*Un agujero en la tierra o en una montaña son una fuente de sensaciones. Visto desde la superficie se trata de un agujero negro que genera curiosidad (siempre, saber qué hay del otro lado de algo), la pregunta, la decisión de saber o no, la especulación imaginaria. Un agujero en la tierra es un misterio. Se impone como algo que no vemos pero que existe. Y de esa manera, se vuelve lo desconocido. Y eso desconocido convoca a una sensación que fluctúa entre el vértigo de saber y el temor a lo que no se conoce. Las cuevas son territorios ajenos al mundo en el que nos movemos habitualmente: se meten hacia adentro, cuando la vida tiende a expandirse hacia afuera, hacia arriba, hacia los costados. Una remera de uno de los espeleólogos que se ven en La gruta continua (2023) tiene una leyenda que dice algo así como “Tu futuro está bajo tierra”. La ironía sobre el destino final de todo humano, se resignifica con la idea de que bajo tierra hay otras formas de vivir.
*Al comienzo del documental se menciona que en una cueva no se puede vivir. La referencia señala un estándar de la vida sobre la tierra, pero también, por omisión, un posible anacronismo que puede suponer la espeleología. Es ir en sentido contrario de la “evolución” humana, una inmersión en el pasado, en lo que de alguna forma ha quedado clausurado, sepultado (como esa entrada a la gruta en los fondos de la casa de uno de los entrevistados). Aun así hay algo de lo habitable que interesa recuperar. Una exploración que se supone en el vacío (aunque la contradicción se expresa en la idea de buscar a “los habitantes del vacío”) pero que resalta la forma de habitar esos espacios. Formas circunstanciales, limitadas en el tiempo. La derivación de la gruta en atracción turística (recorridas a pie, en bote por las corrientes de agua subterráneas, convertidas en algún caso en una especie de balneario). El pasaje de lo natural a lo artificial representado en los bunkers o refugios propios de las guerras. Lo que resalta el documental es justamente, la forma en que proponen la existencia de un espacio otro: un lugar donde el dominio corresponde al silencio, al vacío y la soledad. Un espacio que exige la desaceleración, la lentificación de lo que afuera es movimiento puro.
*Implícitamente, la cueva es incomodidad. Dificultad para ingresar o salir en algunos casos; atascamiento de los cuerpos en otros; inhabitabilidad real y concreta en los que rodean al Etna por el calor. No se trata solo de oscuridad y humedad: hay una cuestión de la forma espacial de las grutas que las vuelve complejas. Alturas y pisos diferentes, invitan a pensarlo como una inestabilidad establecida. Los gráficos de las cuevas lo afirman en esos trazos que se van expandiendo, amorfos, hacia abajo y hacia los costados en la pantalla. Las grutas son un territorio rugoso, un riesgo permanente: no todo se puede ver, no se sabe hasta dónde llega. “La sensación de salir vivos siempre es maravillosa” dice uno de los espeleólogos como una síntesis posible de la relación con ese mundo.
*La gruta continua se revela exploración. No un simple acompañamiento de la exploración de otro. La cámara está dentro de las grutas y se despega de la necesidad de contar con alguien que funcione como guía. Cuando éstos aparecen, lo hacen por fuera del espacio de la cueva o como una voz en off que interviene (la excepción posible es la del Etna, donde lo físico se vuelve necesario para registrar las condiciones del lugar). Un discurso verbal que se articula de una manera (a veces histórico, a veces explicativo) y un discurso visual que sigue su propia lógica, sin disociarse del relato oral. Lógica que no remite únicamente al interior de cada secuencia. Porque si bien el documental toma el nombre de un grupo italiano (que a su vez es una derivación de una consigna de las Brigadas Rojas) la continuidad a la que alude el título se percibe a nivel físico. D’Angiolillo registra cuevas en diferentes lugares del mundo (especialmente en Italia y Cuba) pero se despreocupa por identificar el lugar geográfico donde se encuentran. Unas y otras se suceden sin desmarcarse, más que por alguna huella que puede dejar desde lo visual. La continuidad de las grutas se propone real y persistente, como si la salida de una llevara indefectiblemente a otra, como si formaran parte de un sistema que excede la identificación individual para sostenerse en el conjunto.
*Esa lógica de continuidad se asocia con la idea que despliegan los espeleólogos y que la cámara registra. Las grutas, las cavernas pensadas como cuerpos. Una visión que excede lo obvio: que forman parte de un cuerpo mayor que es el planeta y que en algún momento termina por explicitarse (“son el hígado y los pulmones de la Tierra”). Cuerpos individuales que contienen en sí mismo la vida. Corrientes de agua como sucedáneas de la sangre, cauces como venas. La visualización de que las cuevas “respiran”. Al no revelar los extremos de cada una, las corrientes de aire sostienen esa construcción, las registra como un cuerpo vivo. Tanto que si no fuera porque entendemos la imagen, podríamos pensar en un cuerpo inerte que engulle –o expulsa- a otros. Tanto que, aunque la búsqueda pertenece a otro territorio, hasta podría invocarse a una película como Innerspace (Dante, 1987) en su exploración por el interior del cuerpo humano. Y sin embargo, algo de todo eso puede intuirse en la referencia a Alicia Alonso, tal vez, la bailarina más famosa de Cuba, que era también paleontóloga. Cuando cerca del final la película rescata un audio en el que Alonso señala sus problemas de visión tras una operación, termina diciendo que no necesita mirar un determinado ballet porque puede verlo dentro suyo. El cuerpo que, en ese momento, por fin, termina por revelarse caverna.
La gruta continua (Argentina, Cuba; 2023). Dirección: Julián D’Angiolillo. Guion y fotografía: Julián D’Angiolillo. Edición: Pablo Mazzolo, Julián D’Angiolillo. Elenco: Alberto Cotti, Andrea Gobetti, Giovanni Badino, Claudio De Filippo, Ángel Graña. Duración: 85 minutos.
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