse vestigios de insatisfacción en las empleadas, como si estuvieran viviendo los restos de una vida que no fue. Las empleadoras, siempre mujeres, todas personas muy bien intencionadas hasta donde podemos ver, no pierden nunca el tono paternalista. A cada frase elogiosa que pronuncian se le podría agregar un “a pesar de ser la doméstica”.
En una de las historias, la empleada, que vive en la casa de su empleadora desde hace muchos años, queda embarazada y tiene una hija. La dueña de casa la ayuda, le regala cosas, la beba es casi una más de la familia. Es una historia de amor, cuidado y personas buenas. Pero irrumpe un plano incómodo: las dos mujeres aparecen en la imagen, una a la derecha y la otra a la izquierda, un mueble impide que se vean entre ellas. Mientras la empleada limpia los muebles arrodillada en el piso, es la dueña de casa la que, tirada en un sillón, juega con su hija. Este contraste nunca explicitado en palabras es uno de los logros de la película, deja en evidencia que, más allá de lo justos o amorosos que seamos, la relación es materialmente tan dispar que es imposible hacerla pasar por una relación de iguales.
Me volví en taxi. Esta vez el chofer era antigiojista. Admitía las obras realizadas, pero aseguraba que el problema era la contaminación por la minería. A esta altura se me empezaba a pegar el acento sanjuanino. Hablan como si te tuvieran algo de lástima o te pidieran perdón por haberte decepcionado. Hablando de decepción, en lugar de papas acudieron nuevamente a las empanadas, esta vez de jamón y queso, si es que algo que no esté relleno de carne se puede llamar empanada.
Después de la cena todos se fueron a ver No, del chileno Pablo Larrain. Yo, confiado en que se estrenará en Buenos Aires, me fui a ver Horas extra, un documental ecuatoriano sobre el diario sensacionalista más vendido de ese país, algo así como el Tinta roja (documental sobre el diario Crónica) ecuatoriano. No es aburrido, es moderadamente interesante, no tiene la intensidad de la película de Guarini y Céspedes. El director del diario es el personaje estrella. Aunque se lo ve sentado, se adivina que es petiso y cabezón. Tiene un reloj enorme, una cadena plateada por arriba de la remera y una 9 mmen el escritorio. El tipo dice que cuando lo llamaron para el puesto le dijeron: “todos me dicen que eres un hijo de puta, pero nadie me dijo que eras mal periodista”.
Almuerzo:
Entrada: Tarta de choclo con ensalada de tomate y lechuga
Principal: Milanesa de ternera con puré de papas
Postre: Helado
Cena:
Entrada: Hojas verdes, parmesano, olivas, tomates y focaccia
Principal: Pechuga a la portuguesa sobre puré de papas
Postre: Flan de la casa
Último día del festival como lo conocimos. Hasta ayer habían pasado tres días y sentía que estaba en San Juan hacía dos semanas. Hoy tengo la sensación de que llegué ayer y ya me tengo que ir. Después de recomendar a todo el que quisiera escuchar El gran simulador, la gran película de Nestor Frenkel sobre el gran René Lavand, me fui a ver En el nombre de la hija. Es una película ecuatoriana del género películas “reconfortaprogres”. Los tópicos del género son sencillos: los malos son de derecha, católicos, racistas, homofóbicos y antiabortistas, todo junto; los buenos son lo opuesto y tienen alguna inclinación artística; se nombran y veneran artistas canonizados; es habitual que los niños comprendan todo y sean los que enuncian el discurso del film.
En En el nombre de la hija la cuestión era que una pareja de militantes de izquierda dejaba a sus hijos, una nena de unos diez u once años y un nene más chico, en la casa de los conservadores abuelos maternos. Mientras tanto, según se deduce, ellos se iban a hacer la revolución a algún lado. Obviamente la nena se enfrenta tenazmente a sus abuelos. Por más simpatía que nos inspire su discurso, la nena termina siendo un pichón de Stalin, no había estandarte revolucionario que no levantara y jamás, pero jamás, se reía. Durante gran parte de la película creí que la nena era la voz de la directora, Tania Hermida P. (así, con esa P. misteriosa), pero cerca del final aparece un tío esquizofrénico que interpela a esta niña ahogada de seguridades. La película cambia el discurso revolucionario delirante por un discurso delirante a secas, esa aberración tan usual que es la reivindicación de la locura como verdad superior. La directora estaba en la sala. Resultó ser una persona hermosa. Contó que hay algo de ella en la nena, que de chica se vio atrapada por esa lucha de dogmas que se muestra en el film, pero que ella intenta mostrar eso críticamente. Lamentablemente no es ese el espíritu que transmite su obra.
