AbelFerraraSubway Stories, One Dream Rush, Abel Ferrara: Not Guilty.

1. Desaliñado −remera de Prince, bajo, saco de cuero y pantalones chupines−, sudoroso, con una dentadura en pésimas condiciones, Abel Ferrara se pavonea frente las cámaras del equipo de filmación francés. Se lo siente en su salsa. Con una mano sostiene una botella de cerveza a la que cada tanto le va dando traguitos sin parar de hablar, mientras con la otra puntúa su discurso y da indicaciones al séquito que lo acompaña en lo que presumiblemente sea su estudio o el de algún colega. Está contando la anécdota sobre la vez en que casi se malogra una toma de King of New York. Conocedor profundo del terreno y el oficio, Ferrara explica que el plano que tenía en mente −la imagen perfecta, con la iluminación perfecta, postal de rascacielos perfectamente recortados contra el cielo urbano− únicamente puede capturarse durante una breve ventana de tiempo, una “hora mágica” a eso de las 5 de la mañana y que en ese momento le despelotó la escena uno de los actores que no había entendido bien cómo venía la mano. A medida que habla es como si se fuera dando manija solo y gana velocidad enredado en los hilos de su propio relato. Dentro de unos minutos, lo veremos subirse apurado a un taxi que habrá de conducirlo al set donde está rodando el videoclip de una banda de segunda línea, aprovechar una pausa para aporrear las teclas de un piano que tenía ahí mismo, grabar una parte del clip donde canta una negra hermosa, cortar e inmediatamente escaparse a la calle y tirarle los galgos a un par de jovencitas que pasaban y a las que se nota visiblemente incómodas. Ferrara mira al ojo de la lente, cancherea, canta, putea, invita a la gente que le festeje sus chistes y todo transcurre de noche. ¿Está drogado? Ni falta hace. Debemos barajar posibilidad de que su euforia no despliegue alas químicas y que realmente, genuinamente, sea así, todo el tiempo, una especie de loco sagrado, como pareciera desprenderse de la biopic Not Guilty (2003) hecha para el ciclo Cinéma de notre temps. No busquen más, acá tenemos al rey de Nueva York.

abel-ferrara-not-guilty2. El argot rioplatense nos ha legado un par de expresiones felizmente intraducibles para designar a esta clase de personalidades border. Primero que nada, Ferrara no es “careta”, en el sentido de hipócrita o calculador. Daría la sensación de que no especula con su obra, hace el cine que le gusta, como le gusta hacerlo. Es decir, hace la suya. Su estética del reviente, su inclinación por las psicologías marginales y los personajes socialmente desafiliados, no es un dogma o una doctrina. Este director ni asume ni rechaza el sayo de artista “de culto”. En una crítica que leí hace poquito, lo describían como un excéntrico, alguien que trabaja “sin red” y degrada o descompone −lean bien, descompone, no “deconstruye”; la resonancia es digestiva− el significante fílmico, inutilizando viejas etiquetas como las de cine “de género” o “de autor”. A Ferrara no le interesa agradar, no tiene tiempo. (En el documental que mencionaba arriba, una mujer por la calle le pregunta quién es, por qué lo siguen las cámaras y él contesta al toque, sin pensar: I’m Dick, the Prick. What do you care? O sea, soy un forro). Digámoslo otra vez, Ferrara no es careta.

3. Segundo desliz idiomático: Ferrara responde ostensiblemente al arquetipo popular del “cebado”. El vocablo es una derivación del sustantivo “cebo”, que es la grasa o el alimento que se les da a los animales para engordarlos o atraerlos hacia una trampa. En ocasiones, la carne humana también pude actuar de cebo. Célebremente, en los primeros capítulos del Facundo, se menciona el caso de un “tigre cebado”, una fiera que se ha vuelto peligrosa debido a que, tras haberse comido a unos campesinos, ya no quiere probar otra cosa. Por su parte, la RAE reconoce las acepciones de “ensañarse” y “encarnizarse” como sinónimos del verbo en su forma pronominal (“cebarse”) y coloquialmente, describimos a una persona como “cebada” cuando siente un apasionamiento tan intenso por una cosa que bordea el ridículo. Esta particularidad del temperamento ferrariano, esta tendencia al desborde, a la desmesura, a querer todo ahora y sin medida, se manifiesta a menudo en los antihéroes de sus películas. Son personajes “zarpados”, “cebados”, “manijas”. Seguramente, Nelson Castro, en su infinito manierismo gestual y verbal, les diagnosticaría el “síndrome de Hubris”. A modo de ejemplo, recordemos al protagonista de Bad Lieutenant, ese policía corrupto personificado por un Harvey Keitel fantástico, inolvidable, todo fláccido y duro al mismo tiempo, oscilando frenéticamente entre la excitación y el decaimiento, pasando del ataque llanto al ataque de ira sin solución de continuidad, acostándose en un prostíbulo, arrodillándose en una Iglesia, cediendo a todos los vicios y luego arrepintiéndose, corazón en mano.

