Verano de José Luis Torres LeivaVerano y Los dueños: Elogio de Rosario Bléfari.

Lunes 15. En algún momento de este año la cartelera porteña tuvo  a Rosario Bléfari protagonizando dos películas simultáneamente, aunque en una de ellas, Beatriz Portinari, un documental sobre la escritora Aurora Venturini, sólo participó como voz narradora. La otra película fue Los dueños, de los tucumanos Ezequiel Radusky y Agustín Toscano. Ahora, en el festival Unasur Cine, se vuelve a dar esta doble y feliz participación, a la que debe sumársele el corto La piel. Las películas son Verano, del chileno José Luís Torres Leiva, y nuevamente Los dueños. En ellas Bléfari encarna a personajes diametralmente opuestos. Las películas son en sí diametralmente opuestas. La primera de ellas, Verano, es pura textura y recorte; la otra remite a un realismo social y de clase que alterna humor y drama y juega con las inversiones jerárquicas.

Hay algo en el rostro de Bléfari, algo que lo vuelve enigmático, paradójicamente, a partir de lo que muestra, no de lo que esconde. Torres Leiva la persigue con su cámara y la posa casi todo el tiempo sobre su cara. Tan cerca que, por momentos, ese ambiente idílico, esa conjunción de huidas y soledades que la película muestra, abandonando a un personaje y yéndose con otro, haciendo del tiempo y de esa estancia pasajera al otro lado de la cordillera una sucesión de fragmentos unidos por el parpadeo de la cámara, se vuelve abstracto y profundo. Sus ojos cerrados y húmedos parecen plantas carnívoras; su piel, la superficie de una fruta recién lavada.

Cuando el plano se abre, en ese entorno de sopor, sandías y moscas que sobrevuelan los alimentos a punto de vencerse, el cuerpo desnudo de Bléfari resplandece de fragilidad y palidez, pero no es un cuerpo débil, sino vital; hay vida en su interior. Su huida y su aparente deambular sin rumbo obedecen a un fuera de campo interior, que no rechaza la casualidad de los encuentros pero que sí presupone un desprenderse de todo, un estar siempre yéndose, un ponerse a salvo para volver a encontrarse.

Miércoles 17. En Los dueños, aun cuando no le hace falta decir demasiado para ejercer su autoridad, aun cuando se mueve con seguridad dentro de la casa, su andar es limitado, contenido. Hay algo que no le permite avanzar y la obliga a retroceder. El registro de Bléfari aquí es más ajustado, su personaje está más contenido. Esa contención, que se ve reflejada en su pelo corto, en la ropa que usa, en el libro que lee pero que nunca termina (incluso parece estar leyendo  siempre la misma página), en las puertas que traba para impedir el ingreso de la luz a la casa, esconde un deseo, una fiebre interna que domina su mirada y la lleva a entremezclarse con los hombres y los animales. Esa contención disimulada e interrumpida por el día (la película es en sí un juego de simulación y ocupación de los espacios), se desnuda en la noche y se vuelve imparable.

Blefaris45La iluminación de la película le da un aire antiguo a su figura. En Los dueños no hay abstracción como en Verano; se trata más bien de un barroquismo que embellece ese andar contenido (por los propios límites de la casa y no por su personalidad) pero que a la vez revela una decadencia latente. La cámara retrata a Bléfari con placidez, pero nunca deja de conferirle ese aura misteriosa de animal maltratado que esconde una ferocidad primitiva.

La inversión de las miradas sobre los objetos de deseo en Los dueños anticipa la explosión final. Si en Verano la diáfana trasparencia de su cuerpo remitía a una búsqueda interna, a un cerrarse sobre sí misma, a una introspección liberadora del personaje, en la película de Radusky y Toscano  la figura nocturna de Rosario Bléfari se vuelve violenta y desencajada,  explota repentinamente, muda de piel y parece rechazar su naturaleza. Con la llegada del día, su figura vuelve a recuperar la forma.

Sin exaltaciones, sin ampulosidades, Bléfari posee la extraña particularidad de saber moldear personajes tan misteriosos como imprevisibles. Ingresar en ese mundo, su mundo, supone una serie de excursiones por caminos y paisajes nada seguros, que pueden llegar a ser tan cambiantes como su propia figura, pero que aseguran siempre la aventura.

Aquí puede leerse la primera y segunda crónica de Unasur 2014.

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