Obra estrenada durante los sábados de mayo y agosto en el Teatro Real de Córdoba, en la sala Azucena Carmona.
“Uno”, dice Eliana, la protagonista, y, al instante, contextualiza la casa en la que está, las mujeres con las que está, la vez que lloró.
Casa, mujeres, llanto. Recuerdos. Retazos. Telas. Telas compartidas por esas mujeres de una misma familia, de una misma sangre, de una misma estirpe.
Tejen. Se entretejen entre ellas. Se critican, se adoran, se defienden, se expulsan, se envidian, se protegen… lloran.
Casa, mujeres, llanto. Familia. Mujeres hilanderas. Mujeres que entienden posibles pasados, posibles presentes, posibles futuros a partir de estos tejidos, de estas prendas que remiendan, queman, vuelven a remendar.
Mujeres que, en realidad, no están. Excepto una: Eliana. Útero Bicorne es un unipersonal interpretado de forma maravillosa por Patricia Rojo. Es una sola voz que reproduce muchas otras. Es un solo personaje que se vuelve varios otros. Madre, Abuela, Abuelo, Padre, Hermana, Novio, Médicos… Eliana es rizomática, tragicómica, aunque nunca paranoica: sabe bien qué recuerdos rememorar. Qué voces rescatar. Qué persona(je)s representar.
Sabe bien ser una mujer de 13 años. Una de 30. Una de 50. Todas las posibles hasta que muera.
Útero Bicorne es un unipersonal escrito por la multifacética y talentosa Brenda Sorbera (dramaturga, cantante y actriz cordobesa), ganador del Concurso de Dramaturgias escritas por Mujeres del Instituto Nacional de Teatro (INT) en el año 2022, que pone en escena el componente aristotélico básico conque los griegos buscaban su mímesis tanto en sus tragedias como en sus comedias: la sublimación. La enseñanza. El salir aprendidos, transformados del teatro.
Útero Bicorne es una obra que sublima enseñando pero con una pedagogía de la duda: ¿sabemos realmente lo que han sufrido -¿sufren?- nuestras madres, hermanas, amantes, amigas, novias, esposas, parejas, amores de la vida? ¿Cuánto -por encima del “qué”- sabemos realmente sobre las mujeres que nos rodean, que nos dieron vida, que nos amamantaron, que nos dañaron, que nos criaron, que nos tuvieron en sus úteros nueves meses?
Eliana es una respuesta. Es una entre tantas. Es su propia respuesta a todo. Es, al menos, su propia respuesta familiar.
Su útero, diagnosticado “bicorne” desde los 13 años, desde su primera menstruación casi, es deforme. Una rareza médica, biológica, científica. Un órgano partido. Es, por sobre todas las cosas, incapaz de generar vida. Y si no puede generar vida una mujer en ese tejido familiar de Eliana, entonces, simplemente, como dijo su Abuelo, es una inútil.
Acá, entonces, muy entre líneas, esa Lilith que le dio lugar a la Eva en el relato bíblico; esa deformidad interna que nadie ve pero que construye monstruos externos. Acá, entonces, el placer de una mujer, las humedades de una mujer, las búsquedas de una mujer, las contradicciones de una mujer, los poemas de una mujer, las pasiones de una mujer, las (mal)formaciones de una mujer que, simplemente, no puede parir. No va a poder hacerlo.
Útero Bicorne se posiciona en imágenes desde un viejo proyector. Enseña, educa (aunque nunca de manera directa), propone la pedagogía de la duda; atonta los sentidos; implica multiplicidad de voces que chilla sus propias verdades siempre a medias, siempre partidas: se bifurca, vuelve, se vuelve a bifurcar… Es puro movimiento en escena, uno absolutamente generacional.
En las generaciones familiares están las llagas, las heridas, las suturas, los puntos descocidos, los parches, los abismos por dónde asomarse a cualquier intimidad.
Útero Bicorne es el abismo asomado de una mujer (¿ya?) caída. Por caer. Por seguir cayendo desde una altura aparentemente infinita: la de su conciencia, la de sus dolores que no se van. Las de sus dolores, qué, extrañamente, fortalecen.
Eliana, sus recuerdos, sus proyecciones, sus voces son muy íntimas pero, en escena, las presta. Las otorga. Por eso no puede haber más actores en la obra. Por eso una misma voz se tiene que falsear en muchas otras. No hay paranoia como ya dijimos, hay, simplemente, una sola voz fraccionada, partida, deforme -en todo caso- como ese útero que es rareza biológica, médica, clínica y que es inútil para parir.
No obstante, casi como paradoja irónica -la obra tiene muchísimas- ese útero hace nacer a la propia Eliana. A lo que es o puede ser. A lo que está siendo más bien.
Y nosotros, debemos aprender de ella. Lo que sea que no esté enseñando, aprenderlo. Aprehenderlo más bien.
La H es muda. Eliana no. Su útero sí. Al menos, hasta que se llene de vida por más que en la teoría científica, clínica y biológica, no pueda hacerlo.
La obra apuesta a la paradoja como una metodología de la revelación: revelarse al destino trágico por más que se vuelva más trágico aún.
La tragedia, fortalece.
Fuerza, entonces… La fuerza de Eliana, la fuerza de ese Padre que parece no estar al tanto de nada con las mujeres de su familia y que a cada miseria familiar repite la única frase que sabe: “Se me parte el alma”. Ese Padre que quizás sepa todo desde el lugar secundario de su familia y por eso, entre la distancia, no necesite decir nada más que esa lacónica frase.
Risueña, emotiva, irónica, intensa, Útero Bicorne de Brenda Sorbera establece meridianos femeninos, sexuales, fetichistas, placenteros, dolorosos, matriarcales, maternales, artísticos, irónicos, prejuiciosos, condicionales, pero, sobre todo, vulnerables… Cada voz que interpreta Eliana se corroe en vulnerabilidad, se alimenta de esa propia vulnerabilidad. Nadie es lo suficientemente fuerte en la obra. Nadie, quizás, necesite serlo tampoco.
Allí, en ese “quizás”, está, aparentemente, la duda con la que (nos) interpela Útero Bicorne y por la que uno agradece la estética teatral: sublimarnos. Para bien o para mal, sublimarnos y que todo lo demás sea el final de la obra sonando en una voz femenina bellísima, en off, cantándonos en un tono bajo, pausado, melancólico: “She says I am the one/ You know what you did,/ (she says he is my son)/ breaking my heart babe/ She says I am the one”[1].
[1] “Billie Jean”, de Michael Jackson.
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