Destino anunciado es una película claustrofóbica -no por el entorno, sino por el encierro introspectivo del personaje principal-, medida, constante y taciturna. Tiene un guión que ya se filmó muchas veces, pero lo disimula. Un guión que en Hollywood habrían protagonizado (de hecho, ya lo hicieron) Nicolas Cage o Liam Neeson, y al que le sobrarían tiroteos por doquier.
Una serie de imágenes que se presumen oníricas abren la película para mostrar a Furno (muy correcto Luis Machín) protagonizando una pesadilla de persecución suburbana de la que él es tan solo un espectador, y luego se ve al personaje despertando. Desde este punto se plantea la gran cuestión ¿es esto un sueño, un racconto de un pasado que lo atormenta, o simplemente la realidad? Algún resto de La noche boca arriba de Cortázar asoma, esa dualidad en la que la realidad que se presenta más verosímil puede no ser la realidad, y entonces una sensación de inestabilidad queda instaurada en el espectador.
La película se separa en dos partes, una introducción y un nudo-desenlace que se confunden, se tropiezan, y se genera una confusión visceral que suma en lugar de restar. Por un lado, la introducción es absolutamente kafkiana, cierto surrealismo que parece siempre a punto de colapsar, pero no colapsa porque simplemente narra trivialidades, embarga la cotidianidad de los ambientes. Luis Furno es un chofer de colectivos de larga distancia, lleva mucho tiempo trabajando de lo mismo, y la rutina pasó a ser su personalidad. Solitario, paranoico y alienado, Furno vive tan solo porque está vivo. El hombre está siempre de paso, pero nunca va a ningún lugar, ya que no tiene hogar. Su hogar es su trabajo. La rutina lleva tanto tiempo siendo su vida que ya no se siente dueño de ella, las cosas simplemente suceden, y todo es así porque sí y no hay razón para cuestionarlo. Luis Furno, como Gregor Samsa, es un burócrata, a tal punto que no puede dejar de trabajar ni cuando está de vacaciones. Pero un buen día algo rompe con la querida rutina, una de las meseras de un parador salteño que suele frecuentar, y a la que el personaje le tiene especial cariño, desaparece sin dejar rastro y Furno comienza a sospechar que algo anda mal, por lo que investigará el asunto. Los ecos de su pasado siguen asomando, y el personaje parece haber encontrado una chance de redención.
Destino anunciado se vuelve entonces un thriller provinciano, producción hollywoodense de género a media máquina, pero con ambientes perturbadoramente tranquilos que ayudan incrementar el clima de suspenso a medida que avanza la película. Encarando la puesta en escena de la misma forma que lo hizo Hernán Belón en El campo, Dickinson crea una atmósfera en la que un giro sobrenatural no sorprendería, sino todo lo contrario: sorprende que no suceda. Un gran trabajo con la banda sonora, utilizando dos claros leimotivs (uno que genera tranquilidad y otro perturbación) y un desenlace que suena a improvisación, consolidan las imágenes para que realmente muestren lo que el director está intentando transmitir. Llegando al final, esos leimotivs se confunden, se entremezclan, y hacen juego con la inestabilidad mencionada.
Por momentos pareciera que la película está por caer en una suerte de solemnidad bergmanina que no le sienta bien, con diálogos un tanto pretenciosos, y poéticas miradas perdidas a la nada, pero la película le escapa sabiamente a eso, y hasta en un determinado momento se ríe de su propio guión. Entonces el director opta por centrarse en el lado policial y la película, más que a una de Bergman, se parece a una de Hitchcock (más parsimoniosa y rural, claro está), taciturna y paranoica como su protagonista.
Como nos enseñó el bueno de Alfredo, saber demasiado siempre es un problema, y Luis Furno no será la excepción a la regla, pero su viaje a través de un mundo que no le pertenece, lejos de la rutina que dejó atrás, no será en vano. Ni para el personaje ni para el espectador.
Destino anunciado (Argentina, 2013) de Juan Dickinson, con Luis Machín, Manuel Vicente y Celeste Gerez.