El director australiano Garth Davis, que posiblemente ubiquen por su película anterior Un camino a casa (Lion, 2016), vuelve a una historia en la que la temática es encontrar el camino. Si en Un camino a casa, un niño perdía sus coordenadas familiares en las calles de Calcuta para reencontrarlas varios años más tarde, aquí en María Magdalena es una mujer la que intenta encontrar su propio camino más allá de las determinaciones que le imponga su familia.

La Biblia, como todo texto que fue transmitido por diversos apóstoles, aunque se pretenda  sagrado y portador de La Verdad, está sujeto a interpretaciones subjetivas. Esta es la premisa sobre la cual trabaja el director. Todos conocemos el relato bíblico tradicional que sitúa a María Magdalena como una pecadora, una prostituta que fue perdonada y redimida por Jesús al salvarla de la lapidación. La propuesta de Davis abre una relectura de la historia oficial y aquí se encuentra uno de sus aciertos.

La acción se sitúa en el año 33 DC, cuando gobernaba  en Judea el rey Herodes, que era apenas un títere de la dominación del imperio romano sobre esas tierras. La primera imagen que tenemos de María Magdalena (Rooney Mara) es cuando, siendo una joven pastora de la aldea de Magdala, es llamada por su hermano para asistir en el complicado parto de una de sus hermanas. Ya desde ese momento se hablará de ella como de alguien con talento para esas instancias, entre la angustia y el dolor.

Pronto aparece Efraín (Tsahi Halevi), un hombre que la pretende como esposa, y su padre -siguiendo las costumbres de la época que señalaban a la mujer como propiedad del padre y la alianza del parentesco como cosa de hombres- le impone casarse con él  para luego darle muchos hijos. Esta línea está en correspondencia con la idea tradicional que asimilaba el lugar de la mujer en la sociedad en tanto madre, que es la línea que Freud postula como salida normal del Complejo de Edipo que instala la “situación femenina”  (pasar de anhelar un hijo del padre, sustituto del pene faltante, a buscar que otro hombre le dé un hijo). Así, el padre de familia y el hermano mayor Daniel (Denis Ménochet), que hace las veces de padre, darán una cena en su hogar en honor al pretendiente de María, mientras ella escapa hacia el templo casi enajenada. Esta huida de María ante el inminente casamiento será leída como un acto vergonzoso y humillante, un deshonra para ella y para la familia.

La mujer que no sigue el designio natural de ser madre encuentra la justificación de su desvío en la posesión demoníaca. Sobrevienen entonces una serie de actos para exorcizarla y, en ese contexto, aparece un hombre designado como “el curandero” que resulta ser quien conocemos como Jesús de Galilea (Joaquin Phoenix), peregrino de las enseñanzas sobre el nuevo reino de Dios. Así se produce el encuentro entre María y Jesús: «¿Qué quieres?», pregunta él; “Conocer a Dios”, responde ella. Jesús le dirá que entonces sólo tiene que seguir su fe. María seguirá entonces, en contra de la voluntad paterna y debiendo soportar el desprecio familiar, el llamado de Dios y se unirá a los apóstoles para acompañar a Jesús en su prédica del nuevo Testamento,  así como en su crucifixión y resurrección en la ciudad de Jerusalén.

En su Conferencia 33: La feminidad, Freud refiere que al tiempo que la niña descubre su castración surgen tres posibles orientaciones para su feminidad: la feminidad «normal» que se asocia a la maternidad, el complejo de masculinidad que conduce a la homosexualidad, y la renuncia a la sexualidad. María Magdalena, en la película de Davis, lejos de ser una mujer que se presenta como el falo que le falta a los hombres, seduciéndolos y vendiendo su cuerpo como objeto -tal como nos dice el relato oficial-, opta por el ultimo camino. Ella se suma a los apóstoles, peregrina y oficia con ellos enseñanzas y sacramentos como el bautismo, sin establecer relación carnal alguna, ni con ellos ni con Jesús, conservando para siempre su virginidad. La relación de María Magdalena es con la palabra de amor de Dios: es de allí de donde extrae un goce. Se trata de una posición femenina ligada al goce místico.

Otro punto interesante es que, al comprender en carne propia la condena que recae sobre una mujer por vincularse con un hombre por fuera del matrimonio y del designio materno, María Magdalena abre un camino para que otras mujeres rompan con el temor a la vergüenza y el escarnio social y se animen a seguir su propio deseo. De allí que María oficie el bautismo de las mujeres que desean seguir a Jesús: Así podríamos pensarla hoy como una de las primeras feministas revolucionarias.

