1.El primer descubrimiento es en el pasado. Hay un libro en la casa paterna, que Julieta pide que le den, cuando tiene 12 años. Lo que sabe es que es un libro en parte escrito por su abuelo Yoel. El libro de Stok es una memoria de sobrevivientes de la Shoah, de quienes lograron escapar de Europa y salvar la vida. Pero está escrito en yiddish. “El yiddish lo volvió inaccesible” dice su voz en el presente desde el off. El idioma se vuelve barrera infranqueable, en tanto a ella, descendiente de judíos, le enseñaron hebreo en la escuela, no yiddish. Hay un momento, cuando Hemshej (Julieta Lande, 2023) ya ha avanzado un tramo considerable, en el que Julieta vuelve sobre el libro. Pero más que por su contenido, se centra de nuevo en el lenguaje. Le pregunta a su padre por qué el libro estaba escrito en ese idioma y no en hebreo. “Creían que era natural hablar en yiddish”, es la respuesta algo cortante. El desdoblamiento del idioma, la naturalización del lenguaje original, parecen no ser, al menos hasta ese momento, elementos que buscan el ocultamiento. En todo caso, responden a un tiempo preciso, y como se pensará más adelante, a ese espacio que se abandonó y que era el reservorio de ese idioma de origen.

2.La naturalización de la lengua se une con otro elemento. Una idea que proviene del origen que puede resumirse en la fórmula: “Y les contarás a tus hijos”. En esa formulación se sostiene la idea de continuidad que la cultura judía pretende transmitir y que nuevamente puede resumirse en la concepción de que la historia no empieza con uno sino con sus padres y se continúa en los hijos. El problema que plantea Hemshej de manera implícita es qué ocurre cuando ese lazo de continuidad se rompe en el traspaso de la información histórica. Julieta advierte que, a pesar de esa suerte de precepto cultural, no le contaron (y constatará más tarde que algo similar ocurrió con sus primos israelíes) y vuelve hacia su padre en forma de preguntas. Una incomodidad se apropia del padre: no solo ante las preguntas sobre los abuelos, sino también cuando se menciona la posibilidad de tener la ciudadanía polaca y hasta cuando van en auto a ver la casa paterna en la calle Luis Viale. Entonces, el diálogo posible se quiebra en una imposibilidad y es necesario inventarse otro: Julieta salta esa barrera que es su padre y como una respuesta al Libro de Stok, construye su documental como un diálogo –igualmente imposible- con sus abuelos.

3.El retorno al origen incluye el viaje a Polonia, donde todavía el silencio y el desinterés por los orígenes parece acallado, oculto. La ciudad que para los judíos era Stok y que para los polacos es Stoczek parece marcar ese primer plano de diferenciación en el que un nombre parece estar ocultando otro. Y que encuentra el eco en esa escuela donde se conservan los registros por los que nadie ha preguntado en todos esos años. Y en las calles que ya no existen más, reemplazadas por otras con nombres de actrices. “En el pueblo, el único espacio destinado a la memoria es el cementerio” es el recuento de la voz en off. Una memoria muerta, abandonada, condenada a la inscripción en documentos oficiales y lápidas.

4.El último descubrimiento es el de los árboles plantados por sus abuelos. El punto de partida es el viaje que Yoel y Jana emprenden a Israel, en apariencia, para visitar a su hijo Moti. En ese viaje, plantan árboles en un bosque dedicado a los mártires judíos. Están las fotos que registran ese viaje y ese evento. Aparece en un archivo el discurso que Yoel pronunció ese día. Pero no los árboles. Con el tío Moti, Julieta recorre el espacio laberíntico del bosque sin hallar siquiera una señal de ese acto, ni siquiera en las placas que se distribuyen a lo largo del recorrido. Lo que parece en principio una forma de retornar al origen (replantar para recuperar aquel bosque perdido de Stok que fue el espacio de pertenencia original), en realidad oculta otra historia, que es la que está en el fondo de los silencios familiares.

5.La capa de ocultamiento familiar, esa decisión de no contar a las generaciones posteriores tiene una explicación hipotética que plantea Moti. Pero la idea de que no era necesario que las nuevas generaciones conozcan la historia para crear una identidad, no solo implica una ruptura de la continuidad (a la que alude el título de la película y que el padre de Julieta retuerce un tanto en su significado, quitándole cierta potencia), sino un ocultamiento. Es notable la forma en que autora y documental logran asomarse a eso que está oculto desde cierta situación azarosa (una visita guiada a los bosques plantados) y que se revela entonces como una ficción. Y así como el yiddish del Libro de Stok oculta desde el lenguaje la historia de los sobrevivientes (y hasta la historia del pueblo judío marcado por la división idiomática entre ese idioma y el hebreo), los árboles plantados sostienen la ocupación de un territorio, la destrucción del pasado de otro pueblo. No se trata, en fin, de señalar culpabilidades, sino de percibir la distancia que media entre las palabras y los hechos y cómo esa articulación funciona como forma de subsumir la historia a una necesidad de naturalización. Una repetición no admitida. Un bosque que en el pasado se esfumó ante la barbarie del nazismo se refleja en un bosque que en el presente, al replicarlo, hace el mismo recorrido dejando bajo tierra la historia del pueblo palestino. Es allí donde la incomodidad del padre, el silencio de los abuelos, encuentra un significado que es lo que finalmente Hemshej pone en pantalla.

Hemshej (Argentina, 2023). Guion y dirección: Julieta Lande. Fotografía: Pablo Linietsky. Edición: Miguel Goya. Duración: 71 minutos.

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