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4. En el larguísimo poema “Las bodas del cielo y el infierno” del poeta e ilustrador inglés William Blake, se encuentran algunos versos que tal vez ofrezcan otra punta atractiva para hablar de Abel Ferrara. Dos botones de muestra: Prisons are built with stones of Law, brothels with bricks of Religion (las prisiones están levantadas con las piedras de la Ley, los burdeles con los ladrillos de la religión), o bien,  The lust of the goat is the bounty of God (la lujuria de la cabra es la generosidad de Dios), o bien, Exuberance is beauty (la exuberancia es belleza). Escrito a finales del siglo XVIII, reactualización de doctrinas y tradiciones disímiles −desde los griegos a los bestiarios medievales, desde Dante y Milton a los filósofos del Iluminismo−, el texto cristaliza lo que constituye la intuición central de toda la poética de Blake: la reconciliación final de los opuestos. También en Ferrara los extremos se tocan y el simbolismo religioso que chisporrotea en sus películas no debería interpretarse ni lineal ni unilateralmente desde la observancia de los ritos o los rigores de la abstinencia y la mortificación de la carne. Ningún chupacirios. Nada de puritanismos. Las monjitas violadas de sus películas −Ms. 45, Bad Lieutenant− están invariablemente fuertísimas. El asceta y el libertino, la santidad y la sordidez, impotencia y omnipotencia, constituyen las dos caras de una misma moneda. Detalle curioso, nunca en Bad Lieutenant vemos al personaje de Keitel fornicando. Aparece haciéndose la paja, manoseando a dos prostitutas, bebiendo, aspirando. Jamás teniendo sexo como dios manda.

5. Y hablando de cosas que no existen fuera de nuestra mente, sólo le ruego al Señor que antes de morirse, Ferrara haga una película sobre el Imperio Romano. Algo del tenor de Calígula, una película sobre Tiberio en la isla de Capri, la historia de la copa Warren, lo que le pinte, nomás para verlo lidiar con esa cúspide de la grandilocuencia y la decadencia de la especie humana. Un lector sagaz podrá retrucarme que no sea tan pedigüeño y abra los ojos. Que Nueva York ya es Roma, la Roma de Ferrara, su Ciudad Eterna.

Ferrara, cronista privilegiado de la corrupción del nuevo viejo epicentro del poder imperial, aunque en su patronímico se oigan todavía evocaciones del otro imperio: Abel (la biblia, la religión, la santidad), Ferrara (la península, lo pagano, etc). Roma.

jimmy-jump-216. Hemos escrito, corrupción e Imperio. Naturalmente, el siguiente eslabón de la cadena −casi el resultado de una ecuación− es la lujuria, la concupiscencia, el deseo. Nada tiene de llamativo que el paisaje urbano excite al director. Ferrara erotiza la ciudad, convirtiéndola no sólo en el escenario del crimen, sino también en el decorado de sus fantasías. Con ajustes menores, su corto de 10 minutos para el “film ómnibus” Subway Stories: Tales from the Underground (1997), “Love on the A Train”, duplica la secuencia de King of New York en la que el personaje de Walken tiene su primer contacto marital luego de salir de prisión. En “Love on the A Train”, los personajes son una mujer sin nombre y un yuppie recién casado, en King of New York, un gángster y su mujer, pero Ferrara nos muestra básicamente la misma escena, una pareja a la que le calienta apretar en el vagón de un subte.

A veces, la ciudad motiva algo más que los sueños húmedos del director. En su pieza para la infumable One Dream Rush, otra película bondi, pero muchísimo peor que la anterior −una cadena de cortos de inspiración supuestamente onírica, de 42 segundos cada uno, de 42 directores distintos, auspiciados (pagados, comprados) por la marca de vodka 42 Below; a esta gente deberían contactarla del PRO−, Ferrara vuelve a la carga con su cine para almas sensibles. Dream Piece, así se llama su corto, es medio minuto de imágenes escalofriantes del atentado del 9/11, dos planos superpuestos del avión estrellándose en reversa contra las Torres y un tipo cayendo en el aire. El horror absoluto. Tenga en cuenta, querido lector, que los demás “realizadores” habían hecho lo esperable, es decir, obsequiarnos un plato de gelatina a medio camino entre el videoclip, la publicidad japonesa y la basura pop art. Ferrara, en cambio, les despachó una pesadilla en ralenti. Esto declaró como epígrafe para su corto: “Asked to write 43 seconds of words to describe a 42 second dream. I am incapable.” (Me piden que escriba 43 segundos de palabras para describir un sueño de 42 segundos. No puedo). Lo imagino embolsándose convenientemente la guita que le ofrecían, pegar tres imágenes fuertes y al día siguiente, mandar el material por correo. Cero careta.

915e8VovvFL._SL1500_7. Dios y patria, religión y nación −el catolicismo, la ciudad de Nueva York−, a veces más, a veces menos explícitamente, con sus modalidades, variaciones, adaptaciones, estas son las notas dominantes de la cinematografía de Abel Ferrara y no creo que haya mucho más. Su anclaje, sus obsesiones profundas. De la convergencia de ambos universos se origina el contenido y la forma de casi toda su producción. La rama católica le aporta una simbología y un repertorio de estructuras narrativas, desde el pecado y la redención (Mary, Bad Lieutenant) hasta el Apocalipsis (4:44 Last Day on Earth). Su amor por el pago neoyorkino, lo provee de una estética, una especie de envoltorio sensorial a sus películas −uno casi puede sentir el olor de la basura tibia en los callejones, la grasa de las capitales−, además de toda una galería de personajes (asesinos, canas, chorros, vividores, curas, artistas, etc.) que parecieran ser una secreción más del cemento. ¿Tolstoi dijo “pinta tu aldea y serás universal”?

Love on the A Train, corto de Abel Ferrara, en Subway Stories: Tales from the Underground (EEUU, 1997).

Dream Piece, corto de 42’’ de Abel Ferrara, en 42 One Dream Rush (EEUU, 2009).

Abel Ferrara: Not Guilty (Francia, 2003) de Raffi Pitts para el ciclo Cinéma de notre temps

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