Adam Sandler cumple con todos los males que la crítica a menudo le dispensa a los comediantes populares. En poco más de 25 años de carrera (un cuarto de siglo), Sandler ha sabido encarnar las peripecias del norteamericano promedio y, a medida que lo vimos crecer y envejecer, también lo vimos lograr una proeza similar a la de Stallone con su personaje de Rocky Balboa, o a la de Jean-Pierre Léaud y François Trufautt con su Antoine Doinel, o a la de Harry “el conejo” Angstrom en la extraordinaria saga del gran escritor John Updike: la de poder seguir desde la ficción la evolución y continuidad de una vida como si se tratara de un episodio más de la comedia humana, ese proyecto monumental ideado por Balzac en el siglo XIX cuando la novela era la reina madre sobre la que orbitaba la idea de ficción, mucho antes de que el cine surgiera como su competidor más calificado.

En los últimos años, Sandler empezó a recorrer el mismo camino que recorrieron y recorren muchos comediantes: el de la búsqueda de prestigio. En el caso de los comediantes, el respeto a menudo se lo ganan interpretando personajes serios y a veces solemnes. Como si hacer reír fuera más sencillo que hacer emocionar. Desde Jerry Lewis y Woody Allen, hasta Ben Stiller o Will Ferrell, la historia es siempre la misma. El comediante consagrado empieza a probarse la pilcha de actor serio o comprometido. Ya en 2002 Sandler fue dirigido por Paul Tomas Anderson en Embriagado de amor, esa comedia deforme en donde se tematiza el gran tema sandleriano: el pasaje a la adultez. El personaje que Sandler encarnó a comienzos del siglo XXI bajo las órdenes del director de Magnolia fue un recreo momentáneo que no se volvió a repetir hasta la segunda mitad de la década pasada cuando estuvo bajo las órdenes de Noah Baumbach en esa gran película sobre los lazos familiares que es Los Meyerowitz: la familia no se elige, junto a Ben Stiller y Dustin Hoffman.

En el caso de Garra, la película nos muestra a un Sandler que tranquilamente podría ser parte del ejército de personajes interpretados por él mismo en las últimas décadas, pero en este caso lo que cambia es el registro: acá no hay chistes sobre flatulencias ni el humor físico de trazo grueso por el que se lo reconoce en todo el mundo. En Garra Sandler construye a un personaje sufriente que intenta ser reconocido en un ambiente extremadamente competitivo e individualista como es el de la NBA.

Sandler interpreta a Stanley, un ex jugador de básquet reconvertido en un caza talentos al servicio de los Philadelphia 76ers que, a su vez, mantiene un vínculo cuasi filial con el dueño del equipo, interpretado por el gran Robert Duvall (al que le bastan unos pocos minutos en pantalla para llenar la misma de calor y humanidad como pocos pueden hacer). Justo cuando parece que las cosas se están por acomodar y nuestro héroe está cerca de alcanzar una mejora profesional (su sueño es dejar de buscar deportistas alrededor del mundo y tener la posibilidad de tener un trabajo más respetable dentro del mundo de la NBA), su padre putativo fallece. Su nuevo jefe (Ben Foster) es el hijo de Duvall, un tipo inútil y envidioso que hará todo lo posible para humillar a Stanley. La primera acción que el flamante jefe llevará a cabo será truncar el tan ansiado ascenso laboral que Stanley añora, obligando a nuestro héroe a seguir recorriendo el mundo en busca de talentos.

Claramente deudora de Rocky, Garra es una película sobre el ascenso en el mundo del deporte, pero lo más interesante de la película de Jeremiah Zagar es el punto de vista que se toma para narrar la historia. Algo así como si Rocky hubiera estado narrada desde la perspectiva del personaje de Mick. De esta manera, la película nos narra dos historias: la del propio Stanley, cansado de deambular por el mundo en busca de basquetbolistas desconocidos, con sus altibajos con Teresa (Queen Latifah), su mujer, y su hija adolescente Alex (Jordán Hull); y la de Bo Cruz, un basquetbolista español (interpretado de modo notable por el jugador de básquet Juancho Hernangómez) al que le aparece la posibilidad de dejar el deporte amateur y alcanzar su sueño de jugar profesionalmente en la elite del básquet mundial para así salir de la pobreza y mejorar la vida de su madre y su hija Lucía. Además, Bo Cruz posee las características prototípicas del personaje sandleriano (dificultad para madurar, irascibilidad e inadaptación extrema a las convenciones sociales). Así, Garra retoma no solo la anécdota narrativa de Rocky sino que, al igual que la película de Avidsen, construye el relato desde la simpleza y emotividad que transformó en ícono del cine deportivo a Stallone.

Garra es una película festiva y física, como toda buena película deportiva. Las escenas de juego están muy bien logradas, son emocionantes como cualquier buen partido de básquet (y no solo de la NBA) y esa sensación de felicidad y pasión se transmite a los espectadores. Pero, además, Garra se interroga acerca de lo que es una familia o, mejor dicho, sobre cómo se construyen los vínculos familiares. Como en Million Dollar Baby, o en la reciente saga de Creed, la película de Zagar trabaja sobre los lazos filiales no sanguíneos. Stanley es un perdedor radical que lucha tenazmente por dejar de serlo; a su vez, Bo Cruz debe domar su espíritu virulento y anárquico adaptándose al mundo superprofesional del básquet de la NBA.

Con Garra, Adam Sandler demuestra (una vez más) que es uno de los grandes actores de comienzos del siglo XXI. Un sobreviviente, un tipo que se aferra a la vida con uñas y dientes y que sabe que hasta que no suene la chicharra (como en el básquet) no hay que darse por vencido. En la película de Zagar sigue siendo el mismo perdedor hermoso de siempre, alguien imposible de no amar.

Calificación 8/10

Garra (Estados Unidos, 2022). Dirección: Jeremiah Zagar. Guion: Will Fetters, Taylor Materne. Elenco: Adam Sandler, Queen Latifah, Juancho Hernangomez, Maria Botto, Ben Foster, Robert Duvall. Duración: 117 minutos. Disponible en Netflix.

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