El_Crazy_Che-939030691-largePoco y nada recordaba de la increíble (pero real) historia de Guillermo Gaede, el doble espía que en los 90 cayó preso en EE.UU. acusado de espionaje industrial (el chip de Intel que cambió nuestra relación con la tecnología, ni más ni menos). Menos aún sabía que su caso sirvió de precedente para que se legislara en Estados Unidos, precisamente, sobre espionaje industrial. Pero bueno, todo esto pasó y la historia arranca en Lanús.

El documental dirigido y producido por Pablo Chehebar y Nicolas Iacouzzi (Castores: La invasión del fin del mundo) parte de una gran premisa: el personaje, la historia de Gaede y él mismo son absolutamente seductores (pienso en el, también maravilloso, documental casi biográfico Tabloid de Errol Morris sobre la bizarra historia de amor de Joyce McKinney) y atrapan al espectador desde el comienzo. Por otro lado, los recursos puestos en juego para contar la historia hacen de este documental una película muy grata de ver. Desde recreaciones hasta animaciones, desde entrevistas hasta extractos de programas de TV puestos en juego con un diseño cuidado y atractivo. El documental es uno de los géneros que más y mejor ha evolucionado en los últimos años, ejemplo de esto son Las Enfermeras de Evita, Un enemigo formidable, Fullboy, Cuerpo de Letra y Ramón Ayala, por mencionar sólo algunos.

El Crazy Che es esencialmente una historia de amor fallido, decepcionante, de despecho, de venganza y de castigo. Porque en esta vida, queridos míos, todo se paga. El mismo Gaede, dueño de una particular soltura y muy cómodo frente a la cámara, será quien nos cuente su historia en un tono divertido, casi anecdótico. Las apariciones de su hermano mayor, algunos amigos, antiguos compañeros de trabajo y su esposa completarán «el otro lado» del relato. En lo que todos coinciden es en su desapego por lo material, su solidaridad, su sonrisa franca y cierta ingenuidad.

Articulada como una verdadera película de espías empieza por el final, por el casi absurdo episodio que lo pone en manos de la policía (de la nuestra). Es cierto que, en primera instancia, es decir arrancando por el final del cuento, las cosas parecen mucho más trágicas de lo que el relato nos contará después, pero eso también es parte del atractivo de la película, aunque también le resta un poco de credibilidad a la ya increíble historia de Bill Gaede. Tengo la sensación de que algo de esto percibieron los directores y se apoyaron en la gran cantidad de material de archivo que se expone para reforzar el costado verídico del asunto.

Nacido en los 50 en el seno de una familia fuertemente anticomunista, Bill Gaede se deslumbra con un documental sobre la Revolución cubana y va hasta la Embajada para averiguar cómo ir a vivir allí. Su solicitud es rechazada pero eso, lejos de decepcionarlo, motorizó aún más su deseo de colaborar con la causa.

En los 70 se radica en los Estados Unidos, forma una familia, estudia electrónica y consigue trabajo en Silicon el-crazy-c-503807Valley, en la Empresa AMD. Ahí empieza su carrera como espía. Una vocación que desarrolló contra viento y marea porque, al principio, nadie le creía. Gaede se aferra a su móvil ideológico y nada ni nadie lo cuestiona en el documental. Pasará el tiempo, llegará a Cuba, se desilusionará, el despecho lo hará cambiar de bando, la venganza lo hará cambiar de bando otra vez (¿la ventaja de la precariedad de las relaciones internacionales?) y, finalmente, terminará preso. En el medio de estas idas y vueltas saldrán a la luz traiciones y, tal vez producto de su ingenuidad, será utilizado por espías de verdad como Rolando Saraf Trujillo, el agente que Cuba liberó en diciembre de 2014 y al que Obama recibió como a un héroe.

Lo más «crazy» de la historia de Guillermo «Bill» Gaede es lo sencillo que le resultaba -en las últimas décadas de la guerra fría- apersonarse en las Embajadas (de Cuba, de Checoslovaquia), en la CIA, en el FBI, con una cajita con información, hablar con los responsables y salir siendo un espía consumado.

Con una marcada distancia de los hechos y con una marcada falta de tensión dramática que se esboza muy sutilmente sobre el final, este interesante personaje nos cuenta un cuento con final feliz y no sólo él sino todos los involucrados en la historia lo hacen. Hoy está radicado en Alemania y se dedica a exponer su «teoría de la soga» -desarrollada en la cárcel- para explicar las leyes que rigen el Universo, lo que demuestra finalmente que El Crazy Che no se anda con chiquitas.

El crazy che (Argentina, 2015), de Pablo Chehebar y Nicolás Iacuzzi, 85′.

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