En los primeros minutos de Belfast, vemos la candidez de la infancia y cómo esa dulce y tierna edad colapsa por la violencia del mundo en el que los actores sociales se encuentran inmersos. Vemos al pequeño Buddy (excelente actuación de Jude Hill) jugando inocentemente en las calles de su ciudad hasta que de repente unos extraños irrumpen destruyendo todo a su paso. El contexto en el que se sitúa la película es Irlanda del Norte a finales de la década del 60 y las rencillas entre los protestantes y católicos que solo se resolverían tres décadas después. Lo más importante de esa escena inicial es el punto de vista, que no es otro que el de la inocente (y deshistorizada) mirada de la infancia.
Todo sucede en Belfast desde los ojos de Buddy. El descubrimiento del amor, de la amistad y el inexorable paso del tiempo. En ese inicio la cámara captura el estupor y el miedo del niño y los espectadores no podemos dejar de empatizar con el desamparo que siente Buddy. Si la película hubiera persistido en ese asombro incrédulo y descontextualizado acerca de ciertos problemas políticos podríamos afirmar sin dudas que Kenneth Branagh había desarrollado un dispositivo fílmico basado en el chantaje emocional. Al fin y al cabo, la decisión de tomar el punto de vista del niño podría pensarse como una toma de posicionamiento ideológico del director ante la violencia del conflicto religioso y político que describe la película. En la escena inicial, Branagh pareciera sugerirnos el tipo de película que vamos a ver durante la restante hora y veinte de metraje pero esos primeros minutos no significan más que un desvío. Sin dudas la presentación de la violencia ubica el contexto en el que Branagh sitúa a sus personajes, pero lo que Belfast quiere contar pasa por otro lado. El director de Thor amaga con mostrarnos un drama político al estilo de los grandes filmes de Ken Loach (el director que en los últimos 30 años mejor describió la violencia política estructural que asola al Reino Unido), pero la pretensión de Branagh es sumergirse en la conciencia de este niño de nueve años y en cómo este atraviesa la infancia marcado por una serie de desgarramientos, sobre todo las prolongadas ausencias del padre por su trabajo en Inglaterra y la amenaza de una mudanza de ciudad por la creciente violencia.
El tono de esa tristeza módica a la hora de filmar ese desgarramiento es una de las virtudes sobre las que se sostienen la película, y justamente esa tonalidad se encuentra indisolublemente asociada a las actuaciones de Caitriona Balfe y Jamie Dornan. La pareja protagónica construye desde una economía de recursos notable, basada en un cúmulo de pequeños gestos y miradas, la emocionalidad de la historia. Belfast se potencia en la recreación de ese universo irremediablemente perdido que es la infancia y esas virtudes se remarcan cuando el foco esta puesto en el mundo familiar de Buddy. En sus mejores momentos el film de Branagh funciona como un retrato de iniciación sin perder nunca de vista el asombrado punto de vista infantil. De ahí justamente proviene su dificultad para meterse de lleno en el costado político de la trama, que seguramente hubiera complejizado y enriquecido el material con el que el propio director elaboró la historia. Belfast logra sumergirnos en la evocación de la tierra amada y en ese mundo privado que funciona como un refugio ante todos los males del mundo.
Sería un error pretender que Belfast se destaque como un film político, porque las intenciones de Branagh nunca estuvieron ahí, cerca del ideario de autores como Ken Loach o Costa Gavras. Más cercano a Roma de Alfonso Cuarón o a Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore, Belfast comparte con ambas películas la intención de emocionar sin golpes bajos construyendo un relato atravesado por la cinefilia y los afectos. El problema es que el esbozo del conflicto que el director plantea en esa primera escena, en la que lo familiar entra en colisión con la violencia política, termina ofreciendo una mirada ingenua y algo maniquea sobre un tema complejo. De este modo tenemos protestantes violentos y protestantes pacíficos (la propia familia del protagonista) pero en ningún momento se profundiza sobre las causas que originan esa violencia. En ese sentido, las miradas ficcionales sobre la historia política tienen que dar cuenta honestamente del punto de vista que toma el autor a la hora de problematizar un conflicto real. En Belfast el escenario planteado es el de un dicotómico y nunca explicado enfrentamiento entre buenos y malos. En esa divisoria de aguas obviamente tomaremos partido por la familia de nuestro protagonista. El film de Branagh debe pensarse entonces como un relato de iniciación que cuando se recuesta en los pliegues de lo íntimo conmueve con armas nobles y sinceras. En esa evocación sentida de un mundo que no existe más y que sigue con vida gracias a la memoria se encuentra una de las armas principales de esta historia mínima. Al fin y al cabo el cine sirve entre otras cosas para tener al pasado vivo entre nosotros, y eso también es una decisión política.
Calificación: 7/10
Belfast (Reino Unido/2021). Guion y dirección: Kenneth Branagh. Fotografia: Harris Zambarloukos. Edición: Una Ni Dhonghaíle. Elenco: Jude Hill, Caitriona Balfe, Jamie Dornan, Judi Dench, Ciarán Hinds, Lewis McAskie, Josie Walker, Nessa Eriksson. Duración 98 minutos.
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