«No sé si dejaré de verlos como héroes de una película. Ahora, cuando veo sus fotos, me cuesta imaginarlos como padres… tal vez porque yo ya soy mayor que ellos».

Álvaro de La Barra.

Perfectamente podemos pensar al documental Venían a buscarme como una película de amor, de amor a la familia, a los amigos y a las personas cercanas que no eran ni lo uno ni lo otro, que simplemente hicieron posible que -a pesar de que venían a buscarlo- Álvaro de La Barra Puga pueda, 32 años después, reconstruir su propia historia.

El relato inicia con una fiesta familiar -«este es mi bautismo» dirá el protagonista- en la que el certificado de nacimiento con el que el Estado chileno lo reconoce como hijo de sus padres Alejandro de La Barra y Ana María Puga se establece como un hito, como el punto de llegada del recorrido que iniciara siendo apenas un bebé de año y medio.

En diciembre de 1974, sus padres militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) fueron emboscados y asesinados en la esquina del jardín de infantes de su hijo. Ese mismo día se inicia la persecución desaforada del pequeño Álvaro -«mientras te sacaban por la puerta de atrás, los de la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional de Chile) llegaban por la puerta del frente»- y es entonces cuando se juega el valor y el amor de amigos, parientes y hasta desconocidos (como la azafata que lo acompañó en el vuelo a Francia), quienes inician este recorrido de búsquedas, preguntas y algunos encuentros.

«Crecí con tan solo una foto de mi padre, Alejandro. Luego, en mi adolescencia, recibí una foto de mi madre, Ana María». Serán precisamente las fotos, esos recuerdos anclados en el papel y en el tiempo, los que irán, a lo largo de la película, construyendo (¿humanizando?) las figuras de estos personajes heroicos y legendarios. Podemos pensar que el hilo conductor del documental es el rescate de la identidad del autor aunque, de hecho, él siempre conoció su historia, sus orígenes y los terribles sucesos -producto de la dictadura criminal de Augusto Pinochet- que lo llevaron, sucesivamente, a Francia, Venezuela y, finalmente, de regreso a Chile. También podemos pensar que, con el paso del tiempo (hoy Álvaro de La Barra es mucho mayor de lo que jamás serán sus padres), se hace necesaria esa proximidad de lo cotidiano que jamás conoció. Las historias, las anécdotas que perfilan a la mujer y el hombre que eran entonces sus padres, la posibilidad de imaginar sus gestos, rituales, caricias y cuidados.

«Justamente el recibir mis apellidos es el gatillo disparador para que yo me lance en esa búsqueda, en la búsqueda de la identidad, porque si bien sabía de quiénes era hijo algo pasa cuando en tus documentos cambian tus apellidos. Pero, ¿es eso solamente la identidad? Uno no deja de ser la persona que ha sido hasta ese momento por tener otros apellidos, o por finalmente vivir en el país donde nació. Creo que no. Como tampoco puedo negar que Pablo (mi tío) es mi padre y que venezolano es mi andar»(1), cuenta Álvaro en una entrevista, y así se embarca en una investigación en la que poner el cuerpo es una condición ineludible. Llegarán las fotos familiares, las historias, las anécdotas, los recuerdos, los compañeros de militancia de sus padres y los dolores y las traiciones…

Dos momentos son particularmente decisivos para mí. El primero es el referido a «la Carola», amiga de su madre, quien era «algo así como tu madrina», comentará uno de los entrevistados. La compañera de militancia que se quebró, se convirtió en miembro de la DINA y, aparentemente, fue quién delató a Alejandro y Ana María haciendo posible su fusilamiento. El segundo tiene que ver con las relaciones familiares y la necesidad de mantener ciertos rituales de lo cotidiano a pesar de cualquier circunstancia. Su medio hermano (hijo de su madre), al que ha visto cuatro o cinco veces en toda su vida, también en el exilio, le envía a Venezuela una camisa que ya no le queda y el adolescente Álvaro la convertirá en su favorita durante mucho tiempo. Ese gesto mínimo, tan de la proximidad, tan de cualquier familia, habla, de alguna manera, de esa necesidad visceral que tenemos de lo cotidiano como identitario.

Muchas veces el cine nos interpela desde la propia experiencia, en este caso, la histórica. El recorrido que propone Venían a buscarme, sin subrayados, sin enojos, es el de preguntarse ¿cómo fue la infancia de sus padres? ¿cómo fueron sus deseos, sus anhelos? Indagar sobre el sentido de la lucha y la decisión de formar una familia y sostenerla en medio de la persecución y la muerte. En este punto, el documental dialoga con La Guardería de Virginia Croatto, y nos pone frente a la historia reciente y a los procesos de recuperación de la memoria que se dieron de un lado y otro de la cordillera.

A 45 años del golpe cívico-militar que derrocó a Salvador Allende en 1973, hablar de los niños que fueron víctimas de la dictadura en Chile no es habitual, por lo que la dimensión política de esta película adquiere una significación particular. En lo que se refiere al presente chileno Álvaro de La Barra Puga reflexiona: «Mis padres luchaban por una sociedad igualitaria y, en medio de esa lucha, eligieron tenerme a mí (…) quizás su juventud, quizás su ingenuidad los llevaron a cometer ese error (…) Acá (en Chile) he podido acercarme un poco más a lo que fueron mi mamá y mi papá. Pero el Chile de hoy está lejos de los ideales por los que dieron su vida y no encuentro los valores ni las convicciones que los llevaron a tomar esas decisiones».

Y llegamos al final del recorrido como lo iniciamos, de la mano de una foto. La reconstrucción analítica de la (improbable) foto familiar es de una potencia y de una tristeza desoladora y, a la vez, es el documento que da cuenta de la infancia, de lo cotidiano, de las sonrisas y los mimos, de los juegos, de mamá y papá.

(1) Álvaro de la Barra, cineasta chileno: «La memoria, y su recuperación, en Chile ha sido frágil” 23 mar, 2018. Por Daniel Cholakian, Nodal Cultura.

Acá puede leerse otra crítica sobre la misma película.

Venían a buscarme (Chile, 2016). Dirección: Álvaro de la Barra. Guion: Álvaro de la Barra. Dirección de fotografía: Carlos Vásquez, Inti Briones. Diseño de sonido: Roberto Espinoza. Participan: Andrés Pascal Allende, Rene Valenzuela, Hernán Aguiló, Esther Hernández, Pablo de la Barra, Carmen Puga, Renato Puga. Duración: 84 minutos.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: