Maxxxine (West, 2024) es, de nuevo, como X (West, 2022) y Pearl (West, 2022), cine sobre cine; amor; película sobre -arriba…o abajo- películas; sexo; porno sobre horror; horror sobre porno; muerte. No importa El gran caimano (1979) de Sergio Martino que se ve en un televisor de tubo, y claro que importa, pero importa ¿más? la construcción, la puesta en escena propia, el amor a John Ford a través del beso, piquito no, beso de lengua que mete con el plano de la puerta del estudio de Hollywood, el doorway shot cuando Maxine, nuestra ídola guerrera falopera heroína, ingresa a ese otro mundo, el que le importa a Ti West -y a nosotros- el de las películas, compañeros; que no se va, como John Wayne, que llega porque quiere la buena vida, dice; pero sobre todo porque quiere cumplir su sueño de ser una estrella de Hollywood, quiere ser Bette Davis, que alguna vez dijo que en esa industria (que sería del arte sin la industria) hasta que no te conozcan como un monstruo, no sos una estrella. Y Maxine quiere todo, porque monstruo nació, nacimos, ahora dennos lo otro, lo bueno, que de malas ya estamos hartos: el sueño americano, porque West habla de cine, siempre, pero también del sueño americano hecho diégesis en esa charla de los chicos en X arriba de la camioneta y siempre en pantalla en Pearl. El sueño está roto, podrido, lo sabían todos los cineastas que West mira pero no las parejas de los políticos que se juntaban a merendar y a gestar el satanic panic evangelista y ver que podían cancelar y acusaban al rock y al pop y a los juegos de rol (más tarde serían los videojuegos) y al cine, claro, de ser responsables de la ola de crímenes, de la violencia, de toda la mierda; y no Ronald Reagan, guardián de la moral, y no Vietnam, y no las dictaduras que inocularon por todos lados, y no Richard Ramirez, un verdadero hijo de la generación de la derrota, el ejemplo explícito, al que su tío le mostraba las vietnamitas decapitadas y le contaba como las había violado antes de arrancarles la cabeza, y el pequeño Richard aprendía, y después salía a cazar sus propias vietnamitas, pero de ojos redondos y por California, el Night Stalker de verdad, que acá, en Maxxxine, es némesis, sangre, es guion, es el gusano que pudre la manzana del sueño liberal, subnormal, de querer ser reconocido, de ser una estrella. Todo esto, eso, el contexto, el 1985 de West, lo veíamos en To Live and Die in LA (Friedkin, 1985) en un par de planos de Los Ángeles feo y guarro, y acá en imágenes de archivo, en un laburo parecido al de Air de Affleck; minutito de Reagan, de Dee Snider de Twisted Sister, de un par de noticieros, y sonando ZZ Top, Give me all your lovin’, el blues para fiesta, como dijeron por ahí, el feel good, porque Maxxxine es eso, una celebración para la cinefilia atenta a los exploits de los setentas y ochentas, al rape and revenge, sí, pero para todo el que quiera entrar, porque aunque a West le pueda interesar la referencia para el nerdaje sin pareja, lo que importa es el festejo como homenaje al género; como sumatoria de visionados sí, pero no para vivar al que pueda enrollar al planeta más veces con su colección de celuloide, sino para vivar al goce, al viaje, a la repetición, al cine. El Bates motel no es referencia arbitraria, es parte de la historia con hache grande y con hache chiquita, de lo que importa diría Friedkin, los estudios de Universal son parte de la trama porque Maxine logra pasar del porno al cine socialmente legitimado. “Esta es una película de verdad” o algo así, le dice a Maxine la directora de la película de terror para la que audiciona. Para los guardianes del buen gusto, el cine porno, como a veces el horror también, es la cloaca de un arte elevado. En el reino de las categorías, la directora de una película de terror puede gastar saliva de manera similar a la de la esposa de Al Gore, factótum de aquella liga de amas de casa que quería prohibir el cine de género, el heavy metal y el Dungeons & Dragons. El negro, el amigo de Maxine, que sabe de qué va la cosa, le dice que puede ser la próxima Marilyn Chambers, la que pasó del porno a trabajar con Cronenberg, el director opuesto a West, el no cinéfilo. El negro, buenazo, muere con estilo, como hay que morir, en un ejercicio de género que tiene los guantes de cuero brillante que tiene que tener una escena de asesinato así, donde no importa el giallo, importa el robo al giallo, importa lo erótico de esos guantes de cuero negro, los planos detalle, la edición: de la muerte terrible corta a las curvas de Maxine en la cama, de una belleza a otra, porno y horror, estilizando todo, todo el tiempo, obsesivamente, nos guste o no, que no importa, y musicalizando con todas canciones vitales, infinitas. Las muertes y las escenas más violentas son todas buenas secuencias que ya vimos o que si no, creeríamos que ya las vimos, aunque no recuerdo ahora sin googlear que a un tipo le aplasten los huevos como al Buster Keaton psicópata en un callejón sin salida después de una venganza à la Ms. 45; en ese peliculón de Ferarra después de que la heroína se vengaba seguía un plano de dos huevos fritos, acá liberados del simbolismo de aquel montaje, en un gesto que ubica a Maxine como una heroína del blaxploitation, como a una Coffy (Hill, 1973), una Foxy Brown (Hill, 1974), más que como a una sorora sobrealfabetizada de nuestros tiempos. En la nube, en el sueño de Maxine y de West, hay Ms. 45 (Ferrara, 1981) como también entre la niebla hay Special effects (Cohen, 1984) o Mullholand Drive (Lynch, 2001). o Body double (De Palma, 1984); qué lindo choreo hace West de la pantalla partida de De Palma, que también la había choreado, festejemos los choreos. La nueva estrella Maxine mira la casa de Psicosis y se ve en X, la precuela de todo este quilombo, su vida pasada de la que en toda la película intenta escapar, y la directora, torta dominatrix feminista, una fórmula uno, otra guerrera, le habla y Maxine no la escucha, y West nos narra su angustia con los zoom in y los zoom out, marca de agua del cine de género de los ‘70, y por ese caserón la va a correr Kevin Bacon, que no importa que tenga la jeta como Nicholson en Chinatown (Polanski, 1974), lo que importa es la historia, decía, de nuevo, Friedkin, y Maxine se escapa, se salva en la casa de Psycho (Hitchcock, 1960), de nuevo como en X, porque la salva el cine, como a West, como a mí, como a vos.

Maxxxine (EUA, Gran Bretaña, Nueva Zelanda / 2024). Guion y dirección: Tie West. Fotografía: Eliot Rockett. Edición: Tie West. Elenco: Mia Goth, Elizabeth Debicki, Moses Sumney, Michelle Monahan, Kevin Bacon. Duración: 104 minutos.

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