¿Qué es lo que diferencia a un artista de otro? Entre otras cosas, la mirada, es decir, en qué porción del universo y sus circunstancias elige colocarla y llevarnos a eso, a compartir con ellos la indagación o el asombro. Sin esa mirada no hay cine o sí, pero en ese caso habría sólo imagen, testimonio y no un deseo. El deseo de ver, que eso es el cine.
(José María Gómez es escritor. Autor de “La inevitabilidad de los cuerpos”, entre otras novelas).
Un grupo de amigos varones pasan unos días en una quinta que tiene pileta, sauna y cancha de tenis; al final, dos de ellos se besan. Final. Despojado de argucias argumentales, Marco Berger (en este caso con la dirección asociada de Martín Farina) vuelve a fascinarnos con su mundo privado, uno rebosante de vistosos muchachos que exhiben, aquí bastante más que en sus otras películas, sus atributos masculinos, a saber: piernas, axilas, bultos, es decir, cuerpos esbeltos y torneados conformando, para los ojos del público espectador, y los míos, obviamente, algo así como un jardín constante. Un lugar suspendido en el tiempo (no hay prisa ni determinaciones abruptas en el cine de Berger) donde florecen las especies más bellas.
Y hablando de flores, uno de los aspectos más notables de estas, además de la consiguiente envergadura, es el aroma. Pues bien, en ese sentido la ambientación de la película y sus planos cortos, demorados, puntillosamente elegidos, permite, a través de la imagen, percibirlos: olor a sueño, a pileta, a piel, a pies desnudos, a bolas, un amplio espectro subyugante para todo público pero más para espectadores especiales, sensibles, como son los que concurren a ver películas buenas, de esas que impresionan.
En algunos tramos, la aparición del elemento femenino trastoca el panorama: la más graciosa es la de la vecina que va a pedir papel de diario. Y si bien acá son apenas elementos funcionales para uno y otro de los participantes, la presencia de algunas mujeres nos viene a recordar, por si nos perdíamos en el campo distractivo de las piernas peludas, la importancia capital de aquellas para la reproducción de la especie: el pistilo, aunque suene a otra cosa, cumple una función primordial: nuevos especímenes, otros varones, la permanente recreación del jardín constante.
Al final de la película, Fernando y Germán se besan. Es lo que todos estábamos esperando y que también es una marca registrada del cine de Marco Berger (lo disfrutamos en Plan B, en Hawaii, en Mariposa, sus otras valiosas películas). En este caso, y siguiendo con la caprichosa analogía, ambas flores se miraron y se desearon durante todo el tiempo. Muy buena la elección de Gabriel Epstein (en el rol y punto de vista subjetivo de la película), poniéndose a tiro de un excelente Lucas Papa (Fer). Los demás muchachos están bien, actúan y exponen sus cuerpos desnudos con naturalidad, especialmente Juan Manuel Martino. En ese sentido, el casting fue impecable.
La evolución del cine de Marco Berger es evidente. Lo que se insinuaba aun en su elocuencia: el famoso y original plano que se detenía en los bultos de los jóvenes personajes de sus películas, en Taekwondo lo desarrolla sin rodeos. Como esos empalmes de fotogramas donde se muestran parejas besándose en continuado y de diferentes películas, Marco Berger ha decidido empalmar lo más exuberante de sus propias realizaciones y lo exhibe todo junto. Genial. Para qué andar con medias tintas. Es lo que le interesa mostrar y punto. En ese sentido, Berger tiene más audacia (huevos, se podría decir) que muchos de sus colegas a quienes es necesario raspar mucho para saber por qué filman lo que filman: esconden el pito y terminan haciendo un cine mocho.
Es extraño lo que ocurre al final de sus películas, de esta película. En lugar de la reacción jocosa con que lógicamente se festeja en incontables argumentos en los que el chico besa finalmente a la chica, el largo y apasionado beso en contraluz que se prodigan Fer y Germán provoca un silencio concentrado, profundo y, por qué no, reflexivo ante la pura manifestación de algo que nos perturba y también nos constituye desde siempre, cualquier fuera el lugar que ocupemos en el mostrador de la vida, en la parte de adelante o en la de atrás. La escena final no muestra sólo un beso, esgrime la prueba capital de un deseo.
No sabemos qué filmará de ahora en adelante este importante director. Taekwondo marca una inflexión en su carrera y es, tal vez, su mejor película. Aunque su propia realización le marque un desafío. Mostrar más significaría cambiar de género cinematográfico; quizás le llegó la hora de dirigir a Darin. No obstante, cualquiera fuera su decisión o recursos, puede seguir haciendo lo mismo pues ya tiene su público fiel y seguramente agregará, como lo viene haciendo película tras película, a muchos más: todos aquellos a quienes nos encanta encontrarnos con su cine para volver a embriagarnos con el perfume intenso, a veces suave y un poco ácido también, ese que emana de un jardín constante de varones lindos, bien alimentados y en edad de merecer.
Acá puede leerse una nota de Romina Quevedo sobre la misma película.
Taekwondo (Argentina; 2016), de Marco Berger y Martín Farina, c/Nicolás Barsoff, Francisco Bertín y Gabriel Epstein, 105’.
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