Lo personal es político. Inclasificable es el mejor adjetivo con el que podemos definir a la directora argentina Albertina Carri y al corpus de sus obras. Es mucho más que una directora de películas, no solo tiene en su haber un total de seis largometrajes y otros tantos cortos, sino que también cuenta con un amplio y variado desempeño en la televisión. Además, fue creadora de tres videoinstalaciones y organizadora de Asterisco el Festival Internacional de Cine LGBTIQ. Si bien estudió guion en la Universidad del Cine, se desempeña en varios frentes en el campo cinematográfico: dirección, guion, producción, casting, y más. Muchas veces detrás de la cámara y muchas otras frente a ella. Su mirada es omnipresente en sus realizaciones donde todo se encuentra atravesado por su subjetividad. Sus obras son personalísimas y reflejan sus más profundas preocupaciones, miedos y pasiones.

En su filmografía puede encontrarse una serie de constantes que funcionan como claras marcas autorales. La más fuerte es la indagación sobre la identidad y la memoria. Huérfana desde muy pequeña, porque sus padres fueron víctima del terrorismo de estado de la última dictadura cívico-militar, la directora frecuentemente se propone reconstruir el pasado con esquirlas, viejas fotografías, relatos orales, documentos parciales, y archivos incompletos. La búsqueda, en sí misma, es la fuerza que impulsa la totalidad de su obra.

Con solo veintiséis años realiza su primera película No quiero volver a casa (2000). Allí dispone un rompecabezas compuesto por un crimen que invade la vida de dos familias, la decadencia y la desintegración de éstas, y la ciudad como factor alienante por el que devienen los personajes. El foco es colocado en los mundos interiores de éstos y es el espectador el que tiene a su cargo rearmar las historias. La película filmada íntegramente en blanco y negro, con planos contemplativos, es una meditación poética sobre las relaciones humanas. Solo algunos años después presenta Los rubios (2003), película que marca un hito en el cine documental argentino. En este film, Carri desafía las normas del género, construyendo una película en primera persona en la que coloca frente a cámara a la actriz Analía Couceyro, quien asume el rol de la propia Albertina, representándola a lo largo de la película. Los rubios representa un renovado abordaje a una temática ya visitada muchas veces en nuestro cine -la dictadura militar-, y al entremezclar lo documental con lo ficcional registra el proceso en el que espera reconstruir la vida de sus padres (Roberto Carri y Ana María Caruso) y sus últimos momentos.

En el cine de Carri se diluye toda línea que divide realidad y ficción. La materia prima de obras como Los rubios, La rabia (2008) o Cuatreros (2017) es su propia vida, lo que hace confundir -aun más- aquellas borrosas fronteras. En Los rubios vuelve al barrio que fue testigo del ataque y secuestro de su familia. Allí entrevista a vecinos que presenciaron los hechos, mientras que pocos recuerdan, otros disimulan, y algunos mienten, quedan al descubierto las trampas de la memoria. También recolecta declaraciones de quienes los conocieron y acompañaron en los años de militancia y recorre sitios visitados por ellos; sin embargo, nada alcanza para reconstruir hechos de manera precisa, y es en esa rotura del relato donde se apilan las capas de sentido. Es una película sobre cómo hacer una película -es cine dentro del cine-, pero también es el genuino deseo de la directora de descubrir a sus padres. La película no logra dar con una historia oficial, más bien desarticula los sucesos y rompe las secuencias frágilmente reconstruidas. Sin embargo, ésta fragmentación permite acercar una dimensión, o a penas una apariencia, de aquello que ya no está. En Cuatreros, la excusa es realizar una película sobre Isidro Velázquez, “un fugitivo de la justicia burguesa”; en el proceso de reconstrucción de los pasos del gaucho chaqueño, Albertina descubre que en realidad está yendo tras sus propios pasos. La búsqueda de la identidad del otro termina siendo la propia. La búsqueda es EL tema. Buscar documentos, películas clandestinas, imágenes en movimiento, voces, caras, sus padres, su familia, la identidad. La narración de esta maravillosa obra está compuesta por un sinfín de imágenes de archivo, acompañadas por un relato tan verborrágico como apasionado en la propia voz de la directora. La película se revela en su proceso a la vez personal y política.

A lo largo de su trabajo es posible rastrear una fuerte conexión con la naturaleza. Mientras que en Cuatreros es el lugar de la revolución y el levantamiento armado, en Las hijas del fuego (2018) es el lugar de otra revolución, la del placer y el deseo. Lo natural aparece como lugar de retiro donde rehúyen los personajes. Pero también es el sitio que cobijó a la propia Albertina en su niñez, luego de los hechos que alteraron su historia. En La rabia (2008), Carri explora exhaustivamente la dimensión de la tierra, la que representa la agresividad del campo y del hombre. El film se desarrolla íntegramente en el ambiente campero, los paisajes lejos de mostrar la apacible calma de la llanura exponen los distintos tipos de violencia a los que puede ser sometido un hombre. El brutal muestrario contempla desde violencia doméstica hasta explotación infantil, pasando por el inminente peligro a la violación que recorre el relato.

El cine es siempre una herramienta política en las manos de Albertina Carri. Sus trabajos profundizan en cuestiones tan íntimas como actuales. No es ajena al efervescente contexto en el que vivimos, ni a los cambios y avances sociales. Por el contrario, se encuentra sumergida de lleno en el movimiento feminista que empuja el presente cambio de paradigma, y su obra es reflejo de eso. A través de sus películas propone repensar -desde una óptica crítica- la violencia, la sexualidad, la marginalidad, las relaciones humanas, la mujer y la familia, temas que en este tiempo se manifiestan urgentes. En su filmografía nada se aborda de refilón, ni de manera superficial; Carri va al hueso, involucrándose íntegramente. Sus películas son sinceras y muchas veces metafóricas, por lo que exigen un espectador atento y una viva actitud reflexiva. Su trabajo está en constante mutación, se renueva permanentemente y se desmarcarse de las tradiciones cinematográficas. Evidencia un interés en el cine como lenguaje expresivo, ya que explora las potencialidades y capacidades creativas del medio, película tras película. Es una gran experimentadora de la imagen y del sentido, busca nuevos modos de enunciación quebrando los cánones establecidos, y ensaya una estética de collage que impulsa la mezcla de texturas y la yuxtaposición de soportes: dibujos, acuarelas, playmobils, muñecas, materiales de archivos, otras películas y fotografías son algunas de las herramientas de las que se sirve; todo es materia significante en el ojo de esta directora. El cine es para Carri una forma de transitar la vida. Cámara en mano desafía los límites de una industria monótona dominada por el mercado mainstream; en su lugar, entrega una mirada provocadora e incómoda sobre el mundo que habita.

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