La primavera arde en Río Cuarto. El sur de Córdoba, lejos de las sierras y rodeado de una pampa otrora húmeda y aún rica como para tolerar los excesos de los barones de la soja, sufre el desmonte y un proceso incipiente de desertización. Los vientos ardientes, liberados de las barreras que les oponían los bosques y arboledas, corren como demonios sueltos por la llanura soplando desde los cuatro confines, provocando incendios forestales que amenazan a los pueblitos vecinos y llegan al borde de esta ciudad, la segunda de Córdoba, la capital del sur en donde la burbuja financiera creada por la soja construye torres como en Puerto Madero y desparrama camionetas 4×4 por las calles envueltas en prematuros calores. En la mañana del 14 de noviembre la pantalla digital ubicada en la puerta de un banco en la calle Bolívar, a metros de la plaza principal, indicaba 40º y nosotros, el firmante y mis anfitriones Gastón Molayoli, Marcos Altamirano y Juan Andrés Salinero, caminábamos hacia las Salas del Centro Cultural Leonardo Favio, un espacio que pertenece a la administración provincial, con dos antiguas y hermosas salas de cine refaccionadas y equipadas a nuevo. En ese grato lugar, un pequeño y envidiable paraíso cinéfilo, Molayoli y su grupo, que coordinan allí toda la actividad cinematográfica, organizaron la IV Muestra de Cine Independiente del Centro, un evento no competitivo en el que se exhibieron cerca de cuarenta películas realizadas casi todas en la propia Río Cuarto y en las ciudades de Córdoba, Rosario y Santa Fe. Hubo además una retrospectiva dedicada al cineasta rosarino Gustavo Galluppo y un breve seminario sobre crítica de cine que estuvo a mi cargo.
El cine es ancho pero no ajeno. Los cortometrajes que pudimos ver exhiben un abanico de intereses amplio y variado, desde las apuestas experimentales de Galluppo, como Cinco putas en febrero y Alicia o el nombre secreto, a la urgencia documental de Diego Julio Ludueña en Fumigados, agroquímicos en el campo argentino; desde el interés de Gastón Molayoli en registrar el día a día del artista plástico local Paco Rodríguez Ortega en Antes de la fiebre (incluso posando como modelo para un Cristo en un relato breve y ajustado que abre un abanico de reflexiones sobre el arte, el cuerpo humano y la representación), hasta la actualidad del tema de la trata de mujeres en Lobo está, el thriller austero y diurno que dirige Hugo Curletto. También es un thriller, pero en un tono de humor ácido e irónico que se mete con la política local, El movimiento de Lucas Moreno, el intento de un disparatado grupo de anarquistas adolescentes de matar al gobernador de la provincia envenenando las papas fritas de un local de fast food que aquel visita en acto oficial.
Algo es común a cada uno de estos films: el cuidado por la puesta en escena: el montaje, la iluminación, el trabajo con los actores, todo parece esencial. Más allá de los resultados de cada uno no hay lugar para grandilocuencias ni esnobismos, cada historia es la que cada uno de los realizadores quiere y puede contar.
Todo el cine puede estar reunido en un punto, si no del universo al menos del mapamundi a la manera de un Aleph. Río Cuarto no es Hollywood, el Aleph primero, ni quiere serlo; es nada menos que uno de los núcleos potenciales de un cine en gestación que todavía no pasa por Buenos Aires y que, tal vez por eso mismo, crece con libertad y sin inhibiciones, sustentado por el fervor y la rigurosidad que estos cineastas mediterráneos ponen en verlo y hacerlo.
Fotos: cortesía de Gastón Molayoli.
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