Eva Perón es un cuerpo muerto. Una imagen. Un símbolo. Un cadáver disputado, robado, ocultado. También, se podría decir, una imagen religiosa: su foto corona altares paganos en casas construidas por la generación de nuestros padres o abuelos. Una y otra vez, esa imagen vuelve. Reaparece en el discurso político y en el artístico. Se la niega, se la obstruye por un tiempo. Se mantiene en la clandestinidad de la política barrial, hogareña, comunitaria. En algún momento retorna a la luz con una vitalidad que desprecia los monumentos. Eso de que “Evita vive en el corazón del pueblo”, algo más que un slogan.

Algo similar pasa en el cine argentino. Eva en el ostracismo de las dictaduras y la proscripción que vino de la “Libertadora” hasta el final de la dictadura del 76-83. Eva reapareciendo de a poco, encapsulada en documentales (El misterio Eva Perón), en una ficción que recrea su juventud, antes de llegar a ser la que fue (Evita, quien quiera oír que oiga), como personaje lateral (Ay Juancito), recreada en una animación (Eva de la Argentina) o como eje de las únicas dos ficciones que le hacen justicia al personaje (la Eva Perón de Desanzo-Feinmann-Goris, y la de Eva no duerme, puro cuerpo elusivo y objeto de disputa).

El cambio de gobierno a fines de 2015 pudo suponer un regreso a la oscuridad del personaje, habida cuenta de las tensiones evidentes entre la coalición Cambiemos y todo lo que pueda relacionarse con el kirchnerismo y con un peronismo no derechista. Sin embargo, Eva vuelve, se reproduce, se multiplica. Algo de eso hay en la percepción que ronda a Vicente Zito Lema que se embarca en la empresa de resucitarla en estos tiempos a través de una obra de teatro: como una suerte de espíritu que reclama la intervención de un médium que traiga de nuevo su voz en estos momentos.

Eva, el documental sobre la obra de Zito Lema, logra despegarse del conflicto permanente que se establece entre el lenguaje del cine y el del teatro. Recurre en pocos tramos a reproducir fragmentos de la obra, no le interesa ser apenas un vehículo para repetir lo que se dice sobre el escenario. Lo suficiente, en todo caso, para comprender su búsqueda. O para entender el concepto que desliza el autor: se trata de una ceremonia, de un ritual. El teatro, experiencia religiosa per se –en el sentido de que necesita una suspensión de la incredulidad, un fuerte ingreso en la materia de la ficción–, se duplica en el rito que ocurre en el escenario. Un coro que reclama el regreso, un artista que invoca, un cuerpo que se levanta de una camilla y vuelve a hablar.

Sin embargo, al documental no le interesa tampoco establecerse a sí mismo como una nueva representación de la imagen de Eva Perón. Su búsqueda está orientada hacia la reconstrucción del proceso que termina en la representación de la obra: Eva es, en ese punto, un personaje que se mantiene en un segundo plano, pero cuyo espíritu sobrevuela en las casi dos horas del trabajo. Importa más el trayecto que lleva a ese cuerpo simbólico de la muerte a la vida como instancia de comunión pública compartida entre un grupo de creyentes. Y el camino que va tomando lo que era apenas un texto hasta ser una obra de teatro representada por un grupo de actrices en un escenario.

En ese sentido, el gran hallazgo de la película de Ricardo von Muhlenbrock, es organizar ese camino en paralelo con un hecho que podría parecer insignificante. Cuando aparece Tonho en pantalla, dispuesto a trabajar sobre el piano vertical que han donado para la obra, el film logra una profundidad inesperada. Deteniéndose en el puntilloso trabajo de Tonho para desarmar primero, reparar luego y limpiar y afinar ese piano que ha estado abandonado por años, establece una relación no solamente con el proceso de la obra –que requiere justamente de un trabajo similar de desarmado, depuración y rearmado–, sino con la forma en que el arte interpela a la historia para que vuelva a contarse. Ese piano, que ha estado mudo y que volverá a sonar como en sus mejores tiempos, es como la Eva que vuelve a poner la voz en el escenario recuperando no solamente cuerpo y lenguaje, sino su historia.

Pero nada es para siempre. Y cuando ese desarrollo en paralelo se acaba, promediando la película, empiezan a aparecer ciertas limitaciones e ideas que no terminan de concretarse. Si la decisión de filmar solamente lo que ocurre en el interior del lugar donde se desarrollará la puesta implica un afuera que queda absolutamente en fuera de campo, ello repercute en la ausencia de un contexto. Si hoy la película puede ser leída en función del contexto histórico actual, es dudoso que en el futuro se comprendan cuáles son los motivos por los cuales el autor intenta recuperar a Eva “en los tiempos del rencor”: ni en las imágenes, ni en las palabras aparece ese rencor contra el cual se formula la apuesta.

De la misma manera, el planteo provocativo de Zito Lema –“yo no escribo teatro convencional, escribo poesía”– para justificar sus textos se choca con la realidad de una puesta que por un lado abreva en el llamado “teatro antropológico” –que implica la utilización para la escenografía de los elementos que hay en un determinado espacio, sin agregados exteriores– y por el otro, exhibe momentos en los que la puesta remite a la esencia del teatro convencional del que dice despegarse (la estructura dialógica entre el coro y Eva que da pie a la recuperación de textos históricos). Justamente, donde falla la película, es en no establecer una relación más concreta que una sucesión de planos fijos de las maquinarias, entre el concepto de recuperación, que proviene tanto de la figura de Eva como de los objetos que componen la representación, con el hecho de que se desarrolla en el interior de la fábrica recuperada IMPA. Ese elemento, que apenas es mencionado, hubiera resultado crucial en la profundización de la mirada política que debía traspolarse de la obra de teatro hacia el entorno en una relación de ida y vuelta. Esa dimensión es la que se escapa del documental limitándolo, especialmente en la segunda mitad, a la exposición de los problemas que enfrenta la producción de la obra. Lo cual no es algo menor, en tanto su evolución se detiene quedándose en una planicie que ya no podrá remontar.

Eva (Argentina, 2017) de Ricardo Von Muhlenbrock, 115´

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