
En el comienzo fue el shock. Una frase dicha casi como un acto reflejo (“Judío de mierda”) y una respuesta (“No digas eso porque tu padre es judío”). Una realidad que se cuela como un rayo en la vida argentina de Mariette Diamant, por entonces adolescente. Un rayo que quedó allí y nunca más volvió a aparecer saliendo de la boca de su madre. Son los años de posguerra y Mariette naturaliza lo que se impuso desde las relaciones tejidas a partir de la educación católica (“Para mí, los judíos eran lo que yo escuchaba que decían”). Y después, el silencio: lo que no se vuelve a decir en la familia, lo que no habló con su madre, con su padre, con su hermano. Lo que se escondió de la mirada de los otros (lo más notable es la referencia a las rupturas con novios a los que no podía contarles su origen por temor a ser rechazada). El silencio convertido en sufrimiento.
El desdoblamiento al que alude el título del documental de Poli Martinez Kaplun tiene que ver con ese ocultamiento del origen. Una Mariette de origen judío que permanece escondida durante décadas. Y una Mariette de educación católica que es la que todos conocen. La que se casa con un marino en la década del cincuenta y tiene sus hijos y vive una vida aparentemente confortable. Un desfasaje entre dos imágenes de la misma persona que solo se libera con el tiempo. Los recuerdos de Mariette reconstruyen una forma de concebir el mundo dominada por esos silencios, por mantener una apariencia en la que se sostiene un ideal de felicidad. Ese desfasaje provee el problema que se verifica en la mirada de los otros y que Paulo, el hijo de Mariette, expresa de manera concreta cuando señala que lo que leyó del libro de su madre no coincide con lo que él vivió. El hijo no concibe (tal vez las dos hijas tampoco pero no lo expresan de manera tan contundente) un mundo signado por las apariencias. Y es curioso, porque la casa en la que vive en Cariló parece ser la demostración de la apariencia como elemento central. En esa mirada, lo real es lo que se puede ver: una practicidad que elude cualquier atisbo de interioridad. La vida, concebida de esa manera pasa a ser pura superficie sin profundidad posible.
Lo interesante es que el documental abre la perspectiva hacia otra posibilidad de entender la existencia de dos Mariette. Una es la que relata la historia y expone su sufrimiento (“¿Cómo hago para limpiarme de eso?”, dice al comienzo). Se expone, recupera imágenes y documentos, recuerdos del pasado; los coloca en relación para comprenderlos en el conjunto de su historia. Vuelve a contarla como ya lo hizo con su familia, sus amigos, con Helene, la autora de su libro. La otra Mariette es la que aparece en las escenas conjuntas con otras personas: con el grupo de sobrevivientes de la Shoah, con sus amigas y Helene, con su hija Valeria y su grupo de amistades, con sus nietos. Allí permanece a un costado. Escucha, observa, tantea las reacciones que sigue generando su historia y su pasado. Habla poco. En esas escenas, lo que se pone en circulación son otros discursos. Uno que no rehúye el conflicto (las observaciones de Marta, su amiga de la infancia y las “correcciones” que hace Helene), otro que lo subsume bajo la pátina de cierta corrección política (el diálogo entre Valeria y sus amigas que además exhibe un sesgo de clase cuando consideran su vida en La Horqueta como un ghetto), otro más amable y condescendiente (el de los nietos). Con unos y otros, la integración de esa historia judía resulta conflictiva, como lo demuestra la disputa que parece haberse generado por el sufrimiento padecido por los sobrevivientes. Tal vez porque, a fin de cuentas, esa recuperación del pasado transforma a Mariette en una sobreviviente más, aunque no haya pasado por ningún campo de concentración. Si Mariette se convierte en una sobreviviente –a fin de cuentas, su familia huyó de París en el momento del avance del nazismo-, lo es de manera doble. Por un lado, por haber escapado a tiempo. Por el otro, por eso que se llama “El proyecto Reneé”. Y es que allí entonces se recorta Reneé, su madre, como personaje principal del documental. Un fantasma que sobrevuela todo el relato hasta corporizarse como una forma que lo manejaba todo desde las sombras. El proyecto Reneé no consistía en huir del nazismo y salvarse, sino que ese punto de partida se convirtiera en el comienzo de una transformación sin retorno. Convertirse en una mujer como esas argentinas a las que veía y admiraba en las carreras en Ascot. Llevar a su hija por el camino de la educación católica desde los dos años en esa primera estancia en Annenoy. Borrar las huellas. “Una generación más y nadie va a hablar más del tema” fue su lema esencial. Un olvido que antes que disipar el peligro del antisemitismo, apuntaba a reconfigurarse en cuestión de estatus social. Pero ningún secreto puede mantenerse eternamente. Si una botella de buen vino podía hacer que Reneé hablara de lo que no debía; si una frase como la mencionada al comienzo podía ser pronunciada revelando una verdad oculta; ¿cómo no pensar que en algún momento Mariette pudiera dejar de ser la actriz de un drama pergeñado por otra persona para poder contar la historia desde su lugar? Hablar, en definitiva, para ser quien permanecía oculta detrás de un rol que se la había asignado. Las dos Mariette de la historia solo pueden unirse en ese relato que despeja el conflicto interior y postula la convivencia posible entre la historia vivida y la negada.
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