El cine de Ana Katz es un plato volador dentro de lo que se conoce, desde ya hace dos décadas, como Nuevo Cine Argentino. Su mirada, siempre enmarcada en una perspectiva específicamente femenina, jamás se permite la vulgaridad del subrayado evidente, y las puestas en escena de cada una de sus películas dan cuenta de ese universo poderosamente propio, en donde las certezas de lo que se ve y se cuenta las debe buscar el espectador en su interior y no esperar nada masticado.
Dueña de una mirada compleja para pensar los interiores en crisis –que representan las familias- y con un ojo muy sutil para captar tensiones sociales, su cine se potencia en las relaciones vinculares (sobre los vínculos intrafamiliares gira la que quizás sea su obra maestra, Los Marziano), pero sin dejar nunca de problematizar la sociedad en la que viven los protagonistas de sus ficciones. Así sucede en Sueño Florianópolis, en la que una pareja en estado terminal, integrada de modo notable por Mercedes Morán y Gustavo Garzón (Lucrecia y Pedro), ambos psicólogos, decide tomarse unas vacaciones en familia a comienzos de la década del 90 (la remera de Nirvana del hijo varón es una de las señales inequívocas del tiempo histórico y social en el que se ancla el relato). Unas vacaciones en Brasil que intentan, tal vez, revigorizar su pareja, o buscar inconscientemente (quien lo sabe) el acontecimiento que termine de extinguirla, acelerando el irreversible ocaso.
En tierras brasileñas, y en el momento del descanso luego de un año arduo (Katz filma con maestría el agobio de esos neuróticos argentos), no tardará en ponerse en evidencia la inevitable crisis intrafamiliar. Ya en el inicio, el auto destartalado que lleva a la familia se queda en la ruta y allí mismo, mientras Pedro se ausenta para resolver el inconveniente, aparece Marco que no es otro que el objeto de deseo sobre el que posará su mirada Lucrecia. El interés de Katz se recuesta sobre la figura de Lucrecia, pero esa elección natural desde la dirección jamás le quita el ojo y el protagonismo a los personajes masculinos de la trama, pensando a los mismos de modo complejo y para nada estereotipado.
Anclada de modo difuso en la década del 90, el film pareciera también hablarnos de la época actual, como si el momento en el que vive hoy la sociedad argentina no fuera tan diferente del vivido hace dos décadas, o como si el mismo no fuera otra cosa que una continuidad (o mejor dicho, un nuevo estadio) de aquel en el que suceden las acciones del film. La mirada de Katz nunca es contemplativa con sus personajes, pero la cámara jamás los juzga. El ojo de la directora los sigue amorosamente desde cerca, como se puede ver en la escena en la que Lucrecia arrastra su canoa yendo hacia algún lugar desconocido, casi a modo de búsqueda interior. Katz logra la proeza de filmar un interior en ruinas con profundo amor,y esa mirada lejos de la tristeza vuelve a afirmarla como a una de las grandes autoras del cine argentino de comienzos del siglo XXI.
Mientras esa pareja en descomposición realiza su travesía emocional, en la que no está exento el dolor, también surge el irremediable deseo. Brasil es cuerpo y Argentina es psicoanálisis y razón; frente a los traumas y cosas no dichas de los argentinos, la pareja brasileña parece vivir la vida de un modo más relajado.Son escenas que retratan al grupo familiar en la playa, y también los pequeños momentos en los que Lucrecia y Pedro sonríen y charlan con sus dos díscolos hijos adolescentes. El cine de Katz es real como pocos y esa realidad es filmada con imaginación a partir de un guion escrito junto a su hermano Daniel, que no puede ser descripto de otra manera que como un perfecto mecanismo de relojería.
El paso del tiempo se descubre como uno de los temas de Sueño Florianópolis, junto a la pregunta incontestable acerca de qué es una familia, idea que a su vez pareciera circular en la mayoría de los films de Katz. Fina para captar modos del ser argentino sin caer en un barroco costumbrista (si es que en realidad existe algo parecido a la esencia de un específico ser nacional), los rasgos de ese carácter pueden resumirse en el portuñol maravilloso que llevan adelante los personajes representados por Morán y Garzón, o en esa neurosis que se manifiesta siempre en un silencio hecho de gestos y miradas. En este sentido, es interesante el contraste entre Lucrecia y Pedro, y la diferencia evidente que se observa con la pareja de pacientes analizados por ellos en Bs. As., con los que la pareja tropieza por casualidad en la playa. Como en un espejo deforme, vienen a exponer lo que Lucrecia y Pedro representan en la actualidad pero que en ellos no se puede poner en palabras.
La tristeza se acrecienta hacia el final, cuando la mirada de Katz sobre el amor y las relaciones familiares logra trasmitir de modo diáfano y poético la belleza de los pequeños momentos. Son particularmente emocionantes las escenas de Lucrecia buscándose a sí misma con su ocasional amante brasileño, sobre todo la escena en la que ella acepta tomarse la definitiva cerveza con Marco. Los comentarios sociales sobre las dificultades materiales (que parecieran referir también a las vacaciones en épocas de macrismo, con la escena inauguraldel auto varadoo la del garroneo de la pieza del hotel) siempre son muy sutiles,destacando a esta familia como un exponente promedio de cierta clase media argentina que pretende aparentar un statussocial mayor al que realmente posee.
La película recorre las posibilidades de concretar el final de un ciclo amoroso y es sobre ese material sobre el que se construye. El distanciamiento que esa pareja experimenta y que redime en el amor de sus dos hijos también es un distanciamiento construido por Katz desde elementos mínimos como palabras perdidas en el viento, discusiones sobre el aburrimiento de los hijos en la playa,o miradas y gestos inequívocamente cargados de atracción hacia un otro. El humor zumbón y delirante de Katz no impide que el relato progrese dramáticamente y si bien uno puede encontrar ciertos guiños al cine de Woody Allen –sobre todo en la descripción de cierta neurosis social-, el manejo de la cámara y su libertad a la hora de filmar rostros y emociones permite asociarlo al cine libertario de John Cassavetes.
El cine de Katz consigue una mirada observacional casi única en su generación, que no necesita denunciar los males del mundo para que el espectador entienda lo que se padece desde la específica condición femenina. Su mirada trata con profundidad y amor a sus personajes, ya su vez no deja de cuestionar sus acciones. La radical libertad de sus películas es infrecuente en el cine contemporáneo, y consigue que los espectadores vivan junto a los protagonistas el paso del tiempo, las cosas efímeras y las que quedan para siempre con nosotros, como si en definitiva todo no se tratara más que de un sueño.
Acá puede leerse otra crítica de la misma película.
Sueño Florianópolis (Argentina/Brasil/Francia, 2018). Dirección: Ana Katz. Guion: Ana Katz y Daniel Katz. Fotografía: Gustavo Biazzi. Música: Maximiliano Silveira, Beto Villares, Erico Theobaldo y Arthur de Faría. Edición: Andrés Tambornino. Dirección de arte: Gonzalo Delgado. Sonido: Jésica Suárez. Elenco: Mercedes Morán, Gustavo Garzón, Marco Ricca, Andrea Beltrão, Manuela Martínez, Joaquín Garzón y Caio Horowicz. Duración: 106 minutos.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: