1. «Se están yendo todos» dice una voz en el comienzo de La crecida, más como una resignación que como un detalle informativo. En ese “todos” hay un imperativo, una acción que va cercando a los personajes de esa familia que parece destinada a observar el pasaje de los demás hacia otro lugar (algo que se repite en la secuencia del entierro de Gabito, en la que la cámara se mantiene en los rostros de quienes observan, mientras de fondo se escucha el sonido inequívoco de las palas cavando). Hay un punto de no retorno que no se cifra en un plazo perentorio de salida: es el momento en el que le comunican a los empleados del aserradero –entre ellos, el padre de familia y sus dos hijos mayores- que éste cerrará y que no se trasladará al nuevo asentamiento del pueblo. Pero en un lugar en el que se constituye en una de las fuentes principales de trabajo, el cierre implica que más temprano que tarde, las familias que trabajaban allí deberán mudarse en busca de otras formas de subsistencia.
2. El proceso de marcharse del lugar está puesto continuamente en el fuera de campo. Es, en todo caso, el producto de la mirada de los integrantes de la familia: es a través de ellos que el espacio a su alrededor se vacía. El correlato en las imágenes es posterior y se produce no como refuerzo sino como una naturalización: los vemos por caminos en los que no se cruzan con nadie y donde lo único que queda son los ruidos que provienen del monte o del río. En algún momento, especialmente en los tramos finales, quedan recortados en ese fondo como una especie de supervivientes de una raza extinta, de un pueblo que ha dejado de existir.
3. De la misma manera, la crecida a la que hace alusión el título también permanece fuera de campo. Se la puede intuir apenas en el caudal de la cascada que visita Mauro en el comienzo y en el final. O en el comentario de Bruna sobre el barro que viene arrastrando el río. La crecida no es más que el lago que generará una represa en construcción y que inundará toda la zona. Su amenaza todavía no es visual sino sonora: son esas explosiones que se escuchan a lo lejos y que se intuye que se trata del desvío del río. De allí que el tiempo en el que transcurre la historia –apenas un puñado de días sin más precisión que esa- sea un tiempo muerto: ese momento en el que no hay nada que se pueda hacer y que va a desembocar en la decisión final de partir del lugar.
4. El desvío interesante que propone La crecida en relación con otras películas similares es que aquí no aparece la resistencia como forma de aferrarse a un espacio que será arrebatado. El mismo planteo del inicio –que se repite al menos un par de veces en la película- sobre el hecho de que se están yendo todos, implica tanto una decisión asumida como una resignación. Hay un momento en el que queda explicitada esa sensación. Es cuando la hija menor de la familia advierte que fuera de la casa hay un hombre tomando fotos. El padre de familia lo invita a entrar para sacar las fotos del interior de la casa, mientras él y sus hijos van corriéndose, en silencio, saliendo del centro del espacio que ocupaban para desplazarse, como si ya ese lugar no les perteneciera.
5. La resistencia, en el mejor de los casos, es una actitud individual que tiene que ver menos con la tierra que con los lazos que se establecen. Mientras el grupo familiar parece asumir en su mayor parte ese desguazamiento de los lazos –por caso, en la enumeración de vecinos y amigos que ya se han ido-, es Bruna la que resiste. Hay un momento en el que la resistencia interna de la familia parece vislumbrarse como más fuerte: “Los chicos no se quieren ir y tu papá tampoco se quiere ir” le dice la mujer a su esposo. La muerte de Gabito parece romper con ese bloque, en tanto será la misma madre de familia la que poco después sostenga que “ya está decidido, nos vamos de casa”. El traslado a Brasil que emprende el grupo en el final encuentra como único obstáculo la decisión de Bruna de quedarse. Su relación con Joaquín, el médico de la salita, es lo que la ata a ese lugar. Ni siquiera su súbita desaparición le impide resistir el cambio de territorio.
6. La desaparición de Joaquín –derivada del único momento en que la película rompe con el fuera de campo- es el corolario de la otra crecida que se va anunciando en la película. La relación que se establece entre los dos hermanos –Mauro y Bruna- coquetea con lo incestuoso, en tanto se sostiene primordialmente desde la mirada del hombre. Mauro la observa mientras duerme, le pregunta si sale con el médico, la sigue en sus salidas, la observa a pesar de prometerle que no seguirá haciéndolo. No hay lazo amoroso –o deseante- posible en tanto parece existir una frontera que Mauro intuye infranqueable. Pero lo que va creciendo en él, es la tendencia a eliminar todo aquello que se acerque a su hermana. El resto de la secuencia de la desaparición queda notablemente, de nuevo, en el fuera de campo. Como si Joaquín solo hubiera sido un fantasma que ha perdido corporalidad –como Gabito, en definitiva-.
7. El punto llamativo de La crecida es la repetición de escenas que se desarrollan durante las comidas de los personajes. Y en esos espacios, en donde confluye la mayor parte de la familia, lo significativo es el cruce que se establece entre un clima construido en el que prevalecen los silencios –como una continuidad con el resto de la historia: hay silencios en el aserradero, pero también en los paseos, en las caminatas de regreso a la casa y hasta en el encuentro de Gabito con sus amigos de la zona- y la aparición súbita de algún elemento que lleva a precipitar las acciones. O al menos su declamación. Es en esas situaciones en las que se explicita de manera concreta la relación entre lo deseado y la imposibilidad de su concreción. Una instancia en la que ni siquiera la voluntad puesta en marcha por los miembros de la familia puede evitar lo que la escena final manifiesta. Que en esa tensión, lo único que queda en pie es la frustración de un movimiento imposible, una familia detenida entre medio del espacio que habitó y que desaparecerá y del que podría ser pero al que no puede llegar.
La crecida (Argentina, 2023). Guion y dirección: Ezequiel Erriquez. Fotografía & Cámara: Gustavo Schiaffino. Dirección de Arte: Luca Da Cruz. Montaje Ezequiel Erriquez. Dirección de Sonido Lucas Larriera & Omar Mustafá. Música Original Iván Roy Valenzuela. Elenco: Marianela Campos, Antonio Buttinger, Natalia Schmechel, Yrma da Rosa, Ramón Tauret, Casimiro Lipowsky. Duración: 117 minutos.
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