La idea de la época es que la presencia de una mujer entre hombres o de un hombre entre mujeres va a desencadenar tentaciones, la incontinencia de los impulsos sexuales, las rivalidades, las divisiones. De allí que la presencia de María Magdalena no será bien recibida por los apóstoles, especialmente por Pedro (Chiwetel Ejiofor), quien la considera un talón de Aquiles que les traerá mala fama e impedirá conseguir más adeptos a la causa cristiana. No obstante las quejas de Pedro, Jesús recibe a María como parte de sus seguidores. En la relación entre Jesús y sus apóstoles, podemos discernir la estructura de la masa, cuyos lazos se consolidan porque cada integrante ha puesto a un único y mismo objeto en el lugar de su Ideal del Yo (Jesús); se identifican entre ellos, considerándose como hermanos. Estos lazos que sostiene la masa se constituyen a partir de pulsiones sexuales de meta inhibida. Se trata de un prejuicio social de época que la mujer no pueda sublimar sus impulsos sexuales al servicio del Ideal, proyectando en ella las dificultades de continencia de las pasiones y acusándola de débil de carácter y ética.

La película es algo solemne en su desarrollo, acaso por el tema bíblico en sí, pero mantiene en la protagonista el punto de vista del relato, y con ello evita y abrevia los lugares como la última cena, el anuncio de que habrá un traidor, la última oración en la montaña, o la pasión y crucifixión de Cristo.

La pregunta que insta la película a formularse es la siguiente: ¿Por qué Jesús necesitaba la presencia de María Magdalena entre sus apóstoles? Hay un viejo adagio latino que dice que la madre es siempre cierta, puesto que el hijo nace de su vientre, mientras que el padre es siempre incierto. En el contexto histórico de la película se juega, ante el avance del imperio Romano, la necesidad de consolidar el monoteísmo, que se volvía inestable. Si el padre es siempre incierto, de allí la necesidad de pruebas (los milagros) y de los testigos (los apóstoles) que den cuenta de que Jesús es el hijo de Dios en la Tierra. Entre los doce apóstoles ya conocidos y María hay una diferencia de posición que está dada por la diferencia de sexuación. Mientras los tradicionales apóstoles se consideran “soldados” de una causa y creen que el advenimiento del nuevo Reino de Dios sobrevendrá a partir de un cambio real y externo en el que ya no habrá malestar, opresión ni injusticia (posición ésta última que encarna principalmente Judas y que explicará su traición); María, por su condición de mujer, por gozar de las palabras de Hijo de Dios, será quien mejor interprete su mensaje. De allí que la considere un testigo especial y la mantenga a su lado.

En la escena de la antesala del templo en Jerusalén, que Jesús considera un “mercado” en el que se compra el perdón con la ofrenda de carneros sacrificados, la sangre de los animales le anticipa visiones de su final. Jesús sabe que tiene que cumplir con la voluntad del Padre y por ello se hace arrestar por los romanos. Sin embargo, sabe que la naturaleza temerosa de sus hombres seguidores los instará a frenar y evitar a toda costa su muerte. Magdalena ha dejado su hogar, ha soportado la humillación pública, y tiene otra fortaleza para aceptar el dolor y acompañarlo hasta el final.

Para cuando ocurra la resurrección de Cristo, María Magdalena será testigo primera de ese gran milagro y llevará la noticia a los apóstoles escondidos, escépticos porque no ven signos de cambio externo. Pedro seguirá la línea de considerarse el heredero legítimo del mensaje cristiano, tomando las palabras del Mesías de que cada uno es una piedra sobre la que se construye la Iglesia. María tendrá el coraje de enfrentarlo, interpretará las palabras de Cristo con menor literalidad, con mayor carga poética, dando cuenta de que la gran revolución prometida no apuntaba a cambiar el exterior sino el corazón. La pretendida superioridad del hombre, subestimando la inteligencia y la fortaleza de la mujer, será la que selle el destino de la Iglesia en tanto institución. El poder de oficiar misa, sacramentos, y de promulgar el mensaje quedará en sus manos, y María Magdalena será relegada a las sombras de lo impuro en la lectura que el Papa Gregorio haga de ella: si una mujer no sigue su naturaleza materna (instinto que no existe ya que somos seres de lenguaje) solo puede ser considerada como loca o como puta. Las sombras de las que emerge María Magdalena para alcanzar la luz, metaforizadas por la bella escena del prólogo y del cierre en las que nada desde el fondo del lago hasta la superficie brillante, no son las sombras de la impureza pecadora sino las de una maternidad impuesta, vida de encierro que se negó a aceptar para alcanzar su propio deseo.

María Magdalena logra sus momentos más interesantes en el inicio y hacia el final, tornándose lenta y solemne cuando queda más pegada al periplo de Cristo y pierde protagonismo opacada por una historia, que si bien Davis abrevia, no deja de resultar monótona y repetitiva. Su potencia reside en las actuaciones de la pareja protagónica y en la relectura de la posición de María, rebelde y firme en su resistencia, última guardiana del mensaje de misericordia cristiano.

María Magdalena (Mary Magdalene, Estados Unidos/Australia/Gran Bretaña, 2018). Dirección: Garth Davis. Guion: Helen Edmunson, Philippa Goslett. Fotografía: Greg Fraser. Edición: Alexandre de Franceschi, Malanie Olivier. Elenco: Roony Mara, Joaquin Phoenix, Chiwetel Ejiofor, Tahar Rahim, Ariane Labed, Denis Ménochet. Duración: 120 minutos.

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