A lo largo de su historia, el cine, de múltiples y diversas maneras, intentó describir al mal en tanto entidad absoluta y metafísica. Esa pretensión, algo descabellada, produjo a lo largo del tiempo muchas obras maestras. La idea del mal, por otro lado, varía con el tiempo, y las representaciones estéticas sobre esta entidad también acompañan estos cambios. En El llanto (2024), el director español Pedro Martin Calero se sumerge en el terreno de las representaciones del mal utilizando los recursos narrativos del cine de terror y desde ese registro logra construir un film angustiante y opresivo, en donde la idea de un mal en estado de perpetuidad circula sin posibilidad de ser controlado. Esa inevitabilidad del mal habla de la época angustiante en la que nos toca vivir, y el cine de algún modo refleja este estado de situación. Ese mal que circula y arrasa con cualquier forma de vida en comunidad se ve reflejada en la actualidad de modo paradigmático en Joker (2019) de Todd Philips, y también es narrada como eterna repetición en El conde (2023) de Pablo Larraín. En el cine de terror, esta idea de representación opresiva se observa de modo virtuoso en la saga de Terrifier, de Damián Leone. El cine de terror contemporáneo se siente cómodo narrando un caos expansivo que se derrama sobre la sociedad como una especie de virus incontrolable y dando cuenta, a su vez, de diferentes modos de representación de la violencia que dejan a los sujetos en una situación de sometimiento y aniquilación. Calero trabaja sobre esta idea de mal en estado metafísico y siempre latente para pensar desde el cine la violencia de genero. Desde hace más de una década el feminismo se instaló en la agenda política de la sociedad a escala global, y sus demandas acerca de un mundo más justo y menos desigual se expandieron a lo largo y ancho de todo Occidente. De algún modo, El llanto, como representante del cine de terror contemporáneo, se sumerge en esa idea del mal como entidad absoluta repensando un tema sensible a la opinión pública, y que le permite narrar la violencia incontenible que se expande sobre las mujeres, construyendo una poderosa fábula moral. Lo mejor de la película está en el inicio, donde la atmosfera opresiva que pretende trasmitir Calero logra impactar en el espectador a partir del juego con las luces, el sonido y una pantalla fragmentada que deja al espectador agobiado, producto de ese trance sensorial al que es sometido. El film trata de una presencia siniestra que atraviesa épocas y geografías distintas. El relato esta vertebrado a partir de tres protagonistas femeninas que sufren un mismo acoso. La primera historia, protagonizada por Andrea (Ester Expósito), ocurre en Madrid y a ella pertenecen los momentos más logrados de la película. Andrea es una estudiante de arquitectura que, al mismo tiempo que se entera de que su madre biológica a muerto hace muchos años en la ciudad de La Plata, comienza a ser acosada por una sombra invisible a la que solamente ella ve. La lógica de lo fantasmal que narra Calero se expande a algunas escenas de violencia incontenible, que son sin dudas lo mejor del relato, y que llevan a Andrea a su final trágico. En ese primer episodio, el director realiza un trabajo muy interesante de puesta en escena en donde la pantalla esta intervenida constantemente por las conversaciones de celular que Andrea mantiene con su novio Pau (Alex Monner). Esa realidad distorsionada por la presencia omnipresente de la tecnología es parte del escenario de horror que describe virtuosamente Calero. El llanto no está enfocado en darle al espectador una resolución a determinado conflicto, sino en describir la representación del mal a lo largo del tiempo. Es por eso que el mismo fantasma que acosa a Andrea en la Madrid del presente es el que acosará a Camila (excelente interpretación de Malena Villa) en la ciudad de La Plata en la década del ‘90.
Andrea, fascinada por una mujer a la que observa filmando en la calle mientras realiza un cortometraje universitario, descubre la misma presencia ominosa. El final de ambas mujeres será igual de trágico que en la historia inaugural. La película, atravesada por la lógica de la repetición, llegara así a la tercera parte de la historia narrada esta vez por el personaje de Marie (Mathilde Olivier). Este último eslabón narrativo es el más inconsistente y funciona solo para cerrar un relato de un modo más discursivo que cinematográfico. A pesar de la falencia de ese final, en donde lo que no se puede filmar se pone en palabras, esa última escena es conmovedora. De alguna, manera la unión de diferentes generaciones de mujeres pareciera ser el puntapié inicial para enfrentar la violencia atávica propia del machismo. La potencia de la unión como actitud política frente a la violencia excede largamente a la problemática del feminismo. Para enfrentar a los monstruos del presente la única salida pareciera ser colectiva.
El llanto (España-Argentina-Francia, 2024). Dirección: Pedro Martin Calero. Guion: Isabel Peña, Pedro Martin Calero. Elenco: Ester Expósito, Mathilde Olivier, Malena Villa, José Luis Ferrer, Sonia Almarcha, Lautaro Bettoni. Duración: 107 minutos.
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