¿Terror progresista? ¿Terror políticamente correcto? A propósito de la inclusión que hiciera el Bafici, dos o tres ediciones atrás, de una película posterior a esta de Larry Fessenden, alguien se refirio a The Last Winter como una de terror ecológico. Después de ver Wendigo, película de 2001, queda claro que a sus realizadores les importa transmitir un mensaje con cierta claridad: los EE.UU. han basado su existencia en el exterminio de las civilizaciones nativas y en el uso compulsivo y destructor de los recursos naturales. Lo que vuelve interesante a esta película es que se vale de genuinos recursos cinematográficos para hacerlo, que no destina un personaje o varios a verbalizar sobre el tema y, sin embargo, mantengo dos o tres conflictos con ella. Uno de ellos tiene que ver con el monstruo en particular, y con los mitos en general. En tanto la película construye uno de sus momentos más discursivos cuando un padre racionaliza la existencia de aquellos ante su hijo, queda claro que los realizadores descreen del ente sobrenatural aunque finalmente lo corporizen para imponer cierto grado de justicia poética. El monstruo o el Mal, entonces, no revelaría el lado patológico, diabólico o despiadado de la humanidad, sino que serían espíritus naturales destinados a equilibrar, no sin violencia, lo que los hombres han desviado. No es el tipo de terror que más me gusta, pero como Fessenden dispone con astucia del escaso presupuesto a su alcance, e incluso lo vuelve elegante comentario metalingüístico, de modo que en lugar de portentosos efectos especiales destinados al susto nos vemos gradualmente involucrados en una puesta en escena que privilegia el astuto bordado sonoro y ciertos acelerados visuales no exentos de elocuencia metafísica, no hay razón para quejarse sino, más bien, entregarse a la cuidada escritura fílmica que se revela. Lo que sí hace mucho ruido es algo parecido a un prejuicio de clase y cierto puritanismo que parecen estar detrás de algunas decisiones no menores, extraño si tenemos en cuenta un despliegue de exquisitas referencias culturares -que incluye el recitado de un fragmento de un poema de Frost- del matrimonio de los protagonistas compuesto por una psicoanalista y un fotógrafo. Si hay algo parecido a un villano en la película, ése es un leñador rural típicamente bruto, y queda sugerido -poco menos que condenado- como tal desde el principio de la película, sin que mediaran entonces razones para ello, pues no había habido tiempo suficiente para que hiciera nada censurable salvo ir a la caza de un ciervo (pero eso aquí funciona casi como la noción de pecado dentro de un contexto religioso tradicional). A eso hay que sumarle que un rato después espía a la pareja protagónica teniendo sexo, lo que no revistiría demasiado importancia si no fuera porque con su cara sin afeitar parece demasiado amenazadoramente libidinoso, y viene de matar a un doble de Bambi, que en el imaginario cinematográfico estadounidense representa algo demasiado parecido a la inocencia, y porque la película reafirma el modelo familiar idílico a través del discurso final de la víctima. Hace unos años, Brigitte Bardot abogó desesperadamente por los perros asesinados en Bosnia-Herzegovina, olvidándose de algunas bajas un poco más relevantes. Siento que algo parecido pasa aquí, en la que el justo alegato en favor de la naturaleza exige la criminalización de un personaje que viene a ser, en todo caso, el último eslabón de la cadena de explotación que está diezmando el medio ambiente. La potencia y el peligro de los mitos viene dado por la elocuencia irracional de su discurso, que simplifica cuando no ignora por completo, las fuerzas concretas que operan en la coyuntura presente, y se presta a ser utilizada por los más antagónicos poderes. Wendigo hace todo lo posible por evitar esa flexibilidad operativa del mito y, por ello, pierde fuerza como película de terror destinada a proyectar poderosos impulsos subterráneos, pero gana en tanto propicia una discusión precisa sobre aspectos inmediatos de la realidad, aunque no estoy seguro de que la lectura que haga -o promueva- de ella sea lo suficientemente rigurosa como para ser justa.

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