Por Paola Menéndez.

Legales & burgueses. La película comienza con una apreciada dosis de ultra velocidad ofrecida por los ya conocidos Dom (Vin Diesel) y Brian (Paul Walker) a bordo de sus poderosos autos. Abruptamente, el clima vertiginoso se evapora y deja lugar a un locus amoenus que irá dando cuenta de la apacible vida de cada uno de los personajes diseminados por todo el mundo, configurando así un caleidoscopio de aburguesamiento. Hay una intención persistente en mostrar qué es del presente de los héroes con esos cien millones de dólares ganados en Río de Janeiro.
Desde un recurso argumental bastante común, la banda o más bien “la familia” se verá forzada a salir de esa comodidad tan apreciada. En oposición a los largometrajes anteriores, esta vez no será el dinero el leitmotiv. Se trata de una cuestión que contempla  su propio código de honor y la promesa de regresar a la legalidad una vez más. De esta manera, el valor de la familia emerge estableciendo, a nivel interpretativo, la fuerza centrífuga de la película: la tradición.
Hay explosiones, persecuciones, picadas, disparos, patadas y autos de toda clase y color. En ese sentido, no defrauda en absoluto. La liberación de adrenalina es un hecho. Por otro lado, se oye una buena banda de sonido que acompaña ese fabuloso despliegue de acción intenso y hasta incluso emotivo. Sin embargo, lo inverosímil de una persecución, que resulta estimable como despliegue dinámico en el género, no produce necesariamente el mismo efecto cuando se traslada al guión, y eso provoca, en parte, el mayor defecto de la película. El argumento es tan tradicional, tan trillado y tan poco transgresor que oscila entre lo predecible y lo increíble (no podemos creer que todo vaya ocurriendo tal cual lo pensamos, como si dictáramos los diálogos). Las actuaciones son “aceptables” sin destaques significativos, villanos memorables (Luke Evans), ni parejas exultantes de química (Diesel-Rodriguez, Walker-Brewster).

El film ha perdido cierta espontaneidad inicial que no tiene tanto que ver con ser la sexta entrega, sino con que Justin Lin se muestra más bien adusto y moderado, y no arriesga nunca. Entretiene pero termina desdibujando el tinte original, que podría bordear lo independiente e indomable de esos primeros filmes, asimilándolo a la innumerable cantidad de súper producciones de espías y alta tecnología.

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