Ya lo dijo Travis en Paris, Texas. Es jodido tener que volver a la vida. La imagen que encuentra Wim Wenders es precisa. Aunque se valió de la secuencia, lo que acusa que se valió de más de una imagen, pero vamos, es cine, la secuencia no sólo califica sino que prevalece. A Travis se le prendió fuego la casa, primera imagen, todo incendio extrañamente convoca a su contrario, todo incendio inmediatamente se convierte en un naufragio. Y el elemento que aleja a estas dos imágenes, otra vez extrañamente, es lo que las une: la deriva. Faltante en el uno, sobrante en el otro. Que se tenga por cierto, desde la biblia por lo menos, que la morada debe resistir en su sitio. Una casa debe tener el talento de poder quedarse en pie sobre sus cimientos. Una casa, para poder ser tal, tiene que certificar dos cosas: que proveerá un techo y asilo y que no se dará al naufragio, o a su forma más local, que no se derrumbará. Un naufragio es el estrago total, es el extravío, la desorientación de las referencias, las partes alejándose de sí mismas, las partes decepcionando al todo, el todo se ha perdido, se hundió en pedazos, el agua no lleva cimientos y siempre ofrece a mano la posibilidad de la pérdida. Del desecho, el desagüe, la bolsa al mar.
Un incendio aporta esa misma sensación, sin embargo, y por eso le resulta tan tentador al pirómano; la sensación de perderlo todo, de echarlo todo a perder, el vano esfuerzo, el haber naufragado en la nada, la desorientación, las partes perdiéndose de vista y el penoso tiempo que llevará volver a juntar esas piezas de nuevo. Trabajo sencillo para el arrebato de potestades más altas y elevadas, el instante del fuego creado, resurgir del fuego, ser fuego, robarlo. Pero los humanos poco podemos hacer con las cenizas y el camino de vuelta hace más largas las distancias y provoca siempre el doble de cansancio.
Volver a la vida después de un naufragio es penoso, es duro y conlleva el doble de trabajo; no el instante, sino el trabajo diario del empeño y el embargo. Tanto empeño. Roca arriba, roca abajo, es así. Travis sale corriendo del incendio, corre y corre hasta que el cuerpo empieza a temblarle. Travis está corriendo hacia la peor de las tormentas, está perdiendo zancada a zancada la cabeza.
La segunda imagen de la que se vale Wenders es la del desierto. Travis queda catatónico como un trompo loco dando vueltas en el páramo. El desierto también es desorientación y extravío de coordenadas, es verdad, pero el desierto es sobre todo aridez. Es un paisaje contundente que no admite objeciones. Las cuentas claras. El sol prepotente. La nada. (Un paisaje aseverativo, categórico). Un sitio que no ha dejado lugar alguno a la promesa. Permite el horror del oasis. El loco potencial. El desierto jodiendo más aún la cabeza con el idilio de la fantasía. Los demonios más aviesos (a la espera) hacen hueso en el ensueño.
El incendio, la pérdida, el naufragio, la deriva. Wenders adjunta aquí otro elemento: Travis camina deshidratado sobre los rieles. Mierda, caminar sobre la vía. Travis ha comenzado el camino de vuelta. La vía, los rieles, los durmientes, fueron diseñados para algo tan poderoso como un ferrocarril, algo que no se detiene, algo que marcha sobre un curso definido, irrebatible, algo a lo que le cuesta frenar, detenerse, rebajar su ímpetu. Travis deberá caminar esa huella. Travis está en otros zapatos, un par que le quedan bien holgado: Travis está siguiendo los furiosos pasos de un tren. Eso, más o menos eso, es lo que significa volver a la vida. Respeto para los que vuelvan, cualquiera haya sido su naufragio, respeto a esos Lázaros que oyeron desde el sueño una palabra y se levantaron de nuevo. ¿Qué oyó Travis? ¿Qué palabra tan grande? ¿Qué motivo -una sensación, un signo, un aviso- levanta a un muerto? A muchos nos toca caminar sobre rieles alguna vez. Los genuinos muertos caminantes. Un grupo indefinido que sólo busca una cosa, volver definitivamente a la vida. El sufrimiento hace una buena parte llegada la hora del regreso. El sufrimiento tira de regreso, trae de vuelta, en los rieles, como Travis, y tal vez todos lleguemos a tiempo para la feria, sólo que llegaremos un poco más viejos. La muerte siempre está y por lo pronto es lo que es: por ahora una sala con revisteros, plantas sintéticas y alguna mujer desagradable.
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