starry3There’s no time to discriminate,

Hate every motherfucker

That’s in your way.

The Beautiful People, Marilyn Manson.

La gente hermosa. Marilyn Manson fue muy lúcido al utilizar como seudónimos para los integrantes de la banda nombres de divas, reales y ficticias, del cine y la televisión con apellidos de asesinos seriales (Daisy Berkowitz, Olivia Newton Bundy, Madonna Wayne Gacy, Gidget Gein, Sara Lee Lucas). Siempre mofándose y denunciando la frivolidad del mundo del espectáculo, el apetito criminal del éxito y la mediatización de la sangre y la violencia, ese monstruo ortopédico y andrógino también formaba parte del entramado capitalista que se alimentó con creces -y se sigue alimentando- de su arrasante éxito. Mucho de este imaginario formal y discursivo se juega en Starry Eyes, relato que se desarrolla en un sub-hollywood repleto de jóvenes (y no tanto) soñadores que harían lo que fuera para alcanzar la meta del estrellato.

Apenas comenzada la película se oyen unos gemidos de mujer en off. No se puede definir si expresan placer o dolor (o ambos). La cara de la protagonista irrumpe con fuerza en pantalla tanto por el abrupto corte de montaje como por el rictus tenso que exhibe. Los ojos oscuros, penetrantes y vidriosos miran su doble en el espejo. La mandíbula apretada señala odio y frustración. Antes de la entrada de los títulos la vemos arreglar su pelo. Sarah (Alexandra Essoe) está harta de vestir su cuerpo y la imagen que le devuelve el espejo está lejos de la diva de cine que anhela ser. Para concretar su sueño deberá atravesar una drástica mutación, vale decir, deberá aprender que la estrella se construye siempre desde la mirada ajena aniquilando su íntima esencia en pos de las ambiciones crueles de una inhumana industria. Ella responde al prototipo de personaje habitual en una historia de esta naturaleza: joven mesera con rasgos de una inocencia azucarada, algo retraída, caperucita a la deriva en un bosque repleto de lobos. Pero debajo de esta ingenua apariencia el personaje contiene una potente oscuridad que inicialmente se canaliza en la autodestrucción, arrancándose mechones enteros de pelo cuando se siente superada por la situación.

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Una escisión de estas particularidades es la que practicó David Lynch sobre la Diane de El camino de los sueños. Desde una premisa similar, incluyendo una relación lésbica posesiva no resuelta -como en la película de Lynch-, Starry Eyes (segundo largometraje de Kevin Kolsch y Dennis Widmyer) se construye sobre un clima que mezcla el brillo de un Los Ángeles constantemente en pose con una densidad siniestra que lo va enturbiando todo, aunque en este caso sí dentro de un único espacio de realidad. Como sucedía con Diane, la transformación y el despertar de Sarah estarán atravesados por la muerte aunque con distintos resultados. En lugar de trabajar el terror exclusivamente desde el tratamiento de lo siniestro creado por la ambientación, como lo hace Lynch, Kolsch y Widmyer optan por introducir el gore, aunque sin apuros, incrementando el efecto sobre el espectador que probablemente pase gran parte de la película sin saber exactamente en qué va a derivar. La aparición de la violencia no es sólo extrema sino que además rica en subgéneros: vampirismo, satanismo, brujería, sectas y zombies se condensan creando una cosmogonía fantástica de criaturas y mitos legendarios.

El proceso de muerte y resurrección también me hizo pensar en otra película reciente, no estrenada y mucho menos popular que El camino de los sueños, llamada Contracted, de Eric England, en la que una chica despechada con su novia se acuesta con un desconocido padeciendo consecuencias extremas sobre su cuerpo con posterioridad. También mesera en busca de su propio camino, el proceso gradual de putrefacción de su cuerpo exterioriza el malestar interno de una mujer que se ve constantemente obligada a disfrazar lo que es y lo que siente frente a todos, imponiéndose al final como monstruo surgido de una sociedad histérica y represiva. La protagonista de Starry Eyes también asumirá su monstruosidad pero paradójicamente será el disfraz el que le permita descubrirlo. Su hábito de arrancarse el pelo es lo que le abre las puertas a un medio que exigirá su cuerpo y alma a cambio de fama, renaciendo como una bestia sedienta de sangre, con un cuerpo lozano y completamente pelada admirándose frente al espejo con una mirada frívola de ojos color azul fosforescente, mientras se coloca la peluca y el vestido que conformarán su imagen de diva.

Starry Eyes (EEUU/Bélgica, 2014), de Kevin Kolsch y Dennis Widmyer, c/Alexandra Essoe, Amanda Fuller, Noah Segan, 98′.

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