Atención: Se revelan detalles importantes del argumento.
En Mis hijos (Dancing Arabs) las relaciones entre los personajes están atravesadas por un contexto histórico en cuyo territorio subyace un conflicto armado que, si buscamos un origen aproximado, se remonta a principios del siglo anterior. Como consecuencia de ese conflicto, la discriminación de una etnia es el telón de fondo que condiciona las acciones de sus protagonistas. Desde un comienzo, en 1982, se recrea a través del televisor y el cielo el inicio de lo que se llamaría luego la Guerra del Líbano. En ese momento, Eyad, el protagonista, es un chico que intenta arreglar la antena de un televisor para captar las imágenes en blanco y negro que anunciaban el conflicto bélico. Proviene de una familia árabe que vive en Israel cuyo padre es un “guerrero”, un comunista comúnmente denominado -porque así lo entiende Eyad en un principio- “terrorista”. Allí se corre el velo de lo que se quiere contar: la dificultad que conlleva para un árabe vivir en Israel.
El idioma, la religión y la política comienzan a entremezclarse en una trama que, por momentos, podría pertenecer a cualquier película de iniciación pero que, sin embargo, el director Eran Riklis decide no mostrarnos. Cuando Eyad ya es un púber tímido e inteligente conoce a una chica judía –Edna- que irrumpe en su vida una tarde en la biblioteca. Pasan dos años y los vemos besarse. Ese salto temporal no dio cuenta del desarrollo de ese amor, el primer beso, y tampoco de cómo en ese tiempo transcurrido él dejó de ser un chico tímido para convertirse en alguien más sociable y distendido. Como así tampoco se desarrolla el enfrentamiento con unos “chicos rudos” que parecen salidos de una secundaria de Wisconsin. Celebré esos cortes.
A todo esto, el televisor prendido siempre relata los diversos conflictos que ocurrían en 1988 y en los primeros años de la década del noventa. Como en muchas de las ficciones que retratan una época se muestran elementos provenientes de su cultura y de zonas aledañas con las que se establecen relaciones comerciales. Así aparece la mención, junto a la crítica por parte de Eyad, del escritor israelí Amos Oz, la música de Joy Division a la que su amigo Yonatan lo introduce, y los posters y remeras de Sex Pistols. Las alas del deseo es la película del alemán Win Wenders que se oye cuando junto con Edna están en la oscuridad del cine: “cuando el niño era niño no sabía que era un niño…”.
Mis hijos es una película que avisa, no traiciona. Desde un comienzo podemos predecir absolutamente todo lo que ocurrirá. Y acá vienen todos los spoilers, palabra que a esta altura ya ni el Word corrige. El bueno de Eyad tiene una abuela a la que quiere mucho y ésta le dice que cuando muera desea que la entierren en La Meca con determinados objetos. Ya en la universidad siempre acompaña a su amigo Yonatan, quien padece una enfermedad neurodegenerativa debido a la cual progresivamente se le va paralizando todo el cuerpo. El desenlace de ambos personajes es más que evidente, apenas los vemos ya sabemos que van a morir y que el protagonista la va a pasar muy mal. La historia transita ese camino. También está Edna, su chica; por sus orígenes inevitablemente van a desencadenar un conflicto entre el ocultamiento a la familia y la posterior discriminación, entre el estancamiento reflexivo y, posiblemente, una futura unión a pesar de lo que dirán aquellos que los rodean.
La historia ficticia de los personajes nunca es más interesante que el duradero conflicto entre Israel y Palestina, que nos lleva a indagar en el tema, a incorporar a nuestro vocabulario palabras como Jaffa o Hamás, que pesan sobre el relato de Mis hijos como algo más que un telón de fondo.
Por último, algo curioso: si bien puede ser forzado, y por eso muy fácilmente refutable, a medida que iba viendo Mis hijos pensaba en su relación con Forrest Gump. Seguramente muchas películas se pueden parecer a la de Robert Zemeckis pero acá hay varios puntos en común: la abuela tan querida que se muere (en el caso de Forrest es su madre), el amigo en silla de ruedas que también muere (una mezcla entre el teniente Dan y Buba), la imposibilidad de llegar a tener una relación estable con su chica (Jenny), sucesos históricos importantes –guerras, política, instituciones- en el medio. Tantos indicios son, al menos, una razón para encontrar un parentesco.
Mis hijos (Dancing Arabs, 2014), de Eran Riklis, c/Tawfeed Barhom, Yaël Abecassis, Michael Moshonov, Ali Suliman, 104′.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: