Ricardo_B_r-542149193-largeEsta película registra un camino de ida en la búsqueda de un lenguaje natural. En la encrucijada entre la ficción y el documental, sobreviene un segundo cruce que suspende el cómodo lugar de un género cada vez más sólido en la cinematografía local. En ese punto posterior, el singular alejamiento de un centro imaginario y convencional (lo que vale la pena registrar, lo que merece ser contado y documentado) nos presenta un nuevo dilema: la realidad de la ficción y la levedad ficcional del documento. El paradójico planteo de los realizadores (uno de los logros de la película es su distanciamiento, un protagonismo marginal) nos pone en marcha. Literalmente en camino, porque si en Ricardo Bär hay un tópico que secunda al del lenguaje es el del viaje. En ese planteo, a cargo no de Naumann y Wohlatz sino apenas de sus voces, se inicia un interés por tomar conocimiento de la cultura alemana en las colonias del litoral. Wohlatz, que desde hace pocos años se encuentra radicada en Buenos Aires, desliza la idea de registrar una imagen de ella misma en el futuro. ¿Qué imagen podría comparecer ante la suya propia buscando entre comunidades agrarias de fuerte impronta religiosa y singular mestizaje cultural? En ese punto, el documento desborda su potencial ficcional y lo visible adquiere un predominio sobre lo real, que es, apenas, parafraseando a John Berger, lo que se hace visible al ser percibido. A partir de esto la película plantea una muy atractiva (y entretenida) estructura. Por un lado, el descubrimiento de la colonia Aurora y de la comunidad de la Iglesia Bautista Emanuel, a la que pertenece Ricardo Bär, un entusiasta y algo retraído estudiante del Seminario Teológico Bautista de Misiones.  Por otro lado, de aquel planteo de Wohlatz de trazar una visión del futuro llegan a la idea de realizar una película sobre la vida de Ricardo Bär.  Esas dos estructuras, siempre articuladas por las voces que desrealizan el cuerpo de los directores y que acotan, comentan y anuncian, no son paralelas ni antagónicas pero sugieren contactos y continuidades, tal como sucede entre el documento de la vida comunitaria y los afanes y deseos de Ricardo. El pliegue y despliegue de esos planos, uno hegemonizado por una cadencia coral, y el otro, claramente narrativo, que tiene su interés en las dudas y convicciones de Ricardo, es lo que va desarrollándose en el tiempo.

La escritura de Ricardo Bär es cercana a la dramaturgia de Naumann en ritmo, en el deliberado desinterés por la tensión y en las inquietudes por el lenguaje y la enunciación. La realización es cuidadosa, sobria, y permite construir mundos naturales sin apelar a ideas desmesuradas como las distancias y las proporciones de la naturaleza. Por ejemplo, un plano fijo y repetido de Ricardo en el asiento de un micro yendo a Misiones o a Buenos Aires, o aún actuando de pasajero en una prueba de cámara, proporciona una imagen visible que luego se realiza (se documenta) como duración y monotonía de los viajes. La atención puesta en el encuadre de la gestualidad de Ricardo permite ver, sin poner en juego elecciones esteticistas, un problema central en la película, el de la conciencia de un cuerpo que al registrarse se pierde cuando tiene como exigencia comunicar, expresar.

bar-unoEn cuanto a lo último, en Ricardo Bär la ficción se vuelve una piedra de múltiples caras, se vuelve una realidad que se afirma como lenguaje. En una de las primeras escenas asistimos -sin conocer aún el doble despliegue del registro de la comunidad de Aurora y del proyecto de realizar una película sobre un joven de Aurora- a un sermón representado por Ricardo en el Seminario de Misiones. Su lenguaje es débilmente persuasivo, sus gestos no acompañan la fuerza retórica que intenta imprimir a lo que dice. Luego de su ejercicio recibe, ante los otros estudiantes, las críticas del pastor y profesor: las manos deben hablar también, el cuerpo debe expresarse y ser parte del lenguaje. Esa corrección, puntualmente una indicación teatral realista que pretende que el predicador-actor establezca una comunión sensible, una empatía con la comunidad (los espectadores), ofrece una clave respecto de la relación entre realidad y ficción. Desdibujados los contornos retóricos de documental y ficción, un humor tenue y melancólico deja emerger en esa ambigüedad una poética del lenguaje como objeto. Esto permite su afirmación, su radicalidad. La oración de Ricardo ante el director que le habla de una potencial beca para estudiar en Buenos Aires abre un mundo íntimo en el que las actividades y las cosas, los amigos y Dios, son partes de un conjunto unido sin ningún tipo de colapso ni denuncia, sin antagonismos. El lenguaje natural une lo diverso: una oración es un acto en el que se pide por la conservación de este tejido tenue, poder servir a Dios y a la comunidad, pero también poder “trabajar en cosas físicas”, “cortar el pasto, reformar, construir”. El enfoque de la ficción como realidad se refuerza en la situación de Ricardo como actor de la “comedia” que preparan los jóvenes de Aurora, el pesebre viviente en el que se representa el nacimiento de Jesucristo. Ese núcleo en la narración sigue a Ricardo en su trayecto de formación religiosa y actoral y conduce a la escena fundamental de la película, en la que finalmente coinciden, luego de la representación de la anunciación, el proyecto de realización cinematográfica con la vida de la comunidad. Allí la comunidad confirma la hipótesis de Naumann y Wohlatz de que la realidad es “como en las películas”.

ricardo_bar_001Las continuidades y discontinuidades culturales y lingüísticas que presenta Ricardo Bär tienen un signo que, sin ser crítico, nos permite preguntarnos por el reverso del lenguaje, por su carácter de materia. En el sermón que dirige el pastor de Aurora al momento de someter a votación la realización de la película, ejemplifica con pájaros y tormentas de nieve y expresa una nítida conciencia sobre el lenguaje como herramienta, y concluye que es trabajoso “llegar con el mensaje”, que no es fácil comunicar, no es fácil comunicarse con los pájaros ni es sencillo comunicar la palabra de Dios. Al mismo tiempo, la pragmática cultural trae otras imágenes. Cuando Roberto le pone a su hermano Ricardo en un pendrive la película El patriota (Roland Emmerich, 2000), le recomienda una escena en la que, para recuperar a su hijo, el héroe, Benjamin Martin, amartilla muchos rifles que dirige con piolines contra los despiadados enemigos. Más tarde, Ricardo recomienda esta película y especialmente esa escena, dando un nuevo relieve a ese breve relato, que sigue siendo verdadero. En este aprendizaje en el que ficción y realidad son representaciones, visiones percibidas, la excelente película de Naumann y Wohlatz propone detenerse ante una pregunta que plantea Ricardo Bär: “¿Silencio y palabra son opuestos?” . Y luego debe retomarse una marcha sin regreso.

Ricardo Bär (Argentina, 2014), de Gerardo Naumann y Nele Wohlatz, c/ Ricardo Bär, Inés Bär, Roberto Bär, Diego Littman, Pastor Leopoldo Castro, Pastor Carlos Zaitler, Fabio Fibke, Anita Mackus, Yakeline Bär, 93’.

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