Frío y altura, pastos quemados por la helada, piedra. Cima reseca y rústica, todo lo que sobrevive es esencial. Nada falta porque nada sobra. Esto es Ciencias naturales, un lugar –en el mundo, en el cine- desde donde todo comienza. Una escuela en un paraje serrano, una maestra y una alumna (las notables Paola Barrientos y Paula Hertzog) unidas en la búsqueda de un padre ignoto, pesquisa en la que se mezclan furia, desamparo y soledad. El ambiente frío y estéril que las rodea funciona como metáfora de su punto de partida; la germinación que una enseña y otra aprende lo es de su objetivo. Las mujeres están solas en la altura (las maestras, la alumna Lila, la madre y la abuela de la niña), los hombres están solos abajo (el dueño del taller, el Puma, el soldador), los encuentros entre unas y otros son fugaces, resplandores como las chispas de una fragua, semillas germinadas en las alturas y reencontradas por un instante en el llano. Esos momentos valen la búsqueda e iluminan toda una vida.
En el Olimpo vivía Venus que bajó de la altura y fue fecundada en el inframundo por el herrero Vulcano; la analogía mitológica es, como siempre, tentadora, la mujer idealizada que desciende al nivel del hombre, la fragua y la fertilización. Esta sierra pelada no es el Olimpo y el modesto soldador fecundante no es ni de cerca un dios romano, aún feo y deforme como Vulcano; es preferible dejar anotado tal parangón como una lectura posible. La mirada de Luchessi se concentra en cambio en lo humano, en el presente, en los vínculos y las carencias, allí encuentra su mayor virtud. Ciencias naturales se une a un grupo de películas recientes, gestadas casi todas en el interior del país, con una estética escueta, guiones articulados y precisos, actores no demasiado conocidos y una falta de pretensiones, de trascendencia, que paradójicamente las hace ir más allá de sus ambiciones. Los dueños (Radusky y Toscano), Las acacias (Pablo Giorgelli), la inédita El premio (Paula Markovitch) y hasta la deslumbrante La araña vampiro (Gabriel Medina) son algunas de ellas, la mayor parte de las cuales encuentran resistencias entre una parte de la crítica por razones que no siempre aparecen claras pero entre las que casi siempre ronda el abusivo término “miserabilista”, desgraciada traducción de un concepto vasto y vacío, la mayor parte de las veces un comodín para enfrentarse con mirada ajena a una realidad próxima. El mundo invernal de Ciencias naturales no ofrece más belleza ni recreo que el de la desolación, el de la sierra quemada por el frío, el del pueblito de la pampa cordobesa lejano de cualquier encanto turístico, con sus casitas rústicas, construidas de a poco, siempre por terminar, como las de los barrios conurbanos del primer Perrone, apenas un poco por encima de las de Campusano, aliviadas del entorno de sordidez y amenaza del Gran Buenos Aires profundo en donde se mueven el Vikingo y sus compañeros.
Una historia de la Argentina del siglo veinte podría escribirse desde la modestia de estas viviendas de la clase media precarizada. En el conurbano, en las villas más populares de la costa atlántica, ahora en el bajo de las sierras cordobesas; casas construidas anárquicamente, sin una norma urbanística, sin la mirada igualadora de un Estado o cualquier gestor que les imponga un canon armónico, edificadas a despecho de las crisis, un conjunto capaz sin embargo de generar una belleza contradictoria y difícil, de otorgar una forma de identidad. Que haya un cine capaz de registrarlas (como el cine italiano de los cincuenta, desde el último neorrealismo a la commedia, como cierto cine indie americano y sus pueblos del sur y el medio oeste) habla precisamente de la afirmación de una personalidad colectiva en permanente gestación.
De la construcción de una identidad entonces, tanto de una filiación íntima como de esta desapercibida identidad colectiva, trata Ciencias naturales: su mundo nos es cercano, sumergido en su humildad no puede aferrarse a otra cosa que a los sentimientos y necesidades de sus personajes; todo está a la vista, sin subrayados, como un espejo que nos obliga a confrontarnos con nosotros mismos. En otros ámbitos de nuestro presente -la actualidad política por sobre todo- una similar confrontación con nuestro espejo colectivo provoca hoy no solo resistencia sino ira y rechazo. “Es triste haber elegido ser colonia” decía Rodrigo Tarruella. La mirada de Matías Luchessi nos recorre de arriba hacia abajo en la búsqueda de los orígenes, de abajo hacia arriba en su orgullosa humildad segura de sí.
Aquí puede leerse un texto de Julián Mocoroa sobre la misma película.
Ciencias naturales (Argentina, 2014), de Matías Luchessi, c/Paola Barrientos, Paula Hertzog, Alvin Astorga, Sergio Boris, 67′.
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