La memoria de los huesos pareciera ser una película estrenada a destiempo. Quizás por eso sea una película importante, o más bien urgente. Rescatar desde el cine el trabajo del equipo de antropología forense se transforma en una necesidad para desarticular los discursos del cinismo que, desde el poder político, se están instalando en el último tiempo (desde diciembre de 2015 en adelante, para ser más precisos) y que intentan negar o por lo menos: primero, poner en duda el número de desaparecidos que dejó la última dictadura; y, segundo, lo que esta significó para el tejido social de nuestro país.

La película de Beraudi le sigue el paso bien de cerca al equipo de antropología forense que lleva adelante desde hace más de tres décadas el trabajo de identificar, por medio del rastro que dejan los huesos (ni más ni menos), los cuerpos que la dictadura argentina decidió desaparecer de manera sistemática. La idea fundacional del dictador Jorge Rafael Videla de hacer desaparecer los cuerpos de las víctimas del terrorismo de Estado, impidiéndoles a los sujetos involucrados la posibilidad de un juicio justo (en el caso de que fueran responsables de algún delito), dejó una huella irreparable y de un daño  incalculable para la sociedad argentina. Ese horror consumado durante siete años aciagos (1976-1983), que siguió ejerciendo presiones a la democracia que vendría luego (para este tema es recomendable el libro de León Rozitchner:  Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia), no nacía allí sino que se remontaba a por lo menos 21 años atrás: el golpe de Estado de 1955 al segundo gobierno de Juan Domingo Perón. Luego la historiografía liberal bautizó como Revolución Libertadora a lo que fue el inicio de un camino que culminó con el horror de las Malvinas y una democracia marcada por el campo del horror. Ese doble terror al que hace referencia Rodolfo Walsh: terror que es físico, disciplinador del cuerpo biológico (sobre los cuerpos desaparecidos, como enunciara Videla al conceptualizar la figura del desaparecido como una entidad que no está ni viva ni muerta), por un lado, y sobre el cuerpo social, por el otro, ya que disciplina y aterroriza las subjetividades rompiendo los lazos colectivos. Pero también es (principalmente, diríamos) terror económico, porque la causa fundante de ese terror primigenio es el de someter al cuerpo colectivo desde lo corpóreo para luego poder disciplinarlo y restaurar así un orden  político y económico previo al orden que instaurara el peronismo con sus políticas sociales de tono inclusivo para amplios sectores marginales de la sociedad.

La batalla por el sentido de la Historia y por las diversas interpretaciones que esta conlleva deben poder problematizarse y contextualizarse antes de sumergirnos de lleno en el film de Beraudi. Este documental, que ancla en ese pasado trágico, hace foco en los sobrevivientes a ese terror infausto, y a su vez en el notable trabajo del equipo de antropología forense que es el que permite que los cuerpos de los desaparecidos sean recuperados del abismo de perpetua incertidumbre al que son sometidos los familiares de las víctimas de este terrorismo de Estado. Lo que el equipo de profesionales forenses logra con su praxis es poder clausurar la búsqueda, habilitando la posibilidad de duelar como corresponde a un ser querido. La cámara de Beraudi indaga desde un registro poético en esa labor de reparación (lo que la justicia, en este tiempo de amnistía 2 x 1 y revival de las leyes de la impunidad instauradas en la década del 90, no estaría reparando). La cámara de Beraudi indaga en los rostros de familiares de desaparecidos conquistando la proeza cinematográfica de filmar la ausencia y el dolor que provoca, pero sin utilizar ningún golpe bajo ni efectista.

El film  se concentra en el trabajo que el equipo forense realiza tanto en nuestro país, desde la vuelta a la democracia, como en El Salvador, donde la guerra civil ocasionó un brutal derramamiento de sangre. Esa tarea casi detectivesca es filmada sin grandilocuencia al lograr decir mucho con imágenes, al mostrar el trabajo de profesionales y familiares de las víctimas (es notable como Beraudi filma rostros, manos y miradas) esquivando cualquier subrayado que perjudicaría la potencia de lo narrado. Cada una de las historias es contada con pericia casi etnográfica, registrando el irrevocable paso del tiempo con las huellas que este deja en estos héroes anónimos que  siguen buscando a quienes ya no están. Un hijo (David Toubes) reconoce los restos de su padre y la cámara captura el momento en el que este reconoce el cuerpo de lo que fue su padre y  observa el objetivo orificio de bala que este tiene en la cabeza. Dos familiares de desaparecidos hablan de sus vidas y sus historias atravesadas por el dolor de la ausencia irrevocable mientras la cámara respeta y filma de manera pudorosa esas experiencias biográficas siempre al límite.

La cámara se traslada luego a El Salvador donde se narra el drama de Rosa Amelia Menjibar y de su hija Roxana. El caso de Rosa y Roxana le permite a Beraudi dar cuenta de la tragedia colectiva desde la singularidad del caso individual.  El cuerpo de Rosa, asesinada en  un bombardeo en el año 1983 por las fuerzas armadas salvadoreñas, es hallado por el equipo y la angustia de Roxana ante la ausencia  de ese cuerpo se abre a la posibilidad de cicatrizar o iniciar el proceso de duelo. Las victimas (cada una de ellas) son tratadas con la máxima humanidad por la cámara y ese es uno de los grandes logros del documental de Beraudi, porque si bien este retrata de manera objetiva el trabajo del equipo de antropología forense sin caer nunca en la glorificación (lejos está la película de transformar en héroes al colectivo de trabajadores que llevan adelante esta tarea) jamás la película pierde de vista el espesor de la tragedia que viven cada uno de estos hombres y mujeres. La tragedia de ellos no es otra que la tragedia de un país que se encuentra atravesado por diferentes tipos de violencia: por un plan económico que hoy sigue condenando a una parte grandísima de la población a vivir en los márgenes de la sociedad (que ya denunciara Rodolfo Walsh en la carta abierta a la Junta Militar); y por la violencia específica a la que fueron sometidas las víctimas de este terrorismo de Estado y que hoy se intenta banalizar desde el poder. De ahí la incomodidad y la urgencia que la película de Beraudi produce en el espectador ya que indaga en una zona borrosa de la memoria colectiva que se intenta obturar desde una mirada cínica y ahistórica de la tragedia que vivió nuestro país.

Chicha Mariani, una abuela mítica y una de las víctimas que la cámara poética y contemplativa de Beraudi rescata, manifiesta su tristeza por haber tenido que atravesar el tormento que tienen que atravesar las víctimas del terrorismo de Estado: “que pena que hayamos pasado por todo esto”. La cámara la filma con pudor, como sumergiéndonos en el abismo de las vidas que pudieron haber sido y no fueron. Es esa mirada ética del film de Beraudi  (y  del trabajo del equipo de antropología forense) lo que define  la necesidad  y la urgencia de narrar estas historias y lo que hace de La memoria de los huesos una película importante.

La memoria de los huesos (Argentina, 2016), de Facundo Beraudi, c/ Lita Boitano, Roxana Menjivar, Chicha Mariani. 78′.

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