El último día de un festival es como el último día de la escuela, sigue habiendo obligaciones, pero se cumplen livianamente. La gente sale a conocer la ciudad y comprar regalos. Hay que hacer tiempo hasta la hora de la ceremonia de cierre y entrega de premios. Las comidas siempre ayudan en esta tarea, aunque la tarta de choclo trafique lo que sobró de los canelones del día anterior.
Antes de la entrega corren los rumores: que Wakolda, que Gael García Bernal, que un premio especial del jurado para Insurgentespremiando a un director latinoamericano histórico (el boliviano Jorge Sanjinés). El festival UNASUR es un festival político, no es un secreto ni un defecto. No son muchas las novedades, sí es una buena oportunidad para concentrarse en el cine latinoamericano. Hay premios para todos los rubros incluso en los cortometrajes y evidentemente la intención es repartirlos. Dentro de este espíritu político no es raro que se premien actores consagrados como García Bernal y Natalia Oreiro, es una forma de promocionarse. Algo parecido puede decirse de Wakolda, premio que subió a recibir Luis Puenzo en nombre de su hija. Supongo que un empujoncito más para su posterior selección a los Oscar. Wakolda es una película con aires de profundidad, se podría decir de qualité, todo prolijo, todo en su lugar, un tema supuestamente importante o serio en un contexto algo tibio. Debe ser una de las primeras películas argentinas con nazis, debería haber más, los nazis siempre quedan bien, son muy cinematográficos.
En Wakolda se destacan los actores, como suelen decir los críticos. Florencia Bado es una de esas personas que parecen nacer para el cine, ilumina la pantalla. El de Natalia Oreiro debe ser el personaje más atractivo, con su argentinidad (o uruguayidad) tan familiar manchada de perturbadora simpatía nazi.
En la competencia de documentales ganó merecidamente La chica del sur, aunque todos los que vi (de todos hablé en estas páginas) eran muy buenos. No considero que Los posibles sea un documental, porque no funciona como documento o testimonio de la obra de teatro sino como obra en sí. Claro que entonces no habría donde ponerlo, una discusión demasiado abstracta tal vez.
Cierre con cine. Al final de la ceremonia se proyectó Los nadies, una película realizada en San Juan con dirección de Néstor Sánchez Sotelo. El Centro de convenciones donde se desarrolló el acto estaba lleno de gente, muchos sin butaca. Además, el clima no tenía la solemnidad mínima habitual en una sala de cine. Proyectar una película en esas condiciones era, al menos, jugado; una de esas decisiones seductoras del caos que el kirchnerismo toma contra todos los pronósticos. No salió mal, varios nos sentamos en el piso y si alguien se aburrió, supongo que se fue.
Si bien la película gira alrededor de un basural convertido en planta recicladora durante el gobierno de Gioja, podría haber sido más burdamente propagandística de lo que es. La heroína es Natalia (Guadalupe Docampo), una pinche de algún Ministerio provincial. A ella le dan una tarea menor en el basural, desde ahí impulsa el cambio convenciendo a las autoridades del Ministerio, quienes se quedan con el crédito público, lo que no está mal, ese es su trabajo. Arturo Bonin es el Ministro bueno y Gustavo Garzón (al que le sale muy graciosa la tonada sanjuanina) el personal jerárquico malo. La parte complicada viene con los habitantes del basural. Los últimos años de películas en los márgenes protagonizadas por no actores hacen que sea difícil ver gente disfrazada de pobre sin sentir un extrañamiento. En ese contexto la rompe Chucho Fernandez con su actuación excesiva y de dicción casi inentendible.
Cuando salimos, en la alfombra roja seguía haciendo fiaca un perrito negro que nos ignoró a la entrada. En algún momento alguien de la organización o de seguridad lo empujó delicadamente con el pie. El tipo (me refiero al perro) levantó la cabeza, miró para todos lados con los ojos entrecerrados y siguió durmiendo. Tanto a él como al de seguridad les pareció que estaba bien así, con un poquito de desorden latinoamericano.
Aquí pueden leer la primera crónica del festival 2013.
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