1. Palabras para un autorretrato de Alfredo Arias (1): “A veces pienso que mi teatro es el de un exiliado. De alguien que se quedó soñando en Buenos Aires y en otra tierra le permitieron concretar su sueño”.  Un hombre entre dos tierras, en quien el concepto de exilio parece licuarse de referencias políticas. Arias concibe en Europa –con énfasis en Francia- las obras en las que se sueña la Argentina. FantArias explora esa evidencia con sistematicidad. La obra “El Tigre”, cuyo proceso de ensayo sigue hasta su definitiva puesta en escena, se sostiene en ese cruce. En el principio, un libro de fotos de la Casa Susana en el Tigre funciona como disparador. A partir de allí, Arias concibe una obra que se estrena en Francia, en francés, con actores franceses y argentinos. Y plantea la necesidad de tener a estos últimos, que son “las sirenas de esas aguas del Tigre”.

2. Leve desviación. En el último Bafici se presentó otro documental sobre Arias. En Alfredo Arias, el hombre de las mil y una cabezas, esa dualidad entre dos tierras queda borrada, más allá de alguna referencia en que el registro ingresa por una definitiva lateralidad (Astor Piazzolla junto a Nicola Piovani). En todo caso, la diferencia entre uno y otro documental parece ser cuestión de concentración. En el de Romina Richi, se centra en la puesta de una sola obra en la que ese eje resulta central. En el de Alejandro Martín Arias hay una derivación hacia una multiplicidad algo más confusa que proviene de acercarse una y otra vez a cuatro proyectos que el artista lleva adelante en diferentes momentos.

3. Palabras para un autorretrato de Alfredo Arias (2): “Siempre me pensé como un niño que amaba el cine y quedó atrapado en el escenario de un teatro”. Si hay ecos aquí de la primera frase no es casual. No porque un país u otro se relacionen linealmente con una forma artística o la otra. Se trata en todo caso de esa dualidad en la cual Arias termina moviéndose, sin despegarse del todo de una de esas formas cuando aborda la otra. Alcanza con ver algunas de sus últimas creaciones para comprenderlo. En todo caso, lo que FantArias recupera es lo que el artista hace con ese material. Más que escarbar en un pasado nostálgico, se propone resucitar a los íconos –aquí con Lana Turner, en sus otros trabajos con Eva Duarte o con Fanny Navarro-, traerlos a un presente que se mezcla con el pasado como representación. Es que a fin de cuentas, esos films amateurs que se imaginan como parte de la Casa Susana –ese espacio de hombres que se reúnen vestidos como mujeres-, son como una invocación que trae a la vida al personaje deseado. Arias parece, en esa frase, acercarse a Puig, compartiendo la misma sensibilidad cinematográfica que proviene de la infancia.

4. Segunda desviación. En “Happyland”, la obra de teatro que montó en el Teatro San Martín a fines del 2019, el cine irrumpía de la mano de una Eva Duarte icónica aparecida ante la Isabel Perón detenida tras el golpe de estado, y en las coreografías más cercanas al cine que al teatro musical que recreaban en el tugurio panameño donde bailaba la joven Isabel. En Fanny camina, que también se vio en el Bafici, la teatralidad que asume la puesta es tan evidente como la distancia que establece con un verosímil real.

5. Palabras para un autorretrato de Alfredo Arias (3): “El escenario es una página en blanco y ahí estoy escribiendo la historia”. En FantArias esa idea está planteada una y otra vez como una especie de subtexto de la mayor parte de las imágenes que vemos. La posible contradicción que podría generar la presencia de un texto ya escrito con esa noción, termina de disolverse en la forma en que las imágenes del ensayo se entrelazan con la voz en off de Arias. Allí, más que explicar el proceso creativo, la voz reconstruye una división que hace a la esencia de su trabajo: por un lado, la escritura concebida como un ejercicio que se acerca a la técnica, especialmente a la hora de las letras de las canciones; por el otro, el trabajo directamente sobre la escena, cuando esas palabras se suman al cuerpo de los actores. De allí que lo que quizás sea la mejor definición que ensaya el propio artista de sí mismo sea cuando señala que su trabajo es poner la música en un espacio. El director se vuelve, antes que un ego desorbitado, un creador que lo que hace es, en sus propias palabras, administrar un espacio.

6. Tercera desviación. El espacio en la obra de Arias es inevitablemente un artificio. Una vaga referencia a un espacio real, existente, que se completa en la percepción del espectador. Si en sus obras teatrales alcanza con una referencia para situar en espacios que se vuelven cambiantes apenas con un cambio de luces, el efecto se vuelve más potente en Fanny camina. Una Buenos Aires en blanco y negro, nocturnal e imprecisa, desierta y sostenida por su propia iconografía, es el espacio en que los fantasmas vuelven a la vida sabiendo que su tiempo fue otro y que solo parece poder reciclárselo como reiteración.

7. Palabras para un autorretrato de Alfredo Arias (4): “¿Por qué la gente va a venir si no hay algo extraordinario que pase?”. La noción del teatro como hecho extraordinario se liga a la ruptura del realismo como materia de la representación. El ensayo de “El Tigre” provee esa ruptura de manera proverbial: lo que vemos no es la obra, son fragmentos en los que aún vemos actores que interpretan un personaje. No hay máscaras dispuestas allí y lo único que parece denunciar lo que vendrá son los zapatos de taco alto sobre los que actúa Carlos Casella. Aún más, las imágenes fluctúan y se suceden entre sí como continuidad, con el propio Arias interpretando alguno de los personajes que después corporizan sus actores. La puesta final de la obra –de la que también solo vemos unos pocos fragmentos- viene a reafirmar ese corte con el realismo. El teatro se vuelve espacio imaginario habitado por fantasmas convocados por un médium que los pone en escena, haciendo convivir a Lana Turner y su hija con Vampira, con una sirvienta boliviana y un gaucho de tacos altos (o lo que puede ser lo mismo, en otro plano, a una estrella francesa como Arielle Dombasle con dos grandes del musical argentino –Alejandra Radano y Carlos Casella-). He ahí lo extraordinario, lo que no puede suceder en otro lugar que no sea un escenario habitado por personajes llevados de la mano por un director. El único lugar en el que todo se mezcla y las referencias se instalan como elementos en convivencia: La cageaux folles, Ginger Rogers, Mae West, Lola Membrives, Sarah Bernardt y Ed Wood.

8. Coda. Llegando al final del documental, Arias sostiene que “hacer una obra es trascender la mediocridad”, pero admite sus limitaciones, en tanto hecho frágil, “como papel picado” según dice. El documental sigue esos pasos. No solamente los de su objeto, sino los que señala como obra. Se deja llevar por el mismo caos que implica un proceso de ensayo, para convertirse a sí mismo en eso, en un ensayo. La obra sobre Arias es necesariamente inconclusa, no solamente porque prosigue, o porque no puede abarcarla en su totalidad. Lo es por decisión, porque no pretende la conclusión y el cierre sobre sí misma, sino que por el contrario, parece abrirse una y otra vez a posibles bifurcaciones ante las cuales debe tomar una decisión. Es esa su aparente fragilidad, la que lo convierte también en una obra.

FantArias (Argentina, 2021). Guion y dirección: Romina Richi. Fotografía: Romina Richi. Montaje: Francisco Freixá. Música: Fito Páez. Sonido: Fernando Soldevila. Elenco: Alfredo Arias, Alejandra Radano, Carlos Casella, Denis D’Arcangelo, Arielle Dombasie, Alexie Ribes y Andrea Ramírez. Duración: 63 minutos.

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