Where-the-Devil-HidesEs lo que hay. Este parece ser un pésimo año para el cine de terror. No es que no se estén produciendo buenas películas, pero esto no se ve reflejado en nuestra cartelera. En lo que va del 2015 viene haciendo gala de un criterio de selección que parece evidenciar un desprecio o un absoluto desinterés por el género. La Gran Industria también viene relegándolo de su agenda mainstream, quedando entonces reducido a producciones independientes de mediano a bajo presupuesto, sin estrellas y abocadas a la serialización de estéticas y/o subgéneros (ya sea mediante la saga o simplemente desde la imitación) que no aportan nada nuevo y se tornan por demás previsibles. Ya ni los golpes de efecto provocan sobresaltos.

Este cine circula con mayor éxito por circuitos alternativos como festivales y cineclubes, que proyectan si no las mejores al menos las más curiosas realizaciones, y por internet, donde muchas pueden ser vistas o descargadas incluso meses antes de llegar a los cines, cuando llegan. Mientras se posterga el estreno de la prometedora Te sigue (It Follows) anunciado para este mes, alimentando las expectativas generadas a raíz de la ola de comentarios y críticas entusiastas de quienes pudieron verla durante las últimas ediciones del Festival de Mar del Plata y del BAFICI, los amantes del género tenemos que contentarnos con remakes innecesarias (la inminente Poltergeist 3D), found footages insípidas (la innecesaria Exists) y mezcolanzas incongruentes como Donde se esconde el diablo, de Christian E. Christiansen.

Lo primero que hice fue averiguar quién era este dinamarqués aterrizado en Hollywood para conocer un poco más de su obra y ver si acaso no estaba a punto de descubrir una nueva promesa. En principio me sorprendió encontrarme con que cinco de los siete largos que lleva realizados fueron producidos en su país y que, a excepción de un thriller, son todos dramas, mientras que los dos restantes se filmaron en Estados Unidos. La primera fue The Roommate (2011), thriller de terror que no fue estrenado en nuestro país y que además significó una pérdida millonaria para la productora Vertigo (la misma de Oldboy, Lego, 7500 y ahora Poltergeist, entre otras). La perspectiva no era muy buena que digamos.

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Sin dejarme influir por las estadísticas de mercado, que pocas veces se vinculan a la calidad de la obra, me dispuse a ver The Roommate corroborando al fin que en este caso el desastre era indiscutible. Con una estética cuasi publicitaria cuenta la historia de dos estudiantes de diseño de moda que comparten habitación en la universidad, generándose entre ellas una relación enfermiza y obsesiva al mejor estilo Mujer soltera busca (de la que descaradamente roba ideas). Más allá de lo visual, que no responde únicamente a la lógica frívola del universo en el que se desarrolla la trama, sino que evidencia un gusto o una búsqueda netamente superficial de la imagen, y de la mediocre dirección de actores, la película presenta contradicciones discursivas involuntarias que terminan reforzando aquellas ideas que parece reprobar.

Slasher amish. Esta misma cualidad discordante se encuentra en Donde el diablo se esconde. Contextualizada en una comunidad religiosa sectaria de características similares a los Amish, tiene como protagonistas a cinco chicas adolescentes amenazadas por una apócrifa profecía que anuncia que la llegada del mal (el Drommelkind) surgirá entre ellas. La película empieza con el nacimiento de, en realidad, seis niñas, pero la sexta es inmediatamente asfixiada por su madre, que intenta impedir el cumplimiento del presagio y después se suicida. Luego de la lúgubre presentación que puede engañar al espectador haciéndole creer que está frente a una película de terror sobrenatural de época por la precariedad de recursos y espacios, y por la antigüedad del ropaje, una elipsis señalada por una placa nos lleva dieciocho años más adelante sin dejar de remarcar que en realidad estamos en el presente, efecto que sería mucho más sorpresivo si se dejara descubrir por la puesta misma. De todas formas, no se demora mucho en hacerlo, cuando el baño que estas chicas están tomando en un lago es interrumpido por dos adolescentes hormonales vestidos con jeans y remeras.

Esta yuxtaposición cultural (la de un mundo sumido en una antigua forma de vida cristiana y la del mundo moderno) conlleva la intromisión del género romántico adolescente sobre el que se irá inclinando cada vez más a partir de la relación entre Mary (Alycia Debnam Carey) -que será la principal protagonista del relato- y Trevor (Thomas McDonell), luego de que éste la salve de una suerte de ataque de epilepsia que incluye insertos a modo de visiones. Una vez pasada la atiborrada presentación la película entra en una meseta con elementos dignos de un culebrón televisivo, mientras que el terror empieza a volcarse de lo sobrenatural a un inmaculado slasher, distanciándose de la idea de una sexta presencia fantasmal sustentada por la tragedia inicial, y enfocando nuestras sospechas en algunos integrantes de la comunidad. He aquí el primer problema grave de la película: todas estas formas narrativas (terror sobrenatural, slasher, romance y suspenso) se contaminan con torpeza porque director y guionista no saben cómo hacerlas convivir sin que se anulen.

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Donde se esconde el diablo no es más que un slasher de escuela secundaria con cambio de vestuario y escenografía, y por esto mismo genera la sensación de estar viendo un relato constantemente desfasado. En su mayor parte, la acción transcurre dentro de esta comunidad, pero la forma en que las chicas interactúan entre sí, la manera en que se dirigen a sus adultos y la excesiva comprensión de Jacob (Rufus Sewell), el padre de Mary, parecen demasiado superadas o cancheras como para corresponder al tipo de vida que deberían llevar. De hecho, cuando las jovencitas deciden infiltrarse en una fiesta repleta de chicos, alcohol y otros excesos, no se las ve demasiado alteradas o sorprendidas por el entorno, aunque sus caras pretendan dibujar un gesto de extrañeza. A la soltura de estos personajes se contrapone la rigidez sobreactuada de Rebekah (Jennifer Carpenter), madrastra de Mary, que sólo puede competir con la de Elder Beacon (Colm Meaney), el severo ministro que lidera la comunidad y el principal perseguidor de las jovencitas.

Lo que sí hay que aceptar es que, fiel al género sobre el que trabaja fuertemente (slasher), la condena sobre los personajes es absolutamente moral. Por esto mismo, la relación entre Trevor y Mary, que surge de un gesto heroico y romántico, es contrapuesta a la de Thomas (Ethan Alexander McGee) y Abby (Katie Garfield), que nace del puro deseo sexual, y ambos son brutalmente eliminados a poco de iniciada la película. Con la misma lógica irán falleciendo otros personajes, condenables desde una perspectiva paternalista conservadora. En los últimos tres minutos Christiansen pega unas vuelta de tuerca aparatosas con doble final incluido, confirmando lo que Beacon, el personaje más deplorable de la película, sostiene de principio a fin: las chicas deben ser expulsadas antes de que la anunciada desgracia aceche la aldea, pero esta abrupta inversión de sentido final parece más contradictoria que capciosa en términos de identificación.

Donde se esconde el diablo (Where the Devil Hides, EEUU, 2014), de Christian E. Christiansen, c/Rufus Sewell, Alycia Debnam Carey, Thomas McDonell, Adelaida Kane, Leah Pipes, Colm Meaney, 86′.

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