Un paisaje rural. Una ruta. Un micro de larga de distancia que la atraviesa y ocupa toda la pantalla. La cámara gira lentamente hasta enfocar el espacio inverso al campo mientras suena una canción. A lo lejos se adivina un hombre sentado. Una serie de fundidos nos acercan hacia la figura y descubren al hombre. Ese hombre es Mariano Llinás, quien luego de terminar un habano y abrir una libreta gastada y llena de anotaciones nos pondrá al tanto de lo que estamos viendo. Pero antes conviene señalar que la canción que suena por fuera de las imágenes tiene que ver con el movimiento de la cámara, e incluso con la obra anterior del director. La canción habla de amores de juventud, de rechazos y correspondencias, y de cómo, con el tiempo, y a fuerza de lágrimas y paciencia, esos amores siempre terminaban volviendo. Aquí la cámara gira y va al encuentro de Llinás, no es él quien va hacia ella, como parecía suceder en el comienzo de Historias extraordinarias, su película anterior, aunque allí el procedimiento era similar. Su personaje, X, caminaba de frente a la pantalla, como viniéndose contra los espectadores, pero luego la voz en off se encargaba de invertir el sentido del movimiento cuando anunciaba “…a lo lejos se adivina lo que parece ser un tractor; antes de que el tractor llegue hasta donde está X, sucede el episodio”. En Historias extraordinarias la aventura les sucedía a los protagonistas, no eran ellos quienes iban en su busca. Aquí el acercamiento le permite a Llinás empezar a hablar y dibujar, e incluso podríamos pensar que este trailer, que funciona como adelanto de su próxima película La flor pero que también puede verse como una nueva obra dentro de su filmografía, arranca allí donde terminaba su personaje en Historias…, un paraje solitario al costado de la ruta que no determinaba ni definía su destino, sino que le abría una serie de caminos innumerables.
Por eso cuando Llinás dice: “Hola, esta película es así”, uno debe desconfiar, no sólo de la afirmación, sino también de lo que dibuja en la libreta: un conjunto de flechas que conforman el cuerpo de una flor y que dan cuenta de una serie de historias que tienen como único punto de conexión a las actrices que las protagonizan, acaso lo único objetivo y comprobable de todo el trailer. Cuatro de las historias empiezan pero no terminan, luego hay otra que empieza y tiene su conclusión, y una última historia que arranca por la mitad conduce la película hacia un final posible. Eso es lo que nos dice Llinás, pero hay algo en la impostación de su voz, tan falsa como los elementos con los que suele trabajar, que habilita la incredulidad a la vez que seduce. La falsedad como método, la creación de mundos ostensiblemente artificiales no es novedad y ya estaba presente en la obra anterior del director, por eso resultaba admirable comprobar que las historias de Zucco y del corredor fluvial pampeano en Balnearios e Historias…, respectivamente, nada tenían de cierto, aún cuando parecieran absolutamente reales, mientras que los episodios de Mar del sur y del arquitecto Salamone, respectivos también de ambas películas, eran absolutamente verdaderos y comprobables aún cuando la narración de los hechos los acercaba a la fantasía y el mito.
Una vez que Llinás presenta su película, concluye la introducción diciendo lo siguiente: “la estoy haciendo hace cinco años, y va por acá.” Ese “por acá” significa una marca sobre una de las flechas/pétalo que corresponde a una de las historias que supuestamente empiezan pero no terminan. El gesto es vacío y no aclara nada, sobre todo porque no tenemos forma de imaginar un plan de rodaje, y porque de haberlo, nuestra única guía sería el orden en el que Llinás dibuja su flor en la libreta. De ser así, cabría suponer que hasta ahora sólo lleva filmadas dos de las historias que nunca terminan y apenas un pedazo de otra que empieza pero que tampoco termina. Y si en cinco años ha llegado apenas hasta este punto, no sería descabellado imaginar por lo menos otros cinco para concluir lo prometido.
Desconfiar de las imágenes y desconfiar de lo que se dice, sobre todo cuando las precisiones son tan relativas y cuando la información que se brinda es pura superficialidad, es una tarea que el espectador/crítico debe realizar ante cualquier película, pero sobre todo ante la obra de Llinás, gordo tramposo como el Welles de F for fake, Mr. Arkadin de las pampas que no oculta su falsa apariencia y que, tarde o temprano, como el escorpión a la rana, terminará embaucándonos para finalmente picarnos. Esa parece ser la naturaleza de todo su cine, incluida la de este trailer.
Lo que le sigue a ese “por acá” y a la marca sobre la flor dibujada son las imágenes de la película propiamente dicha, imágenes que al establecer una relación de continuidad entre el primer plano que se nos muestra y el último dan cuenta de una estructura circular. Ambos anuncian la inminencia de un disparo. En el medio, como si se tratara de un milagro secreto, y sostenidas por el vértigo que le imprime la música de cuerdas, parecen desarrollarse el resto de las historias: se adivina Buenos Aires y se adivina Londres, se adivina la pertenencia al género de aventuras y la tradición literaria del siglo 19; se adivinan grupos antagónicos de mujeres guerreras, amazonas urbanas que visten de negro, se adivinan hombres cautivos y golpeados, hombres maduros que se enamoran de mujeres jóvenes; hay escorpiones y un gato negro que recuerda al Wenceslao L. de Invasión (la obra de Hugo Santiago, y conjuntamente la de Borges, son referencias recurrentes en el cine de Llinás); hay militares supersticiosos y mujeres que contemplan el rompimiento de las olas; hay niebla y hechicería, hay dobles y repeticiones; y hay un desayuno que supone el fin de una larga odisea.
La flor que promete Llinás parece extender sus fronteras más allá de la llanura bonaerense. Los caminos, así como las historias propuestas, parecen multiplicarse al infinito. Los cuatro minutos y medio que dura el trailer apenas si permiten prefigurar un cosmos plagado de referencias y tradiciones míticas. Este nuevo ejercicio del realizador asume el riesgo de terminar convertido en la autocelebración de la megalomanía y el virtuosismo, rasgos innegables a esta altura, aunque no necesariamente positivos, pero también la posibilidad de confirmar definitivamente su condición de narrador incansable y de hacedor de encantamientos inolvidables.
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