Vi Imágenes paganas en el cine Gaumont. Lloré cuando terminó la película y, sin estar seguro de por qué exactamente, seguí llorando mientras caminaba por la calle, rumbo al subte. Al llegar a casa, hice un comentario en mi muro de Facebook, donde -con esa imprecisión que caracteriza el lenguaje propio de las redes sociales- puse algo así como que nos falta un Simon Reynolds argentino que nos explique la importancia y relevancia que, finalmente, tuvo Federico Moura. Andy Andersen (el famoso librero de Lilith) respondió mi comentario con un enlace que redireccionaba hacia una nota titulada “la banda de los putitos”. Se trata de un comentario que escribió Martín Zariello en su blog, a propósito de Virus. En ella, se realiza una suerte de ajuste de cuentas, en el que el polémico mensaje pareciera ser que Federico Moura fue mucho más original y, a su manera, transgresor, que -por ejemplo- Luca Prodan. Es muy difícil entender un proceso cultural mientras está sucediendo. Pero podemos mirar en retrospectiva y desmentir ciertos tópicos que otrora resultaron funcionales. No podemos cambiar la historia, cuyo transcurso parece articularse según reglas propias, pero podemos realizar múltiples lecturas de los acontecimientos y acaso tengamos que realizar todas las lecturas posibles hasta dar con algo parecido a la verdad. Quizás es nuestro deber, como intelectuales y personas con cierta sensibilidad y criterio.

Considero a Luca Prodan un genio absoluto y un referente obligatorio del rock argentino, sea lo que eso sea y, simultáneamente, considero a Federico Moura en los mismos y exactos términos. Básicamente, no me parece relevante la supuesta dicotomía entre River-Boca (menos aún, aplicada al arte). No obstante, me parece que acierta Martín Zariello cuando deja entrever la complejidad que subyace en la pose frívola que sostenía Federico Moura. Detrás de esa aparente liviandad, acaso hay más subversión y rock que detrás de cualquier pose rockera. También acierta Martín Zariello cuando sugiere que esta operatoria, que llevó a cabo Federico Moura, abrió la brecha por la que luego transitarían bandas que hoy nos parecen novedosas pero que, en realidad, no lo son tanto.

Nuevamente, me parece que nos falta un Simon Reynolds argentino que nos explique la importancia que tuvo y tiene Federico Moura. Esa importancia no está relacionada con las innovaciones posibles o imposibles en materia musical, ni con las letras de sus canciones, ni con nada en particular. Es algo más esquivo y difícil de definir, pero evidente. Es algo relacionado con cierta sensibilidad iconoclasta, y Federico Moura, digámoslo de una vez, fue un iconoclasta.

Soy capaz de escuchar Miranda y disfrutarlo. (Es mentira y Sin restricciones me parecen dos discos fundamentales). Ni que decir tengo de Babasónicos (soy seguidor de la banda desde que existen hasta el presente), por no mencionar a Adicta (hablando de ajuste de cuentas… ¿algún día nos caerá la ficha de que esa obra maestra que es Shh pasó casi desapercibida?). Etcétera, etcétera.

No obstante, no soy un neófito: esta sensibilidad, digo, la expresó antes Federico Moura y esto no desmerece la calidad de la obra de las bandas posteriores (las mencionadas y tantas otras que, de manera indirecta, abrevaron en sus aguas, desde Soda Stereo en adelante). Pero, si vamos a ser sinceros, lo cierto es que aunque musicalmente haya existido una evidente evolución, aunque el rock y la industria y su consumo y todo se haya sofisticado y perfeccionado, Federico Moura fue un verdadero precursor, un adelantado a su época y su aporte ha sido fundamental y todavía hoy estamos en deuda con él.

Y todo esto, sin mencionar aspectos que trascienden lo musical, a los que la figura de Federico Moura también permanece asociada y que todavía hoy son motivos de debates tremendamente actuales y vigentes, como el matrimonio igualitario, la discriminación por ser gay, el HIV, etcétera.

En conclusión, la complejidad del personaje es tal y su riqueza tan grande, que lo esencial termina diluyéndose o perdiéndose entre tantas capas. Y acaso en esto pensaban los realizadores de Imágenes paganas cuando se plantearon cómo abordar un documental sobre la vida y la obra de Federico Moura. A fin de cuentas, acumular archivos de imagen y video, entrevistas, comentarios, documentos… habla y no habla sobre Federico Moura y sobre su repercusión e influencia.

Entonces, si al final es imposible dar cuenta de la complejidad del personaje ¿qué sentido tiene hablar sobre él?

Bueno, se pueden ensayar varias respuestas.

En principio, diré una vez más, lo que vengo repitiendo desde que publiqué mi libro sobre Philip Dick, allá por el año 2011: a veces el acierto de un crítico es hacer foco sobre un autor atractivo, más allá de su destreza para retratar la genialidad del autor en sí.

Lo que quiero decir con esto es que si Sergio Constantino no hizo el mejor documental posible sobre Federico Moura, al menos hizo un documental sobre Federico Moura y eso tiene un mérito innegable, que desmerecer sería deshonesto.

Fíjense que Sergio Constantino es co-director del documental Buen día, día sobre Miguel Abuelo, del que se podría decir otro tanto.

En un caso y otro, la premisa es la misma. El acierto y el mérito, me parece a mí, es hacer foco donde hay que hacer foco. Miguel Abuelo y Federico Moura fueron unos genios absolutos, impresionantes, increíbles. La estela de su impacto todavía perdura. Sergio Constantino lo advirtió y, aunque quizás no es posible llegar al corazón de un artista, ni de una obra de arte, hizo lo que pudo, con los elementos de los que dispuso. Y el resultado es muy noble.

No estoy seguro de que, en lo personal, me guste esa mezcla de ficción y documental que, por lo que parece, viene convirtiéndose en el modus operandi del director. (Buen día, día e Imágenes paganas comparten esta misma operatoria). Tampoco estoy seguro de preferir un documental más clásico, de corte televisivo. En cualquier caso, no queda opacada ni eclipsada la belleza de los personajes retratados. Simplemente, se convierte en un detalle bastante peculiar, que es imposible de obviar, porque descoloca y sorprende. Acaso porque estamos acostumbrados a otra cosa o porque tenemos la creencia heredada de que un documental tiene necesariamente que ser así o asá (lo cual no es cierto).

Recomiendo sinceramente ir al cine a ver Imágenes paganas, porque nos obliga inevitablemente a pensar y volver a pensar sobre todas estas cuestiones y otras, acaso más importantes y fundamentales, que ni siquiera mencioné, como lo son el pasado reciente de la Argentina, su historia política, la dictadura militar, la represión, el rock, la liberación que supone el arte, etcétera.

¿Por qué lloré cuando terminó la película? ¿Por qué lloré cuando caminaba por la Avenida Corrientes pensando en ella? Acaso porque, en ese entonces, Federico Moura me pareció tangible. El paisaje retratado en el documental es el mismo paisaje con el que uno se cruza a la salida del Gaumont, por ejemplo. Federico Moura caminaba por esas mismas calles. Su historia es nuestra historia y está atravesada de glamour, pero también de tragedia.

O juremos con gloria morir.

 

Imágenes paganas (Argentina, 2013), de Sergio Costantino, c/ Federico Moura, Marcelo Moura, Julio Moura, Velia Moura, Daniel Sbarra, 82’.

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