Bueno, resulta que la última de Fincher era una comedia y yo no me había enterado antes de entrar a la sala. La sorpresa, en este caso, fue más que bienvenida. Las idas y vueltas del guión, que en el marco de un policial pudieron haber sido sumamente fastidiosas, acá son divertidas, siempre y cuando uno acepte ser llevado y traído como sandía que no se acomoda nunca arriba del carro, pero allí está la gracia del asunto (eso de querer mantener siempre el control no sólo es desgastante sino también bastante aburrido). Este aspecto, que suele criticarse como falta de respeto al espectador, carente de suficientes indicios, signos confiables o tiempo suficiente para advertir los virajes, aquí está anunciado desde el principio por las voces en off y las lecturas de su diario personal por parte de un personaje, como casi todos, dudosamente fiable. De modo que asistimos a una guerra de relatos alrededor del matrimonio como tema y otras cuestiones de estado (no sólo estadounidenses) que hace pensar en la de los Roses aunque no tiene la homogeneidad oscura y fabulosa de la gran película de Danny de Vito.
Una mujer desaparece, su marido denuncia el hecho porque ve signos de violencia, de allí en más empezamos a tener pistas encontradas de su pasado mutuo así como a tejer hipótesis sobre su posible destino (el prestigioso apellido literario de su vecina es una pista algo ostentosa). Lo interesante del asunto es el tono, que va de lo zumbón a lo grueso. Perdida es una sátira de la burguesía y la pequeña burguesía disfrazada de thriller, pero se parece mucho a una farsa de cámara europea, como esa de Polanski que estrenaron hace un par de años, sólo que la performance actoral grotesca es reemplazada por las acrobacias estructurales de guión.
Hay algo basto y grosero en la película que la hace sumamente disfrutable la mayor parte del tiempo, mientras el director no cree tener algo importante que decir. No sé si es una cierta noción asaz misógina de la paronoia, la secular critica de la institución matrimonial como tumba del amor, o la desbordada – y depalmiana en un solo plano que no llega a ser secuencia- exposición de las consecuencias de un trauma infantil. Si uno se toma la película en serio es un zoquete; si no, pero tampoco se divierte con ellas, es que no comparte su sentido del humor, que no por grueso deja de ser eficaz. Hay varios aciertos mas nada menores. Uno de ellos es el de elegir a Ben Affleck para hacer de hombre y marido boludo, pollerudo a fin de cuentas, lo que es tanto una virtud del actor cono de Fincher, o de quien haya decidido el casting, que aprovecha los dos o tres gestos insulsos que lo caracterizan sin hacerlos pasar por virtudes. Otro es el montaje, hacedor de más de un gag.
La sátira como crítica social no se agota en el foco puesto sobre una pareja, sino que se extiende a la red pública a través de los padres de la desaparecida primero, creadores de un exitoso personaje de cuento infantil creado a imagen y semejanza de su hija, vale decir un monstruo, y luego mediante la exposición en los medios nacionales a la que todos se ven sometidos, o sobre la que surfean, a raíz del secuestro y potencial rescate (concepto caro al cristianismo estadounidense). Casi nunca hay nada nuevo ni radical en este tipo de representaciones, que funcionan como ficciones laxantes. Calculo que sólo pueden incomodar a los pacatos o a los crédulos; los escépticos se ríen, en este caso particular los varones intercambiarán bromas con sus parejas para calmar a las fieras, y los estetas y revolucionarios se aburrirán e indignarán, respectivamente, ante una nueva variante más o menos graciosa de unos roles estándares mucho más habituales en la realidad familiar o comunitaria de lo que nos gustaría admitir y no pocas veces tan o más deformes que los de la ficción: la mujer como emperatriz doméstica, el marido como hijo y, en el plano político, hasta un avatar de Obama que se presenta como progresismo salvador y no corta ni pincha demasiado. Un par de reconocidos comediantes haciendo de conductores de noticieros completan un cuadro cada vez menos regional y más universalmente extendido.
Diez o quince minutos antes del final hay un fundido a negro que pudo haber sido un gran cierre, sobre todo porque lo que vino después remarca con fallida seriedad lo que ya era claro en clave humorística. Eso me hizo pensar en la anécdota sobre un gran director estadounidense -hay versiones protagonizadas por John Ford y Raoul Walsh entre otros- que arrancaba las páginas redundantes de los guiones que debía rodar. Fincher no parece ser uno de ellos.
Perdida (Gone Girl, EE.UU., 2014), de David Fincher, c/ Ben Affleck, Rosamund Pike, Neil Patrick Harris, Kim Dickens, Tyler Perry, Carrie Coon, Lisa Banes, 149’.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá:
¿y la anécdota de Ford/Walsh?
Ni llegaba a anécdota, Pancho, era eso nomás: agarraban el guión y arrancaban lo que sobraba. Le pido disculpas por crear falsa expectativa. Gracias por la lectura y el comentario. Saludos,
Marcos Vieytes