Tan próximos sin importar la distancia.
Metallica
El cine de Marco Bellocchio parte desde un piso bastante alto en relación al cine europeo y del resto del mundo, con pretensiones profundas desde lo formal, y resulta hoy un cine relegado a los escuetos márgenes de exhibición que deja Hollywood y el mainstream en general.
Yo había visto Vincere en el 2009 y me pareció una película excéntrica, de alguna manera, ya que la construcción virtuosa del relato, que tenía filos ásperos y elegantes a la vez, me dejó ante la majestuosidad única y desaforada de una película monstruo. Un amor demente y apasionado confluyen en el destino de una nación en la que todo se envuelve en un caldo de cultivo social insoslayable, con esa idea operística de puesta en escena, de nudos apretados, donde Bellocchio observa hacia el interior de la Historia sin concesiones, demostrando que Mussollini -o su personaje público- era una especie de subnormal, más de allá de la veracidad (que poco importan) de los hechos que la película describe. Esas alternancias con las imágenes de archivo presentan una especie de ensayo sobre el fascismo sin grandilocuentes pretensiones, que no deja rezagado al naturalismo y que, a la vez, juega con el artificio de encuadres definidos y bellos. Esa puesta de escena, barroca, dinámica y profundamente melodramática, eleva el contenido a una experiencia sensorial, espiritual, a partir de la musicalidad que poseen las imágenes, de una acción escénica ejemplar que la definen como una ópera cinematográfica, que trabaja sobre situaciones reales y sórdidas a la vez.
Sangre de mi sangre es otra cosa: un primer relato anclado en el siglo XVII en un monasterio lúgubre, una mujer acusada de brujería, un suicidio que se pretende “inducido”, y el hermano mellizo del muerto que llega para presenciar el proceso de purificación. Un relato de interiores, de idas y vueltas con imágenes que remiten a Caravaggio y su etapa eclesiástica. Aparte de la acusada, de una serie de sacerdotes y de las criadas del difunto y su hermano, está presente la muerte, ahí en el aire, en los alrededores, a nuestras espaldas. Esta tiñe todo de un tono fúnebre, perceptible en la fisiología del relato, casi como materia constituyente. Nada de música hasta que aparece en el aire Nothing else matters de Metallica, en una versión ejecutada por un coro de niños que resalta los rasgos épicos y sombríos de la melodía y de frases como “Abierto a diferentes puntos de vista. Y nada más importa” que rebotan en algunas ideas planteadas y otras que están por venir. Esta canción es el leitmotiv de la película que regresa una y otra vez, construye un puente distinguido, y fija un clima que se respira en esas habitaciones lúgubres y plagadas de un fervor cristiano grotesco. Nosotros observamos a través del punto de vista del hermano que funciona como el doble, aquel desconcertado ante lo sucedido, el que tantea la realidad, titubeante, torpe y excitado ante la acusada. No duda en descargar su libido con las criadas con sutiles pasos de comedia sorprendentes en un relato que se muestra con notas graves.
Bobbio es la ciudad natal de Bellocchio donde transcurre la película que, promediando el relato, se traslada al presente, al mismo convento que parece haber sido una cárcel en algún momento y hoy es la guarida de un conde que se presume vampiro viejo, buscado desde hace ocho años por su mujer, que sea babea con una joven de cuerpo terso. Bellocchio nos sumerge en una comedia disparatada, que revierte o se contrapone con la bruja y sus presuntas fechorías de la primera parte. Este cambio abrupto nos habla de una libertad difícil de hallar en la actualidad, aunque también de un giro pretencioso y absolutista. La farsa es llevada a la máxima expresión y nos obliga a un movimiento aburrido de pensar e interpretar hasta poder remendar este corte deshilachado. Parece estar de moda en un cine con auténticas pretensiones, complejizar desde la comedia y así encriptar de alguna manera los sentidos de la elección de dicho cambio. Esto me parece una trampa, un vicio de la burguesía cultural.
Son dos ideas sólidas, pero por separado, y es la primera parte la que resulta mejor desarrollada que la segunda en el presente que parece pedir pista y progreso.
Dos momentos diferentes que confluyen en el espacio separados por varios siglos y una idea compleja que se deshace transcurridos los primeros minutos de la segunda parte. Varios de los mismos actores, en otros roles, y Fillippo Timi haciendo del loco del pueblo que dice y vocifera no sé qué, hasta la exasperación.
No sé por qué llego a Tabú de Gomes y a cierta demanda que propone desde los pasos de llana comedia como una herramienta que pretende complejizar la interpretación desde una representación de trazo grueso que se combina con la sobre explicación inspirada de la voz en off y el blanco y negro, para forzar una idea y para exacerbar cierta sensibilidad. También todo este caldo se amplifica con desconexiones, pequeños sinsentidos que dejan al espectador en una especie de lapsus, sin tener un significado a mano para tal movimiento. Recuerdo una sola imagen de Tabú que es cuando cantan y hacen que tocan una canción de los Ramones en un pileta, que se presenta como idea simpática pero forzada hasta el sopor, pensada para agradar, calculada y demasiado cerebral.
Bellocchio es más sólido, oscuro y pesimista que la idea artie que envuelve a Tabú, por eso Sangre de mi sangre me parece grandiosa hasta su quiebre, después ya no me importa, me distrae y transmite un aire de agudeza artificial, impostada en un tipo de un talento por momentos inconmensurable.
Sangre de mi sangre (Sangue del mio sangue, Italia/Francia/Suiza, 2015), de Marco Bellocchio, c/Pier Giorgio Bellocchio, Roberto Herlitzka, Lidiya Liberman, Alba Rohrwacher, Fausto Russo Alesi, Filippo Timi, 106′.
Puede leerse otra nota sobre esta película a cargo de Marcos Vieytes acá; y una sobre el cine de Bellocchio a cargo de José Miccio acá
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