babadook_612x901The Babacujo, por Nuria Silva.

La escena en la que el nene de The Babadook tiene un ataque de epilepsia mientras viaja en auto con su mamá remite inmediatamente a la del nene de Cujo (1983) padeciendo un ataque idéntico en el auto en el que está atrapado con la suya. Los dos chicos están obsesionados con la inminente llegada del monstruo y preanuncian que es dentro del hogar donde aquel se encuentra. Los dos siguen la misma rutina cada noche: revisan el placard y miran debajo de la cama. El de Cujo lo hace en compañía de su papá: el monstruo es mamá. El de The Babadook también tiene una mamá monstruo, pero como consecuencia de la ausencia del padre. El de Cujo está ausente de otra manera, incluso cuando es quien dicta las reglas para espantar al monstruo porque, como ellas, carece de utilidad.

En la del perro, el terror surge como vehículo del castigo moral cristiano sobre una mujer adúltera (pensemos en el anagrama Dog / God) y para hacerlo evidente pone como sutil antagonista a una esposa recta y fiel que logra salvar su vida, y la de su hijo, de la ira de Dios. En The Babadook la culpa nace por dentro y reprime el deseo a causa de la traumática pérdida del marido, fatalmente ligada al nacimiento del hijo. El chico es el trauma.

Por esto mismo en Cujo se desplaza la escena en la que ella es prácticamente violada por su amante en la cocina de su casa, segundos antes de que aparezca el hijo, al ataque del perro en el auto, esta vez sí ante los ojos espantados de la criatura. El plano detalle del rodillazo que ella le pega al perro en la entrepierna humaniza al animal, que responde mordiéndole la propia. En The Babadook la madre intenta masturbarse con un consolador y es la aparición abrupta de su hijo lo que la detiene. Hay en ella atisbos de una mujer que busca librarse de sus propias cadenas.

The Babadook

Los dos nenes, aún presentados como seres infernales que se conectan directamente con los mecanismos de culpa y represión que estas mujeres atraviesan, objetivamente son chicos normales que actúan como pueden frente a las circunstancias que los rodean (la separación por adulterio de los padres y el eterno duelo de una madre que no está), por lo que tal visión responde a la subjetividad de estas mujeres en crisis.

El desenlace de cada relato es directamente proporcional a las diferencias señaladas. Cujo presenta como único final feliz posible a la familia (re)unida gracias al arrepentimiento de la mujer naturalmente impura. El padre recupera los pantalones y el nene, la vida. En The Babadook, por el contrario, se trata de asumir la oscuridad, la propia monstruosidad, y el chico se transforma en uno de los más grandes héroes del género. Nada de esconder miserias ni pecados; a las máscaras hay que saber cuándo usarlas.

23BABADOOK3-articleLargeUn cuento de hadas al revés.  A propósito de The Babadook y el retorno de lo reprimido, por Paola Menéndez.

“Un pacto para vivir,

odiándonos sol a sol,

revolviendo más

 en los restos de un amor

con un camino recto,

 a la desesperación.

Desenlace en un cuento de terror”

Bersuit Vergabat.

“Mis histéricas me engañan pero detrás de ese engaño hay verdad”

Sigmund Freud.

Amerita decirlo sin demasiados rodeos: The Babadook (2013), opera prima de la australiana Jennifer Kent, es una de las grandes sorpresas cinematográficas de los últimos años en materia de cine de terror pese a su escaso presupuesto. Más aún, The Babadook es una notable película de tesis.

Se me objetará en primera instancia, tal vez, la extremada sencillez de su núcleo narrativo (el contenido de lo que se cuenta). Sin embargo, es justamente la complejidad con la que resulta retratado la que permite un entramado de interpretaciones en permanente tensión. The Babadook  representa, en primer lugar, una apuesta en la que el mundo de lo sobrenatural y los dominios del Inconsciente humano se disputan la realidad más siniestra y espeluznante.

La película puede ser vista desde el prisma del horror sobrenatural y también como historia de terror psicológico pura y ruda. La bifurcación del camino y la elección por una o ambas vertientes, empero, no tranquiliza ni opaca el terrorífico momento final.

babadook1

Amelia (Essie Davis) es una madre ejemplar abocada al cuidado de su único hijo Samuel (Noah Wiseman) tras el traumático evento que causó el fallecimiento de su esposo años atrás (cuando se dirigía al hospital a dar a luz). El relato arranca en vísperas del cumpleaños número seis de Samuel. Hasta ese momento, el chico nunca antes había tenido una celebración y no es difícil de comprobar su carácter difícil (ni tampoco su salida problemática de la etapa edípica). Su madre es llamada frecuentemente por la escuela por la conducta inusual de Samuel y, producto de ello, debe cambiarlo de institución. Este incidente desencadena el huracán de disfuncionalidad en la que la familia está inserta.

En lo que respecta a Amelia, las aproximaciones a su psique se dan de manera muy sutil. En un primer momento solo vemos a una madre “suficientemente buena” que trabaja angustiosa y abnegadamente por ver a su hijo salir de esa condición trastornada. Posteriormente vemos hasta qué punto ella (o su Inconsciente) activa selectivamente la fantasía sobre el incidente doloroso. El clima sofocante, pretérito y perturbador, encuadra cada fragmento y lo vuelve más y más atrapante. Su relación con el sexo, con el dinero, con el trabajo y, lógicamente, con su hijo no hacen más que provocar la irrupción del carácter psicótico.

BAC4470-Edit-2-640x961Babadook, mutatis mutandis el hombre de la bolsa o el hombre de arena poseen –al igual que el Inconsciente- un origen mítico en la represión originaria. En ese sentido se verifica aquella célebre máxima de Marcel Mauss, por la cual “el rito actualiza el mito”. Todas las noches el niño pide a su madre que le lea un cuento y ese ritual persiste hasta descubrir un libro peculiar que narra la historia de un ser monstruoso de aspecto terrible llamado Babadook. El Babadook debe ser invitado a entrar y una vez dentro sólo cabe esperar lo peor. Lo interesante es la persistencia con la que el rito actúa más allá de las intenciones (conscientes) de sus poseedores: el libro regresa incesante, como aquello reprimido por madre e hijo, en una continua re-escritura pulsional: “Cuanto más lo niegues, más fuerte me haré”. El libro se convierte en monstruo en la intimidad abierta, construida, de alguien que lo inscribe y de alguien que lo recepciona, es decir, del espacio violentamente desplegado por el enfrentamiento mutuo del poder decir y del poder oír. En ese sentido la palabra de la escritura es primeramente silencio, en la medida en que evoca la ausencia de todo, y es a través de la nominalización –nombrar al monstruo–  que se puede alejarlo.

Por otro lado Samuel introyecta las fantasías traumáticas a partir de la escucha del cuento pero también, como cualquier cuento de hadas, le permite reconocer qué se espera de él y cómo actuar al respecto. Los cuentos maravillosos permiten orientar a los niños en el mundo, estimularlos a tomar sus propias decisiones y colaborar a la superación de estadios edípicos o narcisistas. Por ello, más allá de la angustia que le provoca, no puede dejar de reconocer el valor de la historia ya que sólo ella contiene, en clave, el medio para superar la adversidad, que aquí no consiste en derrotar literalmente al monstruo.

Desde el linaje sobrenatural más puro se juega con la construcción del doble, en el sentido del padre y todo ese arsenal simbólico que luego será transferido hacia la madre cuando ésta haya sido “devorada” por el monstruo. El develamiento final, entendido desde varias instancias, permite aprehender la única salida posible del conflicto: el “pacto”. La instancia agónica previa al sacrificio, que no se concreta, propone una alternativa al escape de Medea.

A contrapelo de todo lo que hemos aprendido, con la monstruosidad se pacta. De hecho,  es menester hacerlo ya que es la única posibilidad de sobrevivir al trauma y dar sentido a una existencia mediocre y vacía.

Otra data: Jennifer Kent escribe el guión de The Babadook basándose en este corto suyo llamado Monster:

Essie Davis, a la que pudimos ver como actriz secundaria en las dos secuelas de Matrix, está realmente impresionante en su papel atormentado que, por momentos, se vuelve más terrorífico que el propio monstruo.

Notable banda sonora que acompaña y acrecienta el terror, comparables a las obras de Mario Bava.

Acierto en la decisión de “escamotear” el monstruo. No hay tomas innecesarias del monstruo, ni sobre- exposición, por lo que no existe domesticación ni acostumbramiento escópico.

The Babadook (EUA, 2014), de Jennifer Kent, c/Essie Davis, Noah Wiseman, Daniel Henshall, 93’.

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